Diez años antes del momento presente

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―¡Venga, Lu, sal de una vez!
Baekhyun aporreó la puerta del baño que compartían en el chalé que los padres de su amigo tenían en la sierra. El pueblo más cercano celebraba sus fiestas patronales y, aprovechando que sus progenitores se habían ido de compras a Nueva York, Luhan había invitado a unos cuantos amigos a pasar allí el fin de semana.
La puerta se abrió por fin y apareció Luhan con un llamativo short corto, una camiseta negra y una chaqueta de punto de un tono verde chillón y su pelo rojizo luciendo un despeinado perfecto.
―¡Tachán! ―Giró sobre sí mismo y el jalo un lado de sus short, mostrando la provocativa ropa interior de encaje que llevaba debajo.
―¡Serás guarro! ¿De dónde has sacado esas bragas? ―preguntó Baekhyun con admiración.
―Las encargué especialmente para la ocasión.
Los ojos grises centellearon de satisfacción al observar su reflejo en el espejo que ocupaba buena parte de la pared. Gracias a Dios, su cuerpo había decidido dejar de crecer de una vez y, por fin, sus largas piernas guardaban proporción con el resto.
Baekhyun bajó las suyas de la cama ―enfundadas en unos ajustados pantalones vaqueros mucho más apropiados para la ocasión que el extravagante, aunque favorecedor, conjunto que lucía su amigo― y se la quedó mirando con el ceño fruncido.
―¡Creía que me estabas tomando el pelo! ¡No puedo creer que pretendas seguir adelante con esa idea disparatada!
El pelirrojo le devolvió una mirada cargada de reproche.
―Pero, Baek, llevo planeando este momento desde que cumplí los dieciséis; hemos hablado de ello ochenta veces. Me conoces desde hace nueve años y sabes que me gusta organizar las cosas con tiempo. Te dije que en cuanto cumpliera los dieciocho perdería la virginidad y... ¿de quién es el cumple hoy? ―Esbozó una sonrisa pícara; sin embargo, el rostro de su amigo tenía tal expresión de horror que fue incapaz de contener una carcajada―: ¡Caray, Baek, no me mires así!
―Pensé que lo decías en broma. No puedo creer que te plantees en serio semejante aberración. ¡Ni siquiera estás enamorado de Minseok! ―Estaba completamente escandalizado, pero Luhan chasqueó la lengua con impaciencia.
―¡Ay, Baek, de verdad! ―Alzó los ojos al cielo y preguntó con el mismo tono de una madre que se arma de paciencia al enfrentarse a un hijo algo torpe―. ¿Cómo quieres que esté enamorado de un tipo que no sabe hablar más que de sí mismo?
―¡Pues entonces, ¿puede saberse qué especie de locura te ha entrado?!
Al ver la absoluta incomprensión que rezumaban los ojos color caramelo, Luhan se sentó junto a el sobre el colchón y trató de explicárselo con calma.
―Ya te lo he dicho, no es ninguna locura. Minseok es un creído, de acuerdo, pero no me negarás que ha salido con un montón de chicas y chicos. No creo que pueda haber una situación más gore en la vida que perder la virginidad con un tipo que no tiene ninguna experiencia. ¡Caray, solo de pensarlo...! ―El intenso estremecimiento que recorrió su cuerpo esbelto fue de lo más teatral.
―¡Eso no es garantía de nada! ¡Por Dios, Luhan, la primera vez tiene que ser con alguien especial, alguien a quien quieras con toda tu alma! ―Baekhyun tenía ganas de tirarse de los pelos, pero se daba cuenta de que su amigo estaba decidido y sabía bien que era más terco que una mula.
―No te preocupes, Baekhyun ―el pelirrojo le dirigió una de aquellas radiantes sonrisas élficas, marca de la casa, que empleaba cuando trataba de convencer a alguien de algo no del todo razonable―, lo tengo todo planeado. Hace un mes que empecé a tomar la píldora y he comprado preservativos, así que, por ese lado, no hay peligro. Además, he llevado a la casita unas mantas para estar más cómodos. También me he agenciado unas velas, aunque no sé si al final las encenderé o no; depende de la
vergüenza que me dé. Aún no hace mucho frío por las noches, por lo que estaremos a gusto.
Luhan se refería a la casita de juegos que estaba al fondo del jardín, una réplica en miniatura de la casa principal, en donde habían pasado incontables horas jugando a las muñecas cuando eran pequeños.
Baekhyun sacudió la cabeza igual que un boxeador sonado. Estaba convencido de que aquella idea descabellada iba a resultar un completo desastre, pero se sentía incapaz de razonar con su amigo; lo conocía demasiado bien para saber que nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión.
―¿Y Minseok lo sabe? ―preguntó al fin.
―Bueno, le he lanzado unas cuantas indirectas. Lleva meses insistiendo, pero yo quería esperar a cumplir los dieciocho. Como digo siempre: hay que desviarse de los planes lo menos posible.
Baekhyun puso los ojos en blanco. Su amigo era absolutamente cuadriculado para algunas cosas; aquella fijación suya por planearlo todo y no dejar nada al azar era su forma de experimentar la seguridad que la actitud veleidosa de sus padres, siempre dispuestos a dejarse llevar por su último capricho, le negaba. Sin embargo, aunque podía entender las razones de su amigo, eso no hacía que viera aquella locura con más simpatía. Finalmente se rindió y, con los brazos cruzados frente al pecho y el ceño fruncido, exigió:
―Quiero que me expliques con pelos y señales cómo se va a desarrollar el programa de fiestas.
Luhan sonrió, complacido. Conocía a Baekhyun demasiado bien y sabía que, aunque no lo había convencido, por fin había claudicado.
―Saldremos con vosotros, iremos a la feria, bailaremos en la plaza del pueblo y tomaremos alguna copichuela, no demasiadas espero; lo justo para que la cosa fluya. Después te haré una señal, me adelantaré para rematar los últimos detalles y, un poco más tarde, Minseok me seguirá con discreción. Brillante, ¿verdad?
―Súper ―murmuró su amigo lleno de malos presentimientos. Minseok jamás le había parecido un hombre tierno y estaba convencido de que un asunto de aquella envergadura requería un cargamento extra de esa cualidad. El noviete de su amigo era guapo, sí, pero también bastante engreído y a el, en particular, le caía fatal.
―Espera, me ha parecido oír un ruido. ―Luhan se levantó del suelo con agilidad y corrió hacia la puerta que tan solo estaba entornada. La abrió de golpe y miró a uno y otro lado del pasillo. No había moros en la costa. Esta vez, sin embargo, cerró la puerta con cuidado antes de volverse hacia su amigo con un encogimiento de hombros―. Falsa alarma.

Te odio pero, besameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora