Capitulo 6

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En cuanto llegaron al campamento, Luhan corrió hacia la cabaña y cogió su equipo de primeros auxilios: un enorme neceser casi tan bien provisto como un centro de salud. Cuando volvió a salir, vio que todos los hombres ―salvo Jongin, que también había corrido hacia la suya, pero para coger el espejo de mano que nunca faltaba en su equipaje y hacer inventario del estado de su rostro― estaban muy ocupados clavando en el suelo algunos de los troncos de la inmensa pila que servía para alimentar las estufas y la fogata. Sehun lo vio acercarse con el desmesurado kit de primeros auxilios y recordó las innumerables ocasiones en el pasado en las que no había dudado en hacerse algún pequeño corte con su navaja en la yema de un dedo, solo para que ese pelirrojo con ínfulas de enfermero le curara. A pesar de que jamás le dirigía la palabra durante el proceso, a él le encantaba el modo concienzudo y delicado que tenía de desinfectar la herida, antes de cubrir la pequeña raja con un aparatoso despliegue de gasas y esparadrapo. Aquellos recuerdos hicieron que se le escapara una sonrisa tierna, pero volvió la cabeza antes de que el la viera. Comprobó la solidez de la improvisada empalizada una vez más y soltó los nudos de las mantas, liberando a los oseznos en el pequeño círculo acotado.
―¿Y ahora? ―Luhan observaba a los cachorros, aún aturdidos por los
acontecimientos, que arañaban los troncos con sus zarpas, tratando de escapar de aquel extraño lugar.
―Les he dicho a los del helicóptero que dieran aviso a las autoridades de la reserva. Entretanto, tendremos que ingeniárnoslas para alimentarlos.
―¿Qué es lo que comen? ―preguntó Kyungso, parapetado como de costumbre detrás de la cámara. Sehun, muy concentrado en cortar por la mitad con su cuchillo una botella de plástico de agua mineral que había vaciado en el suelo previamente, contestó:
―Calculo que tendrán unos tres meses. A lo mejor pueden empezar a ingerir algo sólido, pero las crías de oso siguen mamando hasta que se independizan de la madre.
―Luhan, cariño, ¿puedes desinfectarme la herida?
El tono del presentador era apremiante, saltaba a la vista que estaba muy preocupado, pero Sehun, sin hacer el menor caso de sus temores, ordenó:
―Jongin, imagino que has traído condones. Dame unos cuantos.
―En cuanto me cure Luhan.
―¡Ahora!
―Joder, tronco, se puede infectar y...
Sehub entornó los párpados con una expresión tan amenazadora que el otro se apresuró a obedecer, muy cabreado.
―¡Este tío me tiene hasta los cojones! ―masculló entre dientes mientras se
alejaba de nuevo en dirección a su cabaña. Unos minutos después, estaba de vuelta con dos paquetes enteros de preservativos que lanzó con desprecio a los pies del guía.
―Para lo que me han servido ―farfulló, malhumorado.
A Luhan le invadió una molesta sensación de vergüenza al oír aquel comentario tan poco delicado y notó que se le subían los colores; era obvio que todos los allí reunidos sabían de sobra con quién había planeado disfrutarlos.
Mientras Sehun, tras cortar una segunda botella, se afanaba en fabricar algo parecido a un par de biberones utilizando los preservativos a modo de tetina, Luhan se dispuso a curar la mejilla de su novio. Si bien trataba de hacerlo con el mayor
cuidado posible, Jongin no paraba de quejarse en cuanto sentía el escozor del desinfectante sobre la herida; estaba claro que el presentador no pertenecía al tipo de paciente estoico, exactamente.
―Tranquilo, ya casi está ―trató de calmarlo su eficiente enfermero tras la enésima maldición que soltó su novio; luego dio un par de toques más con la gasa sobre el insignificante arañazo y se apartó, satisfecho.
―¿Tú crees que me quedará mucha cicatriz, cariño?
Su tono era trágico, pero ahora la atención de Luhan estaba concentrada de lleno en Sehun y los ositos y ni siquiera le contestó. Aquella actitud insensible por parte de su novio lo irritó sobremanera y, muy enfadado, se alejó de allí sin dejar de murmurar todo tipo de maldiciones.
Nadie le prestó la menor atención. El objetivo de la cámara de Kyungso no se apartaba de Sehun quien, sentado en el suelo congelado, permanecía inmóvil por completo, sujetando uno de los biberones lleno de leche en la mano. El pelirrojo observaba la escena, fascinado. Desde luego, había que reconocer que el Mataperros tenía paciencia; llevaba más de diez minutos en la misma postura, sin mover ni una pestaña. Por fin, uno de los osos, más atrevido que su hermano, empezó a acercarse con cautela. Al llegar junto a Sehun, olisqueó con curiosidad el improvisado biberón que él sujetaba boca abajo. Con un movimiento casi imperceptible, Sehun se lo
acercó un poco más a la boca y, de pronto, el cachorro atrapó la rudimentaria tetina entre sus fauces y empezó a beber con avidez.
Luhan contuvo a duras penas un grito de alegría; incluso Soo el Hosco emitió un sonido de satisfacción, sin dejar de grabar hasta el último detalle de la escena con su F55. Al ver que a su hermano no le ocurría nada malo, el otro osito decidió acercarse también.
―¡Luhan! ―susurró Sehun, apremiante, tratando de no alarmar al animal queseguía bebiendo con glotonería―. Coge el otro biberón y dáselo tú.
―Yo, pero... ―empezó a protestar, también en susurros ―¡Venga!
Mascullando imaginativas imprecaciones contra los hombres autoritarios que se creían con derecho a dar órdenes al primer doncel que pasaba por ahí, Luhan cogió el otro biberón sin demasiado entusiasmo. Teniendo cuidado de no perder el equilibrio, pasó una pierna y luego la otra por encima de la pequeña empalizada y comenzó a acercarse, avanzando de tres en tres centímetros.
―El pobre oso seguro que te agradecerá que le des de comer este año.
Aquel comentario sarcástico no contribuyó a mejorar el humor del pelirrojo; sin embargo, sirvió para que se diera un poco más de prisa. Se detuvo a menos de dos metros del grupo formado por hombre y plantígrados, se sentó sobre la nieve con las piernas cruzadas, colocó el biberón como había visto hacerlo a Sehun y trató de permanecer inmóvil. Dos segundos después, sintió que se le estaba durmiendo la pierna, así que la estiró un poco; entonces notó que se le acalambraba el brazo con el que sujetaba el biberón, por lo que tuvo que cambiarlo de mano; estaba dudando si rascarse o no la nariz, que le había empezado a picar de un modo endemoniado, cuando, una vez más, tuvo que oír a aquel energúmeno decirle en voz baja:
―¡¿Puedes parar quieto de una maldita vez?!
―¡Hago lo que puedo! ―replicó, furiosa, en el mismo tono―. ¡No tengo la culpa de no ser un faquir, caray! Te recuerdo que cuando decidí venir a este viaje, nadie me advirtió que acabaría alimentando fieras salvajes.
―¡Shhh! ―la chistó sin contemplaciones y el se calló en el acto; pero no porque L él se lo ordenara, sino porque por el rabillo del ojo vio que un osezno hambriento se acercaba en su dirección.
Cada vez más nervioso, se vio obligado a ponerse serio con sus propias piernas para exigirles que no salieran corriendo sin esperarlo; de pronto, aquel osito que noblevantaba dos palmos del suelo se le antojó un auténtico coloso, y los pequeños
colmillos que asomaban por el hocico entreabierto le parecieron dignos de unntiranosaurio Rex.
―¡Sehun...! ―lloriqueó, tembloroso.
―Tranquilo, Lu, lo estás haciendo muy bien.
Sus palabras no lo tranquilizaron lo más mínimo y, aprensivo, observó el modo en que el oso olisqueaba el biberón. De repente, el animal se abalanzó sobre la tetina y, en
un acto reflejo, Luhan apretó los párpados con fuerza, rezando porque no le faltara una mano cuando volviera a abrirlos. Un segundo después, extrañado de no sentir el
dolor de un miembro amputado, abrió de nuevo los ojos y, atónita, descubrió al osezno bebiendo la leche con avidez. Maravillado, lo observó durante un buen rato y, por primera vez en su vida, logró permanecer casi completamente quieta.
―¡Bien hecho, pelirrojo!
Alzó la vista hacia Sehun, cuyo cachorro ya casi había vaciado la botella por completo, sin poder reprimir una enorme sonrisa de satisfacción.
―¡Ya verás cuando se lo cuente a Baek, no se lo va a creer!
―Todavía voy a hacer de ti un doncel de campo.
El Mataperros le guiñó uno de sus brillantes ojos oscuros con complicidad y el lo encontró tan atractivo que se asustó y, borrando al instante la sonrisa de sus labios, replicó con aspereza:
―Lo dudo mucho.
Sehun lo miró con fijeza durante unos segundos que se le hicieron eternos, luego se levantó despacio, se sacudió la nieve de los pantalones con parsimonia y caminó hacia
la empalizada con aquellos andares felinos que lo caracterizaban.
―Procura que se lo beba todo ―ordenó, antes de volverse hacia el otro doncel―.¿Vienes, Soo?
Al ver que Soo el Hosco bajaba la cámara de inmediato, Luhan gritó sin pensar:
―¡Te recuerdo que aún tengo que curarte!
Por fortuna el cachorro, que al parecer estaba demasiado hambriento para asustarse de nada, siguió bebiendo sin inmutarse.
―No te preocupes ―replicó, él burlón―, yo no soy tan guapo como Jongin, así que me da exactamente igual que se me quede una marca en mi cara bonita.
―¡Puede que se te infecte! ―insistió, no sabía por qué, pero la idea de que se fuera con el otro doncel no le hacía ni puñetera gracia.
―Me arriesgaré.
Sehun le lanzó una mirada cargada de malicia, como si supiera de sobra lo que estaba pensando, antes de dar media vuelta y alejarse con Kyungso en dirección a las cabañas, abandonándolo a su suerte con las dos fieras.
Justo entonces, el osezno al que Sehun había alimentado primero se acercó a el y le dio un lametón a traición en pleno rostro.
«¡Maldito Mataperros! ¡Maldito y mil veces maldito!».

Te odio pero, besameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora