Y, por fin, el momento presente
Una vez más, Luhan revisó que el pasaporte y la tarjeta de embarque estuvieran en su sitio. Estaba nervioso como siempre que volaba, a pesar de que durante su infancia había viajado muy a menudo con sus padres, hasta el punto de que casi había dado la vuelta al mundo un par de veces. Sin embargo, era consciente de que no era solo el avión lo que la tenía angustiado.
Cuando Jongin le pidió que le acompañara a aquel viaje imprevisto (Luhan tendía a considerar «imprevisto» cualquier asunto que no hubiera apuntado en la agenda con, al menos, tres meses de antelación) para realizar un documental sobre el Ursus arctos beringianus ―y le aclaró que aquello no era una práctica sexual exótica, sino que se refería al oso de Kamchatka―, al principio se había negado en redondo. Se conocía lo suficiente para saber que para un urbanito convencido como el, que además llevaba muy mal cualquier cosa que se saliera demasiado de su rutina diaria, perseguir cámara en ristre a un oso por esas estepas de Dios, durmiendo en tiendas de campaña y sin un mal wc de emergencias a mano no era, lo que se decía, su plan ideal. Sin embargo, Jongin había insistido tanto: que si era una oportunidad única para conocerse mejor (a pesar de que apenas llevaban dos meses saliendo y ni siquiera se habían acostado juntos aún, ya le había lanzado un par de indirectas muy directas del tipo: ¿qué opinas del matrimonio?, ¿boda civil o religiosa?, ¿estilo principe en Los Jerónimos o ibicenco en alguna playa de las Islas Pitiusas?); que si ese tipo de viajes eran los que hacían que te encontraras a ti mismo (lo que Luhan pensó que le vendría bastante bien, pues, desde la boda de Baekhyun, sentía que le faltaba algo a lo que no era capaz de dar nombre, aunque rogaba a Dios que ese nombre que se le escapaba no fuera el de «envidia cochina» al ver lo feliz que parecía su amigo con Chanyeol); que si era una
aventura que contarían a sus nietos frente a la chimenea cuando fueran unos abueletes venerables...; en resumen, se había puesto tan pesadito que al final había acabado por ceder en contra de su buen juicio.
A lo mejor Jongin tenía razón, se dijo, puede que fuera una oportunidad magnífica para conocerse, para dejarse llevar y vivir una vida más loca. De hecho, había decidido que aquel viaje sería una oportunidad inmejorable para hacer el amor con él por primera vez. Llevaba muchos meses ―años, para ser exactos― sin hacerlo con ningún hombre. Después de la noche de tormenta en la casita de juegos de la sierra en la que perdió su virginidad se había acostado con muchos, desesperado por encontrar
eso que había perdido nada más descubrirlo. A pesar de que por sus brazos habían pasado todo tipo de amantes: de los buenos, de los regulares y de los rematadamente torpes, jamás había vuelto a sentir la compenetración perfecta de cuerpos y almas que experimentó durante aquella noche inolvidable. Al final se había cansado de buscar y, aunque seguía saliendo con muchos hombres, por lo general le bastaba con unos cuantos besos para descartarlos en el acto como posibles compañeros de cama.
Sí, se había vuelto un experto en besos y debía reconocer que los de Jongin prometían: ni muy salvajes, de esos que te dejaban al borde de sufrir un caso grave de hipoxia; ni muy sosos, aquellos que te permitían ir haciendo una lista mental de la compra del mes; con el toque justo de lengua y el intercambio preciso de fluidos (había habido más de uno, en especial años atrás, que le había dejado las mejillas como si las hubiera lamido una vaca). Cierto que su nuevo novio no era un tipo especialmente brillante, pero, cuando se olvidaba de su imagen pública y se relajaba un poco, resultaba divertido y encantador, dos cualidades que el siempre había valorado más que cualquier máster en una escuela de negocios. En fin, para hacerlo corto: había pensado que Kim Jongin, estrella ascendente de la televisión, tenía muchas posibilidades de convertirse en algo serio y por eso había accedido a embarcarse en aquella empresa descabellada. Y allí estaba el ahora, histérico perdido, revisando una y otra vez las listas (que le habían ocupado, de principio a fin, una de sus inseparables libretas de espiral) que había elaborado con los gadgets, los must y los «por narices» imprescindibles para una
odisea como aquella, en vez de estar en su decrépito despacho, oyendo la triste historia de la infancia ―que le había abocado al crimen sin remedio― de un carterista al que habían pillado haciendo de las suyas por millonésima octava vez en el metro o escuchando la milmillonésima excusa de una pobre mujer sin recursos, tratando de justificar por qué retiraba la denuncia al pedazo de animal que había estado a punto de mandarla al otro barrio tras la última paliza. Puede que aquel no fuera un ambiente idílico, pero, al menos, era su universo habitual, lo conocía bien y se movía en él como sardina en alta mar. Un universo que le deparaba pocas sorpresas, más allá de los típicos retrasos o la habitual pelea ―con puñetazos, mordiscos y tirones de pelo incluidos― entre las partes, lo cual era de agradecer porque si había algo que Luhan detestara con toda su alma eran las sorpresas. Y, hablando de sorpresas, ¿ese hombre moreno y con buena facha que esperaba en pie frente a la puerta de embarque no era Sehun?
Luhan guiñó un poco más los ojos; debería haber ido hace años al oculista, pero se resistía como gato panza arriba. Sí, no cabía duda; aquellos hombros anchos, aquel
mechón de pelo negro caído sobre la frente, aquellos ojos casi tan negros como sus cabellos que parecían arder con los fuegos de Mordor, aquellos rasgos inconfundibles pertenecían, todos y cada uno de ellos, al Mataperros. Luhan resopló. Si antes el dichoso viaje no le daba buenas vibraciones, lo que le acababa de dar en ese preciso instante era una descarga eléctrica fulminante, del tipo interrogatorio del KGB.
―¡Increíble, señoras y señores, la campanilla sindicalista abandona su amada rutina para lanzarse en pos de la aventura!
Sin prestar atención a su provocativo saludo, a pesar de que, después de «zanahoria putrefacta», aquel era uno de los apelativos made in Sehun que más detestaba, Luhan deslizó sus pupilas por las recias botas de cordones y gruesas suelas de goma, los vaqueros desgastados que cubrían las largas piernas y la camiseta negra, desteñida por los lavados, que se ceñía ―de un modo muy favorecedor, tenía que reconocerlo― a aquel atractivo torso triangular, y se detuvo, por fin, sobre el rostro burlón.
―¿Qué pintas tú aquí? ―replicó de malos modos.
Antes de que él pudiera contestar, se acercó a ellos un hombre moreno excepcionalmente guapo, vestido con pantalones de bolsillos de corte militar y una camiseta verde de manga corta que dejaba al descubierto los bíceps abultados. El
recién llegado dejó caer su pesada mochila en el suelo antes de depositar un beso ligero sobre los labios de Luhan.
―Perdona el retraso, cariño, he tenido algunos problemas para facturar parte del equipo; la nueva secretaria de la cadena es una auténtica inepta. ―Se volvió hacia Sehun con la mano tendida―. ¡Hola! Tú debes ser Zhang Yixing...
Sehun le estrechó la mano con su habitual expresión reservada y lo interrumpió con sequedad:
―No. Yo soy Oh Sehun, su socio. Lamentablemente, han surgido imprevistos de última hora que le impiden estar aquí, y Yixing me ha pedido que fuera yo vuestro guía en su lugar.
«¡Imprevistos!», Luhan chasqueó la lengua con disgusto. «¡Caray, cómo odio esa palabra!».
El amigo de Baekhyun le lanzó una mirada irónica, como si pudiera leerle la mente.
―Encantado, entonces, Sehun. ―Jongin colocó un brazo sobre los delgados hombros de Luhan, atrayéndolo hacia su costado, y le dirigió una de esas sonrisas tan telegénicas que tenían encandilada a la población femenina de medio Corea―. Mira, te presento a Xiao Luhan, mi novio.
Justo entonces se percató de la presencia de un doncel morena, unos diez años mayor que Luhan, pero muy atractivo, que esperaba a su lado con cara de mal humor y se apresuró a presentarla también.
―Y el Do Kyungso, mi jefe, operador de cámara, realizadora, guionista... en definitiva: el cerebro y el corazón de mi programa, En tierras salvajes. Yo solo soy la cara bonita ―bromeó con esa candidez tan suya, que había sido una de las cualidades que habían conquistado a Luhan nada más conocerlo.
―A Luhan ya lo conozco. ―Sehun lo descartó con aparente desinterés, al tiempo que se inclinaba para darle dos besos al recién llegado. Los grandes ojos de doncel lo recorrieron muy despacio, con evidente aprobación, y el entrecejo de Luhan, a quien no le había pasado desapercibida aquella mirada admirativa, se frunció un poco más.
Había coincidido con el compañero de Jongin en más ocasiones de las que le habría gustado y, en todas y cada una, el moreno se había comportado como si el fuera un intruso que estuviera tratando de arrebatarle algo de su propiedad. Mosqueado por aquella actitud tan poco amistosa, le había preguntado a su novio y este había reconocido que ambos habían mantenido una larga relación que había terminado hacía poco más de seis meses, aunque sospechaba, añadió, que Kyungso aún seguía medio enamorado de él. Por el modo de decirlo, era obvio que aquella sospecha no le desagradaba lo más mínimo. Uno de los rasgos menos atractivos de su nuevo novio, en opinión de Luhan, era que disfrutaba sin medida de la adoración incondicional de las féminas y donceles , que caían rendidas de inmediato ante su atractivo aspecto de surfista californiano.
Cuando Luhan le insinuó con diplomacia que quizá sería mejor que cambiara de equipo, Jongin se negó en redondo. Kyungso era el mejor en lo suyo, afirmó con seguridad; incluso él era consciente de que su éxito actual en buena medida se lo debía a el, que lo había rescatado hacía dos años de un patético programa de testimonios en una emisora regional.
Teniendo en cuenta todo aquello, Luhan se dijo a sí mismo que debería alegrarle en el alma que Kyung el Hosco dirigiera su artillería en otra dirección; sin embargo, no le gustó un pelo el modo evaluador con el que examinaba el cuerpo del Mataperros.
―¿Os conocéis?
Jongin midió con la mirada al hombre moreno de aspecto reservado que sería su guía durante la expedición y, sobre la marcha, descartó la desagradable sospecha que le había asaltado durante unos segundos de que el tal Oh Sehun pudiera ser más
atractivo que él. Cierto que era unos diez centímetros más alto, pero su cuerpo, aunque no tenía un gramo de grasa sobrante y estaba muy bien formado, no podía compararse con el suyo; además, las cejas negras tendían a fruncirse en medio de su frente en un gesto huraño, muy alejado de la expresión afable y abierta que él se esforzaba por cultivar. Más tranquilo, el presentador flexionó el brazo derecho de forma que se marcaron aún más los bíceps poderosos, conseguidos a golpe de pesas en el gimnasio.
―Por desgracia, demasiado bien.
―No digas eso, Luhan, cualquiera diría que hablas con despecho de un viejo amante. ―Sehun alzó una de sus bien delineadas cejas, sardónico.
―¿Habéis sido...?
Luhan interrumpió a Jongin sin contemplaciones.
―¡Por supuesto que no! ¡Antes me haría el harakiri con un sacapuntas!
―el doncel protesta demasiado...
El pelirrojo le lanzó una mirada asesina antes de volverse hacia su novio para aclararle las cosas.
―Sehun es el mejor amigo de mi mejor amigo. Nos conocemos desde que éramos niños y ni siquiera entonces nos soportábamos.
―Pues no lo entiendo ―intervino Kyunso, colgándose del brazo del aludido con una sonrisita provocativa mientras comentaba en tono sensual―: Yo, en cambio, tengo la sensación de que Sehun y yo nos vamos a llevar muy, pero que muy, bien.
Antes de que a Luhan le diera tiempo a quitarse una de sus zapatillas, con estampado de animal print de cebra y punteras rojas, para estampársela en toda la cara, la exclamación de su novio puso fin a esa conversación que a él tampoco le estaba poniendo de muy buen humor.
―¡Ya están embarcando!
En efecto, la larga fila de pasajeros que hacían cola frente a la puerta de embarque en la que estaba anunciado el vuelo IB3140 con destino a Moscú había empezado amoverse.
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Te odio pero, besame
RomanceSehun y Luhan se conocen desde niños. Segun Luhan, lo suyo fue odio a primera vista, pero da la casualidad de que Baekhyun es la mejor amigo de ambos y estan condenados a verse a menudo. A pesar de que odia los imprevistos y las sorpresas, esta disp...