capitulo 8

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―Hoy recogeremos el campamento. ―Sehun rompió, por fin, el silencio.
―¿Ya volvemos? ―Al percibir algo parecido a la desilusión en su tono, él volvió a mirarlo con una ceja enarcada, pero no dijo nada.
―Me gustaría captar algunas imágenes de los patos esos de los que hablaste; los que suelen encontrarse más al sur. Por lo demás, creo que el material que tengo es más que suficiente. ―Kyungso le dio un par de palmaditas cariñosas a la cámara; saltaba a la vista que estaba más que satisfecha.
―Entonces, lo mejor será que nos pongamos en marcha cuanto antes. Se acerca una tormenta.
―¿Una tormenta? ―Incrédulo, Luhan alzó los ojos hacia el cielo que seguía tan azul y despejado como había estado durante los últimos días.
―Sí. Tormenta muy fuerte ―confirmó Quikil; era la primera vez que le oían hablar en español.
Como era habitual, cuando regresaron al campamento Kolia ya tenía listo el almuerzo, así que, en cuanto terminaron de comer, recogieron las tiendas y cargaron el trineo en un tiempo récord. Salvo el contratiempo con el oso por la mañana, hasta ese momento la expedición se había desarrollado sin incidentes. Sin embargo, las cosas empezaron a torcerse poco después; al parecer, los hados se habían cansado de su benevolencia. Llevaban una hora de camino más o menos cuando Quikil, cuya moto cerraba la marcha, tomó una curva un poco cerrada a más velocidad de la debida y el trineo derrapó ligeramente, con tan mala fortuna que uno de los patines golpeó contra una roca semioculta bajo la nieve y se partió por la mitad. El grito de advertencia del rastreador se escuchó con nitidez por encima del ruido de los motores. Sehun ordenó de detener la marcha en el acto y dio media vuelta para evaluar los daños. Tras examinar el trineo detenidamente llegó a la conclusión de que arreglarlo resultaba inviable, por lo que repartieron la carga entre las motos lo mejor que pudieron y lo abandonaron allí mismo. Aquel contratiempo les hizo perder más de media hora. Cuando al fin detuvieron las motos varios kilómetros al sur, Sehun examinó con atención el cielo en el que habían aparecido unas nubes amenazadoras, aunque aún muy lejanas, y decidió que sería mejor que Quikil y Kolia continuaran directamente al campamento y se encargaran de hacer los preparativos necesarios para enfrentarse a la tormenta mientras ellos terminaban de grabar.
Una vez que los dos hombres se pusieron de nuevo en camino, se volvió hacia kyungso: ―Ahí los tienes, Soo ―señaló el lugar donde varios millares de patos blancos y negros cubrían casi por completo más de medio kilómetro de la superficie congelada del lago―, una animada reunión de Bucephala clangula o porrón osculado.
―¡Jongin vete directo hacia aquel grupo de pájaros, quiero filmarlos alzando el vuelo! ―ordenó Kyungso, excitado―. ¡Va a ser una toma espectacular!
―¡Acuérdate de mantenerte siempre en el lado derecho de esos arbustos! ―le recordó Sehun, quien ya les había advertido en numerosas ocasiones de la fragilidad de la capa de hielo que cubría los lagos al llegar la primavera. El presentador alzó el pulgar y se alejó a toda velocidad hacia la impresionante aglomeración de aves que, en cuanto percibieron la amenaza, alzaron el vuelo al unísono en un remolino de alas y estridentes silbidos de pánico. Por unos instantes, el cielo se oscureció casi por completo en una imagen llena de belleza salvaje. Consciente de que la toma había sido todo un éxito, Jongin volvió hacia donde le esperaba el resto de la expedición y al comprobar que todas las miradas estaban clavadas en él no pudo resistirse y, olvidadas las advertencias de Sehun, empezó a hacer arriesgados derrapes de un lado a otro de la llanura congelada. Luhan tuvo la impresión de que el tiempo se encasquillaba y empezaba a avanzar al ralentí. Primero escuchó el grito de advertencia de Sehun, seguido por el chillido de pánico de Kyungso y el suyo propio, aunque este ni siquiera llegó a salir de su garganta. Unos segundos después, uno de los patines de la moto se hundía en el interior de la grieta que acababa de abrirse en la capa de hielo, igual que la boca de un monstruo de dentadura afilada. Haciendo alarde de unos reflejos notables, el presentador se arrojó de la moto en un intento desesperado de evitar que lo arrastrara con él al fondo del lago y rodó varias veces sobre la superficie helada antes de detenerse por fin.
―¡No te levantes!
Sehun corría a toda velocidad hacia él, pero, aturdido aún por el fuerte impacto contra el suelo congelado, el otro no le oyó. Jongin se levantó con dificultad; tan solo había dado un par de pasos tambaleantes, cuando un nuevo boquete se abrió bajo sus pies y lo engulló casi por entero. De manera casi milagrosa, en el último segundo logró aferrarse a un pedazo de hielo que aún no se había desgajado de la placa principal y permanecer a flote.
Sehun estaba ya a pocos metros. Al ver la expresión desesperada del presentador, comprendió que no sería capaz de aguantar durante mucho más tiempo y, sin pensarlo siquiera, se arrojó en plancha sobre el terreno. Horrorizado, Luhan lo vio deslizarse a toda velocidad en dirección al agujero, convencido de que en pocos segundos desaparecería bajo las aguas oscuras; pero, de pronto, con un movimiento tan rápido que su cerebro apenas fue capaz de registrar, Sehun sacó el afilado cuchillo de caza que llevaba siempre en una funda sujeta a la pernera del pantalón y lo clavó con todas sus fuerzas en el hielo. De manera casi milagrosa, el cuchillo actuó como tope, frenándolo en seco, y Sehun se aferró a él con todas sus fuerzas mientras sujetaba a Jongin con la otra mano para impedir que se hundiera en el lago.
―¡Luhan, la cuerda!
El grito de Sehun lo arrancó de aquel estado de estupor paralizante.
―¡Van a morir! ¡Oh, Dios mío, van a morir!
Escuchó repetir una y otra vez a Kyungso, quien, con la cámara al hombro, seguía grabando sin ni siquiera ser consciente de ello. Aquella cantinela enervante consiguió hacerla reaccionar, por fin. En dos zancadas, se plantó junto a el y, sin dudarlo, le arreó un bofetón que la silenció en el acto.
―¡No quiero oír más tonterías! ¡Si no vas a ayudar, por lo menos te callas! ―ordenó con fiereza, antes de empezar a buscar el rollo de cuerda que sabía que el Mataperros llevaba siempre en la moto.
«Lo de repartir sopapos se está convirtiendo en una costumbre», se dijo al tiempo que hacía uno de aquellos complicados nudos que había aprendido durante las prácticas en el campamento, «pero qué a gusto me he quedado, caray, creo que voy a tener que hacérmelo mirar».
En cuanto terminó, se acercó con precaución hacia el agujero por donde habían caído los dos hombres. Estaba a unos veinte metros, cuando un nuevo grito de Sehun lo detuvo al instante:
―¡Quieto!
―¡Estoy muy lejos! ¡Te recuerdo que no soy Búfalo Bill, precisamente! ―replicó avanzando un paso.
―¡Estúpido pelirrojo, como te acerques un milímetro más te las verás conmigo!
Luhan estaba lo suficientemente cerca para detectar la furia salvaje que distorsionaba sus rasgos, pero, al comprender que ésta estaba provocada por el temor de que le ocurriera algo, decidió no rechistar.
―¡Lanza el lazo como te enseñé y ata el otro extremo a la moto!
―¡Estoy demasiado lejos, no lo conseguiré!
―¡Por supuesto que lo vas a conseguir!
Comprendió que no había tiempo para discutir quién de los dos tenía razón, así que haciendo un esfuerzo para abstraerse en lo posible de la situación ―la posibilidad, más que probable, de que ambos murieran si el fallaba―, alzó el lazo con decisión y empezó a voltearlo por encima de su cabeza. Cuando pensó que ya había cogido la velocidad y el ritmo adecuados, lo lanzó con un fuerte impulso.
La cuerda cayó a más de cinco metros del objetivo y, al verlo, un sollozo de impotencia escapó de sus labios. ¿A quién quería engañar, caray? ¡Jamás lo lograría! Siempre había sido una torpe; durante los ensayos en el campamento no había logrado rodear la estaca con la cuerda ni una sola vez, ¿por qué pensaba que ahora, con semejante presión, iba a triunfar? Aquellos dos hombres iban a morir delante de sus ojos solo porque el había tenido la desgracia de nacer con dos manos izquierdas.
―¡Venga, pelirrojo, tú puedes!
Sus palabras de ánimo la arrancaron de aquellos negros pensamientos. Notó que el Mataperros le sonreía, a pesar de que le castañeteaban los dientes y tenía los labios de un tono azulado, y el apretó los suyos en respuesta.
«Soy un Xiao y los Xiao nunca nos hemos rendido ante las adversidades.
Voy a lanzar esta puñetera cuerda las veces que sean necesarias, voy a conseguirlo, aunque se me disloque el hombro y mi brazo salga volando, voy a ...» siguió arengándose a sí mismo, sin dejar de voltear el lazo al mismo tiempo. Estaba tan concentrado en el movimiento, que el mundo a su alrededor pasó a un segundo plano; en ese momento, tan solo existían el sonido de la cuerda al rasgar el aire y los dos hombres cuya vida dependía de su habilidad. Con decisión, giró la muñeca una vez más antes de lanzar el lazo con todas sus fuerzas.
De nuevo tuvo la impresión de que se producía una disminución del número de revoluciones en la secuencia temporal; el lazo voló en línea recta y, con una delicada
ondulación, se cerró en torno al cuello del presentador. Se quedó tan pasmado de haberlo conseguido que, por fortuna, se olvidó de tirar de la cuerda, lo que hubiera hecho las cosas más difíciles para Sehun, que se apresuró a colocarla por debajo de la axila de un Jongin semiinconsciente, con signos claros de hipotermia.
Reprimiendo el deseo de dar un salto y chocar los talones en el aire, Luhan corrió hacia la moto y ató la cuerda a un pomo que había en la parte trasera con un par de nudos seguros, antes de sentarse a horcajadas sobre el asiento. Nunca había conducido una motocicleta de ningún tipo y notaba que le temblaban las manos.
―Caray, caray ―lloriqueó, toqueteando con desesperación todos los botones que encontraba hasta que, por fin, después de dar una vuelta a algo que parecía una llave y apretar un interruptor de color rojo consiguió arrancarla. Luego giró la muñeca a tope como había visto hacer en las películas, pero aquel trasto no se movió ni un milímetro.
―¡Hay una palanca en el puño derecho del manillar, apriétala con el pulgar!
―Por fortuna, Sehun consiguió hacerse oír por encima del estruendo del motor.
Cada vez más nervioso, hizo lo que le indicaba y presionó la pequeña palanca hasta el fondo. La moto emitió un rugido ensordecedor y saltó hacia delante con tanto ímpetu que, asustado, soltó el acelerador de golpe y, en un acto reflejo, apretó el freno
con la mano izquierda con todas sus fuerzas al mismo tiempo. El vehículo se detuvo en seco, y si no hubiera sido porque se aferró al manillar con la desesperación de una garrapata sedienta habría salido despedida.
―¡Suave, pelirrojo!
Sin dejar de temblar, Luhan inspiró profundamente y trató de concentrarse. Apretó la palanca negra una vez más, en esta ocasión con mucha más delicadeza, y logró que el vehículo avanzara unos metros con suavidad. Sintiendo un profundo alivio, volvió la cabeza y vio que Sehun y Jongin estaban tendidos sobre el hielo fuera del agua, así que siguió avanzando, poco a poco, hasta asegurarse de que llegaban a un terreno seguro. Una vez estuvieron fuera de peligro, pulsó el botón rojo con firmeza, se bajó y corrió hacia ellos. El presentador seguía en el suelo, seminconsciente, pero Sehun, a pesar de que sufría violentos temblores y se movía con torpeza, había conseguido ponerse en pie. Estaba tan exhausto que casi no podía hablar, sin embargo, la sonrisa que le dirigió, acompañada de una mirada rebosante de ternura y admiración, estuvo a punto de hacer que Luhan se derritiera. Su primer impulso había sido abrazarlo con todas sus fuerzas, pero, de pronto, le entró una extraña timidez y se quedó parado.
―¡Necesitamos un refugio, casi tenemos la tormenta encima! ¡So, Luhan, rápido! ―Los dientes de Sehun castañeteaban con tanta violencia que resultaba difícil entender lo que decía, pero los dos donceless se pusieron manos a la obra al instante. La moto de Jongin hacía rato que había desaparecido bajo las gélidas aguas del lago y el equipaje con ella. Por fortuna, Luhan encontró en la otra la tienda de campaña grande y dos sacos de dormir, y estuvo a punto de gritar de alegría al descubrir también un infiernillo y un par de cartuchos de gas. Siguiendo las instrucciones de Sehun, que apenas podía mover las manos, entre Kyungso y Luhan instalaron la tienda al abrigo de una roca cercana. Tardaron bastante más de lo que lo habían hecho los hombres al montar el campamento, pero, finalmente, lo lograron y metieron el resto del equipo en el interior.
―Lo primero es hacerlo entrar en calor. Desnudadlo lo más rápido que podáis. So, tú también quítate algunas capas y te metes en el saco con él.
Luhan estuvo a punto de protestar, pero lo pensó mejor. Al fin y al cabo, hacía días que había comprendido que el Mataperros tenía razón: en realidad no amaba a Jongin, nunca le había amado; tan solo había estado enamorado de la idea de crear una familia. Entre el y Kyungso que, a pesar de que todavía no había pronunciado una palabra y de que las lágrimas rodaban sin cesar por sus mejillas, era capaz de hacer uso de las manos con bastante habilidad, consiguieron despojarle de toda la ropa, aunque tuvieron que cortar las prendas, rígidas y completamente congeladas tras la mojadura, con el cuchillo de Sehun. En un momento dado, Luhan se secó el sudor de la frente y con el rabillo del ojo descubrió al Mataperros de espaldas a el, desnudo por completo de cintura para abajo. Al ver aquellas nalgas morenas que parecían esculpidas en piedra ―saltaba a la vista que el muy... el muy... el muy exhibicionista no le hacía ascos a bañarse desnudo en sus vagabundeos por esos países exóticos a los que viajaba―, se vio obligado a tragar saliva un par de veces y a hacer un gran esfuerzo para arrancar la mirada de aquel derrière (como diría su madre) tan suculento.
―Ayúdame, pelirrojo.
De mala gana se volvió hacia él, pero, por suerte para su paz mental, ya se había puesto unos pantalones de piel de reno que pertenecían a Quikil que, al ser este bastante más menudo, se pegaban a sus muslos musculosos ―y a lo que no eran sus muslos musculosos― de una manera indecente. Procurando que no se le fueran los ojos, trató de concentrarse y entre los dos pusieron en marcha el infiernillo.
A pesar de que la tienda contaba con varias rejillas de ventilación, el ambiente se caldeó enseguida. Al poco rato, Sehun había dejado de temblar y el se había visto obligado a quitarse el anorak. Cuando la nieve que había puesto a derretir en una cacerola hirvió, Sehun rellenó una cantimplora, la envolvió en una camiseta y se la tendió a Kyungso que, obedeciendo sus órdenes, se había metido también en el saco de dormir y frotaba los brazos y el pecho de Jongin con las manos, en un intento de hacerlo entrar en calor.
―Está helado y no para de temblar. A veces murmura frases sin sentido.
Kyungso parecía haber perdido toda la seguridad en sí mismo que lo caracterizaba; su voz sonaba tan temerosa que Luhan comprendió que estaba realmente enamorada del presentador y no pudo evitar sentir verdadera lástima por el.
―Es normal, ha permanecido demasiado tiempo en el agua. ―El tono calmado de Sehun inspiraba seguridad―. Tenemos que conseguir que suba su temperatura como sea. Por lo pronto, colócale esto junto al cuello, luego repetiremos la operación en las axilas y en las ingles. Voy a preparar una sopa de sobre y trataremos de que tome un poco; sería mejor alguna bebida caliente y azucarada, pero no tenemos ni gota de azúcar.
En ese momento, una fuerte ráfaga de viento sacudió las paredes de la tienda de campaña. Al instante, se hizo el silencio en el interior y el miedo asomó en los ojos de ambos donceles.
―Tranquilos, la tienda está bien asegurada. La roca detrás y la moto delante nos servirán de protección contra el viento y la nieve. Racionándolos con cuidado tenemos provisiones para unos cuatro días. Lo mejor es tratar de relajarse y rezar para que la tormenta no dure demasiado. Mientras hablaba Sehun sacó el brazo por la apertura, rellenó la cacerola de nieve y, de nuevo, la puso a derretir encima del infiernillo. Cuando el agua empezó a hervir, le arrojó un sobre de sopa instantánea sobre el regazo y una ramita que había arrancado de un arbusto cercano
―Venga, pelirrojo, demuéstranos tus dotes de cocinero.
Contento de tener algo que hacer que le permitiera olvidarse por unos segundos de la ventisca que golpeaba contra el refugio entre gemidos terroríficos, Luhan vertió los polvos sobre el agua burbujeante y empezó a removerla con el palo de madera.
Cuando estuvo lista y tras enfriarla un poco, Sehun trató de hacer que Jongin tomara unas cuantas cucharadas de sopa con la ayuda de Kyungso; una tarea que no resultó nada sencilla. Incapaz de quedarse mirando sin hacer nada, Luhan se puso de nuevo el anorak y abrió la cremallera de la tienda. A pesar de que solo se asomó para coger un poco más de nieve para renovar el agua de la cantimplora que ya estaba tibia, las fuertes rachas de aire helado golpearon su rostro de forma dolorosa. Tan solo había una taza de aluminio que fueron pasando de uno a otro hasta que se acabó el caldo. Sehun y Luhan se turnaban para derretir nieve con la que rellenaban la cantimplora cada cierto tiempo, hasta que Kyungso anunció que notaba la piel de Jongin algo más caliente. Al oírlo, ambos suspiraron, aliviados. Ya eran más de las doce de la noche; afuera la tormenta seguía rugiendo con furia y Luhan, que seguía vigilando el agua de la cacerola, notó que se le empezaban a cerrar los párpados.
―Métete en el saco, pelirrojo, yo seguiré con eso.
Demasiado agotado para protestar, se metió en el saco que quedaba libre y se acomodó en el mullido interior con un jadeo de satisfacción. Estaba a punto de quedarse dormido, cuando una inesperada invasión de su intimidad la sobresaltó.
―¿Qué haces? ―murmuró, medio grogui.
―Querida araña patas largas, ¿no querrás que me congele ahí fuera? Acabo de colocar una última cantimplora llena de agua caliente en el saco de Jonginy voy a dormir un poco.
―¿Aquí? ―Ahora estaba completamente despierto y su voz sonó con un matiz agudo.
―¡Shh! Kyungso está dormido.
―¿Pretendes pasar la noche conmigo? ―susurró, agitado.
―Ya te digo.
―Pero...
―Hazme un hueco.
Incrédulo, lo sintió tenderse junto a el y escuchó el sonido que hacía la cremallera del saco de dormir al cerrarse de nuevo.
―¡No puedes meterte aquí! ―afirmó en un susurro impotente.
Se había vuelto hacia él, pero al instante comprendió que había sido un error; el Mataperros también se había colocado de costado y sus cuerpos quedaban a menos de diez centímetros de distancia.
―¡Silencio! Quiero dormir. ―Sin pedir permiso, pasó un brazo por debajo de su cabeza, de modo que el rostro de Luhan quedó apoyado sobre su hombro, y el otro por encima de su cintura―. No te importa, ¿verdad? Así estaremos más cómodos.
―Pero...
―Buenas noches ―musitó con desfachatez aquel... aquel... aquel invasor de sacos de dormir, tan cerca de sus labios que su aliento los acarició con la calidez de la brisa.
Apoyó la mano contra el pecho masculino en un intento de apartarlo y sintió su corazón, que latía tan rápido como el suyo propio, bajo la palma. Aún estaba tratando de decidir qué hacer, cuando notó que Sehun empezaba a olfatearle los cabellos y el cuello como un hurón.
―¡Deja de olisquearme! ―ordenó, indignado, aunque no alzó la voz.
―Hmm...
―¿Me has oído? ¡Sé perfectamente que después de una semana de baños polacos debo apestar, así que si no quieres morir atufado sal de mi saco! ¡Ahora!
―Me encanta tu olor, pelirrojo ―musitó el odioso Mataperros con la nariz hundida en su piel―. En realidad, toda tú me encantas.
―¿Qué dices? ¿Tienes fiebre? ―Alarmado, le colocó la palma de la mano en la frente para comprobarlo―. Tu temperatura es normal.
―¿Seguro? Me noto muy caliente. ―Apretó las caderas contra las suyas en un gesto inconfundible, pero Luhan estaba demasiado preocupado para notar sus indirectas.
―De verdad que me estás asustando, estás rarísimo. A lo mejor es una reacción postraumática por haber estado a punto de congelarte.
―Reacción postraumática ―repitió frotando la punta de la nariz contra su garganta―, eso debe ser.
―¡¿Y qué vamos a hacer?!
―No tiene remedio. ―Seguía olisqueando su piel a placer―. Estoy traumatizado desde el día en que te conocí.
―Definitivamente, has debido golpearte en la cabeza con una placa de hielo, creo que estás delirando. ―Frenético, Luhan se preguntó cómo iban a salir de semejante embolado.
―Hoy he comprendido que la vida es así ―le oyó chasquear los dedos―, un minuto estás y al siguiente has desaparecido. Ya es hora de que sepas lo que siento por ti.
Su mano, grande y cálida, subió por su costado, se posó sobre su pecho y tomó posesión de él con rotundidad.
―¡Caray, me estás metiendo mano!
Estaba tan asombrado por las palabras y los actos del Mataperros, de quien siempre había dado por hecho que lo detestaba en la mismo medida en que el lo detestaba a él, que era incapaz de reaccionar. Su cuerpo, en cambio, al parecer iba por libre porque no se le escapó el modo súbito en que su piel se erizó de millares de bultitos diminutos.
―¿Meterte mano? ¿Yo? ―Le acarició el pezón por encima del jersey con la yema del pulgar―. Tú sí que deliras.
Confundido aún por su inesperada osadía, Luhan trató de apartarse un poco, pero dentro de aquel saco tan estrecho resultaba imposible.
―A ver si lo recuerdo bien... ―le oyó murmurar y, sin darle tiempo de preguntarle qué era lo que tenía que recordar, Sehun sopló aire caliente cerca de su oreja antes de morderle con suavidad en un punto situado, exactamente, a dos grados suroeste del lóbulo. De inmediato, una serie de explosiones en cadena se sucedieron a lo largo de su cuerpo dejándolo exánime; pero sin darle ni siquiera un respiro para poder recuperarse, el Mataperros, implacable, siguió mordisqueándolo en ese lugar específico hasta que el, incapaz de seguir resistiéndose, ladeó un poco más la cabeza para dejarle maniobrar a su antojo.
―Oh, caray... ―suspiró.
Si Sehun no hubiera estado al borde de la locura, se habría sentido complacido al notar cómo su amado pelirrojo se rendía por completo ante su pericia; sin embargo, él mismo estaba tan excitado que en lo único en lo que podía pensar era en que si no fuese porque a menos de un metro dormían Kyungso y Jongin, lo haría suyo en ese preciso momento.
¡Oh, dioses! Por fin volvía a tener a su querida araña patas largas justo donde llevaba fantaseando desde hacía años, se dijo, enloquecido de deseo, mientras sus labios buscaban, hambrientos, el contacto de aquella boca sensual que lo atormentaba en sueños casi desde que tenía uso de razón. Entretanto, una aturdida Luhan seguía tratando de asimilar aún que el hombre que la besaba con aquel ardor arrebatador, como si quisiera absorber la esencia de su ser hasta la última gota, no era otro que el Mataperros. Experimentaba la inquietante sensación de que sus caricias habían despertado en su cerebro una memoria ancestral; de repente, sabía sin lugar a dudas qué parte de su labio superior mordisquear, y con cuánta fuerza, para hacerlo estremecer entre sus brazos; tenía una idea exacta del modo en que él la apretaría contra su cuerpo, igual que si quisiera fundirla con su carne, en cuanto introdujera la lengua en su boca y acariciara con la punta la piel húmeda del interior; estaba seguro de que solo tenía que enredar los dedos en los largos cabellos de su nuca y un gruñido ahogado surgiría de su garganta...
Cada vez que a cada una de esas causas le seguía uno de esos efectos se maravillaba ante aquel extraño instinto, hasta que el estruendo de la tempestad que golpeaba con fuerza en el exterior pintó en su mente una imagen, tan nítida como insospechada, que la dejó paralizado.
Al notar la súbita rigidez de su cuerpo, Sehun se apartó unos milímetros de sus labios.
―¿Qué ocurre?
La aspereza de su tono delataba la intensidad de su pasión, y al oírlo Luhan tembló sin control. Hizo un valiente esfuerzo, no obstante, para tratar de sobreponerse a esa nueva descarga de fuego líquido entre las ingles.
―¡Fuiste tú, Sehun! ¡Aquella noche! ―A pesar de que sonó como una afirmación, ni siquiera mientras lo decía era capaz asimilar semejante idea.
―¿Qué noche? ―preguntó él, en un intento desesperado de ganar tiempo, con una voz que sonaba mucho menos firme de lo habitual.
―Por favor, no lo niegues.
El matiz herido que impregnaba sus palabras le llegó al alma y se vio obligado a confesar:
―Sí, Luhan, fui yo... aquella noche.
A Luhan le daba vueltas la cabeza; incluso después de haberlo escuchado de sus propios labios, ni siquiera ahora era capaz de creerlo del todo.
―¿Cómo pudiste?
De nuevo, había más dolor que acusación en la pregunta y a Sehun se le encogió el corazón.
―¡No fue algo planeado! ¡Tienes que creerme! ―Las palabras brotaban atropelladas de sus labios; era preciso que el comprendiera―. Escuché lo que hablabas con Baekhyun en tu habitación y me juré que desbarataría ese plan descabellado fuese como fuese.
Por unos segundos el no supo qué decir, pero, aunque sentía un dolor sordo en el pecho, logró reponerse lo suficiente para decir:
―Desde luego lo conseguiste, pero ¿a qué precio?
Sehun enmarcó su rostro con ambas manos y, maldiciendo la oscuridad que reinaba en el interior de la tienda de campaña, que impedía que el leyera la sinceridad reflejada en sus pupilas, trató de explicarse:
―No fue como piensas. ¡Te lo juro! Minseok había bebido mucho y no dejó de presumir delante de mí de cómo iba a desvirgarte ―notó el respingo que dio al escuchar sus palabras, tan crudas, pero no le permitió apartarse; con su rostro
firmemente sujeto entre las manos continuó―: Le invité a otra copa y no paré hasta emborracharlo del todo. Cuando ya no podía ni andar, le acompañé hasta su habitación y le dejé roncando sobre la cama. Luego me dirigí a la casita de juegos dispuesto a contártelo todo; no pensaba ahorrarte el menor detalle desagradable, quería que no te quedara ningún tipo de duda respecto a la catadura moral de tu novio. Pero entonces...
―Se detuvo, incapaz de seguir adelante.
―¿Entonces? ―lo animó con un susurro.
―Entonces tú, preocupado por que pudiera pillar un resfriado, empezaste a desabrocharme la camisa mojada. ¡Joder, Luhan, era la primera vez desde que nos conocíamos que me tocabas de manera voluntaria! ¡No puedes entender lo que significó para mí! Y luego... Luego las cosas se descontrolaron.
Luhan revivió paso a paso, como lo había hecho cientos de veces a lo largo de los años, el modo en el que se habían descontrolado las cosas aquella noche fatídica y no pudo reprimir un escalofrío. Hasta que no pasó un buen rato, no consiguió recuperar la capacidad de hablar.
―Las cosas se descontrolaron, ¿eso es todo lo que tienes que decir?
―¿Qué quieres que te diga, joder? ―Ahora su voz sonaba llena de furia―. ¿Que fui incapaz de resistirme? ¿Que fue una noche perfecta? ¿Que nunca más he vuelto a sentir lo que sentí en esos instantes? ¿Que la llevo clavada en mis entrañas desde entonces? Puedes elegir la respuesta que más te guste y cientos más, todas ellas son correctas. Te quiero, Luhan. Siempre te he querido.
Sus palabras y, sobre todo, la sinceridad que latía en ellas la dejaron sin aliento. «Estoy soñando», se dijo. Sin embargo, la presión de las manos de Sehun sobre sus mejillas, su voz ronca y apremiante, el calor de su cuerpo tan cerca del suyo, en contraste con el frío que reinaba en el exterior del saco de dormir, le decían que no, que aquello no solo no era
un sueño, sino que era uno de los momentos más reales y trascendentes de su vida.
El Mataperros, nada menos. El odiado Mataperros, al que había detestado casi desde el momento en que lo conoció, acababa de confesar que fue a él a quien entregó su virginidad aquella noche de tormenta que jamás había logrado borrar de su memoria; que habían sido sus manos y su boca las que habían despertado en su cuerpo y en su alma esas increíbles
sensaciones que más tarde había buscado, en vano, en los brazos de otros hombres; que él era la sombra que llevaba persiguiendo desde que cumplió los dieciocho; que la amaba, que la había amado siempre...
De súbito, una ola de furia hirviente le subió desde el pecho hasta el cerebro,haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Estaba tan rabioso, que tuvo que apretar las manos ―que se habían transformado en puños ansiosos de golpearlo― contra los
muslos.
―¡Te juro que nunca, nunca te perdonaré! ―Las palabras salían a duras penas de entre sus dientes apretados― ¡No eres más que un mataperros mentiroso y rastrero que se aprovecha de la inocencia de las personas!
―¡Nunca planeé aprovecharme de ti, Luhan! ¡Tienes que creerme! Yo también era inocente, no fui capaz de controlar la situación. ―El detectó su angustia, pero no se dejó conmover.
―¡¿Y por qué nunca me lo dijiste?! ¿Por eso mantenías siempre esa calma que me sacaba de mis casillas cuando te metías contigo? Seguro que en el fondo te decías: «lo que no sabe este estúpido pelirrojo es que me he acostado con el, que lo he tocado de arriba abajo, que conozco todos los trucos para hacerla gemir...». ―Su voz se quebró, pero enseguida se repuso y volvió al ataque―: ¡Has tenido que disfrutar como un enano a mi costa con ese «secretillo» tan inocente! Debe molar guardarse semejante as en la manga...
Entonces se vino abajo por completo. Empezó a llorar con tal desconsuelo que Sehun, incapaz de resistirlo, la estrechó con todas sus fuerzas contra sí. Luhan forcejeó durante unos segundos, tratando de liberarse, pero no logró apartarlo ni un milímetro. Cansado, desistió de aquella lucha inútil y, con el rostro hundido en el cálido cuello del aborrecido Mataperros, dejó escapar un millar de lágrimas que ni siquiera sospechaba que guardaba dentro; por lo que pudo ser y no fue, o por el tiempo perdido o por... en realidad, no sabía muy bien por qué lloraba con semejante desconsuelo. Durante todo ese tiempo Sehun no dijo una sola palabra, tan solo la apretó contra él, sin dejar de acariciar los cortos cabellos hasta que los sollozos cesaron. Cuando los suspiros se fueron espaciando más y más, y volvió a reinar el silencio en el interior de aquel saco de dormir, que al igual que el capullo de una mariposa parecía aislarlos del resto del mundo, susurró en su oído:
―Te dejé una nota. Tú dormías y no quería despertarte. Si te soy sincero, no lo hice porque tenía miedo de que empezaras a mirarme con odio. Arranqué un papel de uno de tus cuadernos y te la dejé ahí, sobre las mantas donde yacimos.
Luhan no contestó. Sehun no estaba seguro de que le hubiera oído, pero decidió dejarlo estar. ¿Para qué seguir con las explicaciones? Estaba claro que el no le iba a perdonar jamás; lo más seguro era que en cuanto regresaran a Seul se negara a volver a verlo siquiera. Al pensar en los años vacíos que seguramente le aguardaban, sintió una angustiosa desesperación; no podía ni imaginar una vida sin la presencia de aquel pelirrojo que lo traía por la calle de la amargura, pero que era tan esencial para él como el aire que respiraba.
Justo entonces se le ocurrió que, tal vez, ya nunca más volvería a tenerlo entre sus brazos. Se le hizo un nudo en la garganta y lo apretó un poco más contra sí; lo besó en la frente y se dispuso a disfrutar del placer agridulce de abrazarlo quizá por última vez.

Te odio pero, besameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora