Capitulo 7

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Con todo el asunto de los oseznos, llevaban un retraso de dos días sobre el programa establecido, así que Sehun decretó que al día siguiente, a las seis en punto de la mañana, todo el mundo debía presentarse en el claro con el equipo listo. La traición de su novio, al que por cierto no le había dicho nada ―tan solo se limitaba a mirarlo con tal cara de odio cada vez que se acercaba a el, que Jongin, prudente, había optado por conservar en todo momento una distancia perimetral de seguridad de unos tres metros―, le había hecho olvidarse por unas horas de que el siguiente evento en el plan de fiestas era una expedición de varios días para grabar a los osos en su hábitat natural.


A Luhan la diminuta cabaña de troncos, con su estufa de leña y aquella ducha tan tosca, le había parecido el súmmum de las condiciones extremas; es más, se sentía muy orgulloso de haber logrado sobrevivir varios días en aquel primitivo alojamiento que, en su opinión, no tenía nada que envidiar a los de los colonos del lejano Oeste. Estaba deseando volver a Seul para contarles a Baekhyun y a Eunha sus aventuras con pelos y señales. De hecho, se imaginaba a la perfección sus expresiones de admiración al


escucharla... pero, claro, como de costumbre, el Mataperros había llegado con las rebajas y le había chafado el plan. Al principio, cuando Sehun comentó que iban a vivaquear durante unos días se había puesto muy contento. No sabía por qué aquella palabra, desconocida hasta entonces, le había sonado muy bien. De pronto, su cabeza se había poblado de imágenes de champán helado y montañas de caviar, y en su mente había empezado a sonar Living la vida loca. Por supuesto, en cuanto le explicaron su significado real ―dormir en tienda de campaña, sobre el suelo congelado y sin un mísero cuarto de baño civilizado en kilómetros a la redonda― sufrió una taquicardia. Había tratado de escaquearse de aquel espantoso proyecto una y otra vez; incluso le había prometido a Sehun que si lo dejaba quedarse en el campamento se comprometía a limpiar las tres cabañas de arriba abajo y a dejarlas como los chorros del oro. Desesperado del todo, hasta se había ofrecido a hacerle la maleta a la vuelta, pero había sido inútil. El Mataperros, con tan solo cuatro palabras, se la había sacudido de encima sin compasión:


―No puedes quedarte solo.


Así que ahí estaba, después de una cena espantosa ―en la que, para que todos supieran que estaba muy enfadado, aunque solo uno sabía por qué, no había dicho ni una sola palabra. Toda una hazaña que nadie imaginaría jamás lo mucho que le había costado llevar a cabo―, tratando de meter lo necesario en aquella ridícula mochila.


Miró de nuevo la larga lista que había confeccionado en los últimos días. ¿De verdad, pensaba aquel tipo odioso que le iba a caber todo ahí? Cogió una bolsa que había llevado en previsión de que no le cupieran todos los regalos que pensaba comprar en la maleta y empezó a llenarla también. Cuando terminó, contempló con satisfacción la mochila y la bolsa, llenas hasta los topes, y sacudió la cabeza con desdén; los hombres no tenían ni idea.

Cuando sonó la alarma del móvil, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse. Kyungso salió en ese momento de la ducha envuelta en una toalla y empezó a vestirse sin dirigirle la palabra.


―Estoy agotado y ni siquiera hemos empezado. ―Luhan sacudió la cabeza tratando de despejarse.


Aunque había hablado más para sí misma que otra cosa, Soo el Hosco, que acababa de terminar de enrollar su saco de dormir con una eficiencia envidiable, en esta ocasión se dignó a responder:


―Te quedan menos de diez minutos, niño pijp. Yo que tú aprovecharía, porque no creo que veas una ducha de cerca en varios días. ―Sin más, se subió la cremallera del anorak, cogió su mochila y el saco y salió de la cabaña. Aquella advertencia la hizo saltar de la litera, pero calculó mal y estuvo a punto de abrirse la cabeza con el cuerpo de hierro de la estufa.

Te odio pero, besameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora