3. RECUERDOS

878 63 52
                                    


—No me voy a casar, no lo quiero. ¡Yo te amo a ti!

La rubia tomó del cuello al joven frente a ella y lo beso con con desesperación. Buscaba algún tipo de consuelo en sus labios. Pero no sabía que cierto peliblanco se encontraba oculto detrás de un árbol, en el jardín, oyendo su conversación. Quién al escucharla, ahora tenía el corazón destrozado. Él la había seguido hace unos minutos, se arrepentía tanto. Pero al verla tan hermosa y radiante con ese vestido blanco, no lo pudo evitar. Su corsé de encaje guipury se ajustaba perfecto a su figura y su abundante falda que terminaba de ocultar su cuerpo. Su cabello se encontraba recogido, adornado por pedrería y perlas en el inicio de su velo de tul, que cubría sus hombros desnudos. Era una imagen digna de ver y que lo fascinó en cuanto la vio correr por el jardín contrario a la recepción. Pero jamás espero verla besar a otro hombre, eso ocasionó un profundo dolor en su pecho. Y esas simples palabras que salieron de sus labios, fueron espinas que se clavaron en su corazón. La miró y vio cómo las lágrimas rodaron por sus bonitas y sonrojadas mejillas. La joven se encontraba impotente de hacer lo que en verdad sentía.

—No lo permitiré, Elsa. No puedo ver como te casas con otro hombre. Te amo, no voy a dejarte. Vámonos, deja a tu familia e iniciemos la nuestra. Te lo suplico.

—Si, si. Por favor, llévame contigo. ¡No quiero vivir un infierno a su lado! ¡Maldita sea, lo odio!

—Tranquila amor, todo va a estar bien. Yo te protegeré.

Lloró y el joven para calmarla posó sus labios en los de la platinada, volviéndolo un beso dulce y embriagador. Dándole la seguridad que necesitaba y reclamando como suya. Prometió que huirían juntos y que serian felices. Todo ello frente a los ojos del peliblanco. A quien le habían roto sus sentimientos. Y para lo que ellos fue una promesa de amor, para el peliblanco fue una promesa de odio y resentimiento.

Jack escuchó atento la conversación. Jamás pensó que esa fuera la chica de la cual se había enamorado. El día que la conoció lo llenó de tanta ternura, que le provocaba deseos de hacerla inmensamente feliz. Él tenía toda la ilusión y sentimientos, y estaba dispuesto a conquistar su corazón. Y este día, ella había matado todos esos sentimientos. El ramo de rosas blancas entre sus manos fue el escudo perfecto para proteger su corazón, con sus puños había hecho trizas los pétalos, quedando destrozados y marchitos. Así como su corazón. En el fondo sabía que no estaba bien lo que hacía, pero el solo hecho de recordar las palabras de la platinada, hacía que lava pura corriera por sus venas. Se giró con resentimiento, deseando borrar esa imagen de su cabeza. Una vez lejos de ellos, tiró a un bote de basura el ramo de rosas junto con una carta que había escrito especialmente para ella. Bien. Si eso era lo que pensaba, él estaría complacido de hacer sus deseos realidad. Elsa sería su esposa y se encargaría hacer de ese matrimonio un infierno para ella.


Esa mañana el peliblanco despertó azorado, su subconsciente le había hecho una mala jugada recordando el día en que se prometió hacer infeliz a su esposa. El sudor corría por su frente. Y fue en ese momento que comprendió lo inmaduro que había sido. Reconoció que no estuvo bien el haber obligado a Elsa a casarse con él, pero el dolor lo había cegado. No soporto verla en brazos de otro hombre el pleno día de su boda. Al final, había impedido que los dos huyeran. Había alertado a Agnar y a su esposa de lo que planeaba su bella hija, y ellos avergonzados y furiosos con la platinada se encargaron de todo, manteniendo a Jack al margen de todo. Y en ese tiempo, él solo deseaba hacerla sufrir como ella lo había hecho.

Miró a Elsa, quien aún dormía sobre su pecho y que se aferraba a él como deseando que nunca se fuera. O al menos como lo hacía todas las mañanas. Se sintió culpable. A pesar de su comportamiento y su mal trato, ella estaba intentando solucionar las cosas, había dado el primer paso. Aunque ciertamente, lo desconcertaba lo que ella intentaba hacer. La seguiría, hasta descubrir que era lo que tenía planeado para ellos.

PERFECTA PARA MI Donde viven las historias. Descúbrelo ahora