5. REGALO

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Leyó la carta una y otra vez, cada ocasión, prometiendo ser la última. Pero la alegría y cosquilleo que sentía en su pecho le era tan grande que no podía evitarlo. Volvió a leerla, había llegado al punto de memorizar cada palabra.

Tembló. Esa nota la había dejado muy sorprendida. Estaba firmada como T. E, su cabeza dio mil vueltas sobre quien se pudiera tratar. Pero no conocía a nadie que coincidiera con esas iniciales. El ramo estaba precioso, le encantó. Pero cuando pensó en Jack, el miedo la invadió. ¿Cómo se lo explicaría? El nerviosismo corrió por sus venas, aún no había pensado en eso. Se había dejado hechizar por esas palabras, que había pasado por alto si su marido se llegara a enterar. Volvió a mirar la nota. Si Jack la encontrara la mataría, no literalmente, pero si estallaría en cólera.

Por un momento pensó en deshacerse de ellos, pero se vio incapaz de hacerlo. Las rosas eran hermosas y esa carta, le había gustado la sensación que tuvo al leerla.

Decidió guardarla entre las páginas de uno de sus libros favoritos y lo subió en un estante. En cuanto a las rosas, se quedarían ahí. Su esposo nunca entraba a su estudio, no creía que en esta ocasión tuviera la maravillosa idea de visitarla. Eso esperaba. Por si las dudas, cerraría bien la puerta.

Salió de la habitación y buscó a su nana. Tenía que hablar con ella.

—Nana —le llamó al encontrarla en la cocina.

—Mi niña, ¿qué pasa?

La tomó de su mano y la llevó a otra habitación, un lugar donde no la escucharan. La sentó en un sillón y ella se colocó de rodillas frente a ella.

—¿Qué es esto, mi niña? ¿Un interrogatorio?

Elsa sonrió. Mientras mordía su labio.

—Si, nana. Ahora, dime, ¿qué sabes del ramo de rosas?

—Qué es hermoso.

La platinada sonrió nuevamente.

—Aparte, ¿sabes quién lo trajo?

—No mi niña, te lo dije. Un chico, supongo que era un repartidor. Pero no tengo idea de quien lo pudo enviar.

—Tenía esperanza de que lo hubieras visto.

—Lo lamento mi niña, pero no es así.

—Esta bien. ¿Te puedo pedir un favor?

—Por supuesto.

—Podrías no comentarle nada de esto a Jack. No quiero que sea motivo de una nueva discusión.

La mujer, le acarició su mejilla. No entendía como Elsa podía seguí con Jack después de todo. Era era un buena persona con un gran corazón. Debía amarlo tanto. Solo esperaba que Jack reaccionará antes de que pudiera perderle. Ese arreglo no le daba buena espina, podía ser el comienzo o el fin de algo.

—Yo no sé de qué ramo me hablas, mi niña. Todo el día he estado en la cocina. No he visto algo parecido en esta casa.

Elsa sonrió y la abrazo.

—Te amo, nana. Muchas gracias.

Por su parte Jack se encontraba en su oficina. Se sentía cansado, frustrado. En parte era por el trabajo, pero sabía que lo que más lo atormentaban era la indiferencia de Elsa. No soportaba estar así con ella y más sabiendo que era su culpa. Esos pensamientos rondaban por su cabeza una y otra vez. Haciéndolo sentir fastidiado.

Cansado se alejó de su computadora y se recostó en el respaldo de su asiento de cuero. Frotó sus puños en sus ojos y soltó un bufido enfadado. Tenía que hacer algo. Fue entonces cuando un castaño entró a su oficina.

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