Theo

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   La Capucha Roja ha tenido muchos asuntos que atender desde que regresó a Beacon. La mayoría de los cuales solo se han puesto en marcha en las últimas cuarenta y dos horas. Sin embargo, no le importa, piensa que hace su recompensa mucho más dulce. 

   Las reuniones son algo gracioso. 

   Ha sabido dónde estaba el hombre casi desde el momento en que volvió a pisar Beacon, pero no se ha permitido un momento hasta ahora. Demasiadas cosas que hacer, solo con él mismo en quien confiar. Sin embargo, no importa, no es como si el tipo fuera a ir rápido a ningún lado en estos días. 

   Él escala la cerca hacia Eichen, arrojando dos pequeños discos de su chaqueta que se adhieren a las paredes, justo debajo de las cámaras. Parpadean una vez para indicar que el video está en bucle y que está a salvo de miradas indiscretas. 

   El teclado en la puerta trasera es bastante fácil de engañar. Una pequeña sacudida de un descifrador en su teléfono la abre de golpe para él, y se desliza dentro silenciosamente. Sus botas golpean suavemente contra el piso de baldosas mientras se mueve a través del edificio, entrando en los rincones y puertas abiertas para evitar al personal de Eichen. Odia la forma en que huele todo este lugar: estéril y demasiado limpio. Es casi suficiente para hacerte olvidar los gritos. 

   En cuestión de minutos ha navegado por el mapa que tiene en la cabeza y se detiene frente a una puerta cerrada marcada PRIVADA. Puede ver a través de las rejas en la pequeña ventana que el ocupante de la habitación está en casa, y solo. Él sonríe. Es casi demasiado fácil. 

   Él abre la puerta de la misma manera que el portón y se desliza en un susurro. El tipo está sentado junto a la ventana, cabeza inclinada hacia un lado de la silla, ojos cerrados. Si no supiera nada mejor, pensaría que el tipo estaba durmiendo. Pero él sabe de primera mano que los monstruos no duermen. Al menos no este. 

   Los ojos del hombre se abren de golpe una vez que él llega al borde de la silla, dedos sobre el respaldo. Se ensanchan hacia él. 

   —¿Quién eres? 

   —Hola, Marcel. Ha pasado algún tiempo, ¿sí? 

   Los ojos del viejo se entrecierran. 

   —¿Quién eres? —repite, mirando al intruso—. ¿Te conozco? 

   —¡Por dentro y por fuera! —se ríe, y sabe que es un poco maníaco por la forma en que los ojos de Marcel se dirigen hacia la puerta. Capucha Roja mira alrededor de la habitación una vez, luego se estira para quitarse el casco. Él observa el reconocimiento florecer, supurar, y luego caer en picado hacia el miedo y la confusión. 

   —¿Qué? ¡Eso es imposible, estás muerto! —sisea Marcel, y eso lo hace reír nuevamente. 

   —Y sin embargo aquí estoy —sonríe, frotando el rastrojo de su mandíbula. Todavía está un poco adolorida de la pelea de ayer. El Chico Maravilla de verdad daba un golpe duro—. El milagro científico de la naturaleza. Es lo que ustedes tres siempre quisieron que fuera, ¿verdad?

   —¿Cómo…? —Marcel lo mira fijamente, mandíbula floja mientras sus dedos se clavan en los brazos de su silla. Hay una furia fría en sus ojos que le es familiar, pero que ya no es aterradora. No como solía ser antes. 

   —Supongo que finalmente tienes una cosa bien, Doc —se burla Capucha Roja, cayendo a la altura de los ojos del hombre—. Es una pena que no te hayas quedado para averiguar si tu pequeño experimento funcionó. 

   —Volamos el laboratorio —todavía suena incrédulo. La Capucha Roja entiende, de verdad—. ¡Y tú y tu hermana con él

   —Acerca de eso… —sus labios se despegan en un gruñido cruel mientras se acerca, hundiendo la espada que había estado ansioso por usar los últimos diez minutos en el costado del hombre. Sus viejos ojos grises se ensanchan, y un aliento sale de él—. Tara le envía saludos. 

   Su corazón da un brinco como si fuera una confirmación de sus palabras y un peso se levanta de él, de el corazón de ella, mientras él ve desaparecer la luz de los ojos fríos y sin vida del cirujano.

three steps from the ledge | Thiam {Español}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora