04 - Invitados

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Como Loreto tenía dos dedos de frente, informó sobre el lamentable estado del plato de ducha del cual ella disponía. Y hubo sorpresa. Padre y madre aceptaron que aquel atentado contra la salud de su hija podía salirles caro, con lo cual accedieron a buscar un método alternativo. No disponían de tiempo para hacer una limpieza a fondo, así que se tuvieron que plantear el que ella se duchara en otra estancia o rincón disponible. A raíz de ésto, le habían concedido esa falsa ilusión de libertad y la habían dejado salir del cuarto, mas no era complicado observar que su acceso a determinadas áreas de la mansión estaba tajantemente prohibido. Restringir el paso a su antiguo cuarto le resultó, cuanto menos, extremadamente curioso, por no decir directamente sospechoso. Como era de esperar, eso sí, la puerta de entrada estaba cerrada con llave, y escapar por donde había venido era obviamente inútil. Agradeció la ausencia de un gran hermano tras ella: no tenía un encargado de vigilarla, orbitando alrededor de ella cual satélite. Con todo, no quiso crearse falsas expectativas, algo le estarían ocultando.

No le dieron apenas tiempo de revolotear: si había salido del cuarto de invitados, era para tener un baño en condiciones. Su padre la llamó al patio interior. Era una zona al aire libre, sin techo pero rodeada de cuatro muros. Rayitos de sol se escapaban por filos que dejaban las nubes que tachonaban un gris cielo de otoño. Las enredaderas trepaban las paredes y la vegetación se escapaba de los tiestos, invadiendo el suelo pétreo. Desde que el caserón había sido construido décadas atrás, el musgo había tenido tiempo para infiltrarse por los bordes de las baldosas de pizarra, e independientemente de la estación, el patio se mantenía frondoso y, casi con total seguridad, se podía afirmar que era la parte con más vida de toda la mansión.

...Indignación, si es que acaso el término era lo suficientemente amplio como para recopilar todas las emociones que en ese momento se le agolpaban en la cabeza, era lo que estaba sintiendo. Allí lo que había era un barreño cutre colocado en el suelo, y su padre lo estaba llenando con una manguera que expulsaba chorros de agua caliente y vapor. Había sacado además la típica silla de esparto y puesto en su respaldo la ropa que Loreto debía ponerse una vez finiquitada su tan esperada tarea. Disponía también de un par de toallas para estar totalmente servida.

—Será verdad...

—No hay más remedio.

—¿De verdad no me vais a dejar entrar en un cuarto de baño normal y corriente? ¿Tener una ducha normal?

—N-no...no puede ser. No te podemos dejar, Loreto.

—Estamos a mediados de octubre.

—Y tú no estás para quejarte de lo que puedes o no puedes hacer—le recordó.

—¿Y no puede ser adentro? ¿Donde no haga tanto frío?

El pobre hombre dio un suspiro antes de continuar con la discusión.

—No va a poder ser, tu date prisa y ya está. Estamos en la segunda semana de octubre, a dieciocho grados. Podría estar lloviendo a cántaros como hace un par de noches, pero tienes suerte de que el cielo sólo esté cubierto.

Y dicho lo cual, soltó la manguera, cortó el agua y se fue de allí.

—No pilles un resfriado, hazme el favor.

No hubo más que hablar y Loreto hizo lo propio.

Regresó no mucho más de un cuarto de hora más tarde. Lo que llevaba puesto no venía a cuento: ropa más arreglada de la cuenta, porque la ocasión así lo necesitaba. Ello implicaba haber abandonado su chaqueta y todas sus pertenencias en la silla del patio. Aparte de eso, su madre se encargó ella misma de maquillarla personalmente (una vez más, ¿a cuento de qué?) sin que Loreto tuviese oportunidad alguna de mirarse y comprobar el resultado.

Loreto bajo controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora