09 - La araña

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Lourdes se quitó las gafas tranquilamente y las tuvo entrelazadas entre los finos dedos mientras caminaba por detrás de la mesa, desatándose el moño por el camino. Apoyó la muñeca, soltó las gafas. Se peinó a un lado el cabello, se rascó la nuca.

Lourdes estaba agitada. Loreto lo estaba más. Ambas, sin embargo, mantenían la compostura como mejor podían.

—Mira, chata, esto se ha complicado más de lo que me gustaría.

Hablaba aparentando perfecta naturalidad, sin nada en su voz que la delatase. A lo mejor esa mirada flagrante, esa pupila que bailoteaba y tiritaba de forma casi imperceptible demostraba un deje de...inquietud, nervios. Malditos y puñeteros nervios. Saber que la había sacado de quicio no era realmente buena señal, pero al menos, ello significaba que la tenía contra las cuerdas...a lo mejor.

—No me esperaba que fueses a descubrir el contrato. No ya que supieras de su existencia, sino que además lo encontrases.

—Tú misma me lo dijiste—habló Loreto con rapidez mientras guardaba el mechero en el bolsillo de la chaqueta, tenía que encontrar una excusa—, en...en el coche. Me dijiste que podías...hacerme todas las putadas que quisieras, siempre y cuando me mantuvieses con vida. "Ese es mi contrato". Lo dijiste.

Lourdes arqueó una ceja y se rascó la nuca de nuevo. ¿De verdad había sido descubierta debido a tal desliz de información? ¿De verdad Loreto había sido lo suficientemente lista como para unir esos puntos sin haber visto físicamente el contrato? Sospechoso, muy sospechoso.

—Te crees lista, Loretito. Pero ese cuento es una patraña, y lo sé en cuanto te diriges directamente a tu cuarto y abres el armario. Tú sabías perfectamente a lo que ibas.

—¿Cómo has...?

—Mis amiguitas—Lourdes abrió la palma de su mano, mostrando cómo brotaban arañas de ésta—me lo cuentan todo.

—...No, yo solo deduje que estaba allí—soltó Loreto otra mentira de las dimensiones de un piano de cola.

—¿Por el Taumaturgo?

—Así es.

Lourdes ya estaba empezando a cansarse. Guardó el contrato en un cajón, bordeó la mesa y dio un paso hacia Loreto, quien se quedó clavada en el sitio para evitar ser descubierta: no podía dar a conocer que era consciente de la existencia de la regla de los cinco metros. La tensión le ayudó a mantener el pulso firme y los pies en la tierra.

—El Taumaturgo es un recuerdo amargo para tí...yo lo sé, y tus padres lo saben. No debías haberte acercado a la caja...

—Mis padres no saben cómo me siento, nunca lo han sabido.

Lourdes dio un segundo paso, además de que Loreto tuvo la sensación de que el despacho se estaba encogiendo y regresando a sus proporciones normales. Pronto habría menos de cinco metros entre ellas.

—Tú...has visto el contrato, ¿verdad, chata?

Loreto negó y renegó con la cabeza, al tiempo que su espalda chocó contra la puerta que tenía tras de sí. El muro entero se estaba desplazando hacia la mujer de fríos botones, y tanto la víctima como la agresora estaban a punto de colisionar. Estaban ya a una distancia peligrosa, no había tiempo para pensar. Loreto no pudo reprimir el instinto, ya fuese de supervivencia o de asesina, y lanzó el cuchillo con el objetivo de apuñalar a la mujer que tenía delante. La enemiga hizo inconscientemente el amago de cubrirse ante el ataque, perdiendo la concentración al sentir cómo el filo del arma le había rasgado el dedo de la mano.

Lourdes lanzó un pequeño grito de dolor, se miró la mano izquierda. La uña del dedo corazón estaba inundando sus surcos de sangre. Miró aquello con curiosidad, mezclado, quizá, con tristeza, puede que incluso nostalgia.

Loreto bajo controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora