08 - Contraataque

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Silencio. Loreto se levantó con presteza y tomó su chaqueta y sus botas aprisa. La puerta del dormitorio crujió al abrirse.

De nuevo, respondió el silencio. Un silencio propio de las catacumbas más profundas, de la noche más oscura. Lara no había gritado. En aquel apartamento pareciera que no hubiese nadie.

Allí olía a sangre. Y muy fuerte.

No quería moverse de su sitio, se mantuvo parada no supo cuanto. Puede que realmente estuviera así solo unos segundos, pero su cerebro avanzaba a toda velocidad, le llegaban demasiadas señales y mensajes a la mente y se sentía sobrecogida. Había perdido el control del paso del tiempo. Prefería divagar sobre si lo que recibía su sentido del olfato era realmente el hedor de la sangre, en vez de entrar ahí y confirmarlo, mas al final no pudo seguir aplazándolo, y avanzó, eso sí, muy lentamente. Tenía las articulaciones tensas, le dolía cualquier leve movimiento que ejecutaba. Duró una eternidad en dar el único paso que necesitaba para pasar al pasillo, respirando entrecortadamente, o directamente aguantando el aire en los pulmones. Ya no oía, ni siquiera veía realmente lo que estaba haciendo. Todo sus sentidos se habían volcado de lleno en la peste que emanaba cerca de su posición.

Sin pausa, pero a una velocidad imperceptible.

El hedor a sangre era cada vez más insultante, más cercano.

La cocina estaba encharcada. No se habían molestado en limpiarla y rezumaba un persistente hedor a sangre, brillante y sin pudrir. El diminuto conejo blanco seguía en su jaula, níveo como él solo, puro y completamente impecable. De alguna forma, el corte perfecto que tenía a lo largo de toda la mandíbula, de un escarlata intenso, no había ensuciado aún la superficie de su celda. No había tenido escapatoria.

Loreto se percató de algo terrible. Si la herida del conejo no desprendía todavía un hilo siquiera de rojo, si además el escarlata era intenso...eso quería decir que habían acabado con él hace poco. Hace nada.

Loreto se preguntó si no había nadie más en la casa. Quiso preguntar en voz alta, como si fueran a responderle, pero las palabras se le quedaban atoradas en la garganta y se escondían con pánico entre las cuerdas vocales, mientras le apretaban con fuerza la yugular.

Miró de nuevo al charco bermejo, que apenas había comenzado a resecarse, oscureciéndose paulatinamente, coagulándose y tomando un matiz a podrido que revolvía las entrañas. ¿Era de Lara todo esa...? No, no debía ser posible, no había cuerpo humano que soltase tal cantidad de rojo.

Las suelas de las botas estaban ya bañadas en un profundo carmín, navegando a través de un pequeño lago burdeos. Casi por inercia, dirigió la mirada al fregadero, donde Lara había dejado limpio el cuchillo que habían usado previamente por motivos secretos. Lo tomó entre los dedos, hizo bailar el mango por la palma de su mano y se lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta.

Allí no había nada más aparte de aquella grotesca escena, por lo que regresó al corredor, dejando tras de sí el rastro de la sangre con cada paso. La puerta del salón estaba entreabierta, emanando de ella amenazantes tinieblas y un rumor, un cuchicheo, el ligerísimo sonido de algo arrastrándose, desplazándose en esa negrura. Se asomó, primero el la hoja del puñal, luego sus ojos asustados.

El desorden que había allí era lo de menos. Arriba había tejida una tela de araña, inmensa, que ocupaba la totalidad del techo, y ella colgaba un fino hilo del que pendía una envoltura, un capullo, una presa. Loreto no tenía tiempo para procesar el terror. La situación la paralizaba, pero el corazón, frenético, la instaba a moverse. El capullo se mecía, intimidante. Loreto lo rajó con dificultad, dejando salir el cuerpo de su amiga, que no reaccionaba. Podía observar cómo su pecho subía y bajaba, lenta pero pausadamente. Vivía, pero alguien tenía que atenderla. Tenían que atenderla un médico ya. Lara no llevaba el móvil encima, y en el caos del salón era una ardua tarea ponerse a buscar nada, todavía más en medio de aquel entuerto. Loreto dejó el cuerpo sobre el sofá e imploró porque no le pasase nada.

Loreto bajo controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora