07 - Plan

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 —Mira, no sé que te ha pasado mientras estabas fuera, pero me lo tienes que contar.

Loreto estaba petrificada en el sofá, esculpida en el mayor de los mutismos. Había revisado toda la ropa que llevaba puesta y había examinado todos y cada uno de sus pliegues, pero no había ninguna otra araña acechando. También había conseguido convencer a Lara de que lo contaría todo cuando se viese en condiciones de hacerlo, pero el chicle se termina rompiendo por mucho que se quiera estirar. Las horas se habían sucedido desde que regresara de su traumática experiencia entre los cuatro muros de un coche, una barca capitaneada por su Caronte particular. Da igual cuanto tiempo pasase, persistía la sensación de estar encerrada. Ya fuera un coche, la cabina de un ascensor, una cajetilla de tabaco. Esa noche soñaría con estar atrapada en el maletero, y no es una corazonada que ella tuviese, sino un hecho que iba a tener lugar.

Lara se había ofrecido a dormir en el sofá, en pos de que su amiga pudiese disfrutar del sueño reparador que otorga una cama de verdad. Dicho ofrecimiento fue rechazado, y a las tantas de la madrugada Loreto había abierto los ojos y respiraba intensamente por culpa del terror. La idea del maletero cerrado a cal y canto se asemejaba demasiado a la de un ataúd ya enterrado, y su mente ya la había empezado a inducir el pensamiento y la sensación de que se estaba quedando realmente sin aire. Tumbada en el sofá del salón, con la mirada fija en un techo sumido en las sombras. Solo llegaban rumores del exterior, algún vehículo de paso mientras las agujas de algún reloj lejano rozaban las casi cuatro de la mañana.

Loreto y el insomnio ya eran viejos conocidos llegados tal punto. Se incorporó para hacerle hueco al invitado y que pudiese elegir un buen asiento en el oscuro sofá. Estuvieron juntos el resto de la velada, una lenta, sepulcral. De la ventana llegaban las luces y sombras que proyectaban los semáforos y los vehículos. Éstos últimos venían acompañados con el clásico murmullo de los motores, resultando en una banda sonora a la que el oído de la señora de la noche terminaba por interiorizar. Con el corazón en una mano, Loreto intuía esas arritmias cardíacas que tanto la preocupaban. Un órgano que temblaba por un porvenir incierto. Unos ojos que ya se habían viciado a mantener la vista fija a cada silueta o brillo fulgor que los faros de los coches hacían desfilar por la fenestra. Todo mientras ella cabeceaba, somnolienta a la par que inquieta. El tiempo terminó por hacerla caer rendida sobre el acolchado. Las ojeras subsecuentes pregonaban la maldita noche que había tenido que pasar, y Lara no lo pasó desapercibido.

—¿Cuánto?

Loreto se limitó a beber su taza de café para desayunar. Estaban ambas sentadas en la mesa de la cocina, pero el hecho de que una estaba enfrente de la otra resultaba en una clave visual similar a la de un interrogatorio.

—¿Cuánto tiempo has dormido, Lore?

Dio un pequeño sorbo.

—Al final he dormido algo.

Lara se planteó seriamente echarle un sermón en aquel mismo momento, pero se mantuvo en el papel de compañera paciente.

—Estoy esperando a que hablemos.

—...Ya te contaré.

Dicho esto, Loreto se puso en pie, dispuesta a abandonar la cocina, no sin antes detener la mirada en la pequeña mascotita de su amiga. El conejo estaba en su jaula, seguro a la par que cautivo, contenido en centímetros cuadrados que por mucho espacio que tuviese una criatura de su tamaño acababan asfixiando. Estaba temblando, era capaz de percibir su miedo. Había devorado una zanahoria aprisa, inquieto por una ansiedad que no aminoraba. Ambos seres se ojearon entre sí, como iguales.

—Lara, algo le pasa a...¿cómo se llama?

Lara levantó la mirada de su desayuno, viendo que se refería al conejito blanco.

Loreto bajo controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora