Capítulo 39: Blossom.

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De un momento a otro pareciera que el invierno comenzaba a migrar, y los días fríos se esfumaban poco a poco. Los pequeños rayos de luz se infiltraban en la ventana a primera hora de la mañana y a eso de la tarde la ropa cálida ya era un estorbo.

Seungcheol caminaba sin énfasis por el pavimento de su calle. Con las manos ocultas en los bolsillos y en su hombro derecho cargaba su despojada chaqueta.

Un pequeño brillo en el suelo llamó su atención a centímetros de distancia. 
Entrecerró los ojos para una mejor visión y ligeramente se agachó.
Tomó entre sus dedos aquél objeto metálico. Una moneda.

Observó de lado a lado para visualizar un posible dueño. Solo.

Silbando, lo metió a su bolsillo. 

Siguió su caminata. 

Pero a tan sólo dos metros más, otra moneda del mismo valor se encontraba perdida en el asfalto. 

Hizo una mueca de extrañes y la tomó.

Posiblemente el destino le quería regalar unos centavos, se sentía un poco afortunado. 

Siguió.

No duró mucho, sus pies se detuvieron.

Un billete. 

¿En serio?

Los ojos del personaje icónico impreso en el le miraban directamente.

Antes de tomarlo, pensó dos cosas.

O el señor destino estaba siendo amable con él. O estaban siendo la carnada y él el objetivo para llegar a la boca de algún depredador. Absurdo pero sospechoso.

Dobló el billete y por tercera vez lo metió a su bolsillo.

Con la cabeza concentrada en el suelo, siguió caminando.

Otro billete.

¿Qué rayos? 

Dobló la esquina para entrar a la calle de su departamento.

Monedas y unos pocos billetes de igual forma tirados a medio paso.

Miró frente suyo.

Pequeñas cantidades de dinero se deslizaban de una bolsa rota en la parte inferior.

Seungcheol inmediatamente reconoció aquella persona.

La señora dueña del complejo de departamentos en el que vivía. Estatura baja y sus cabellos blancos que mostraban años de vida, probablemente unos setenta y tantos, quizá rozando los ochenta. Seungcheol la conocía de toda la vida, incluso antes de que aquellos cabellos nevados hicieran presencia. 

—¡Disculpe!

Llamó a la señora, quién cargaba en sus dos flacuchos brazos bolsas del supermercado.

[…]

—Oh, está bien si dejas las bolsas en la barra de la cocina.

Seungcheol entró a la plaza de la señora. 

Distinguió de inmediato una diferencia abismal entre cómo conservaba su departamento en comparación con el suyo.

La sala limpia, impecable, con fotografías decorando cada pared rosa. Masetas, viejas grabadoras y los sofás adornados con tejido hecho a mano. Había un combinación de olores, a café de la mañana, cremas de frutillas y a comida a punto de querer ser servida. 

Seungcheol se dirigió a la cocina y dejó las bolsas del supermercado de la señora Kim.

—¿Te vas? ¿Por qué no te quedas a comer? Ya casi está lista la comida.

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