Capítulo 14

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Narra William.

La mire de reojo mientras conducía. Su cabello rojizo algo ondulado caía hasta sus hombros. Podía ver su rostro de perfil. Su nariz respingada y sus labios, rojos por naturaleza, ni tan gruesos ni tan delgados. Sus pestañas eran largas y espesas, por dentro ocultaban unos ojos cafés, algo extraños, sentía que me miraba y al mismo tiempo no lo hacían, pero seguramente solamente era mi imaginación.

De alguno modo, no se cual, se me hacia conocida. Seguramente la había visto en otras fiestas o reuniones, pero había algo, algo que tenia y hacia que se me hiciera mucho más conocida que un rostro entre la multitud.

Sonreí y concentre mi mirada en el camino.

Era bonita. Había atraído mi atención desde el primer momento en que pose mi mirada en ella. Con un vestido naranja muy informal para la ocasión. Resaltaba entre el montón de personas vestidas formalmente. Su cabello estaba atado en una coleta alta y desordenada. Su maquilla mayoritariamente negro la hacía ver misteriosa y fuera de lugar. Su cuerpo impresionante era debido a que era animadora. Y por impresionante no hablaba de un gran trasero o una gran delantera. Simplemente era delgada y con figura.

Me había equivocado, no era bonita, era hermosa y divertida, a simple vista era una chica perfecta para mí.

De pronto sentí su mirada clavada en mí.

Sonreí.

Con solo saber que era lo suficiente bueno, de algún modo, para que me mirara mi ego crecía.

— ¿Qué pasa? —pregunte interrumpiendo ese silencio que nos rodeo al subir al auto.

—Nada —volvió su cabeza a la ventana.

Suspire tratando de ocultar mi frustración.

La había juzgado mal, no sería fácil meterme en su cabeza para luego meterme en su corazón. ¿Esperen? ¿Yo dije eso? No. Yo no la quería como algo más que una amiga. No. Hace un par de años había dejado de creer en el amor.

Pero, entonces… ¿por qué la había invitado a mi casa? Si ella venia a Montecarlo a mi no me tendría que importar.

—Fue divertido cocinar contigo —me obligue a apartar mis pensamientos y sonreí al recordar nuestra pequeña pelea de harina.

—Si —me miro. —No eres un buen cocinero —rio.

—Lo sé —reí con ella. Había quemado las salchichas que me había dejado a cargo de vigilar.

Nunca me había molestado en aprender, tenia cocineros que hicieran eso por mí, y en unos años tendría una esposa que lo hiciera si se ofrecía.

Además era un desastre con la cocina. Si tenía hambre de madrugada, a duras penas podía utilizar el microondas para calentarme una pizza.

—Llegamos —anuncie al estacionar mi auto afuera del hotel en el que se quedaba.

—Gracias —me sonrió.

Estuve a punto de bajarme y abrirle la puerta. Pero, no, no podía hacerlo. La había invitado a mi casa, como amigos, nada más. Además abrirle la puerta a una chica era algo oxidado para mí, no lo usaba hace mucho tiempo. Era algo que se usaba hace décadas, siglos tal vez, estábamos en el siglo veintiuno y aquí los chicos les sonreíamos –y las besábamos para luego decirles que no se fueran- las despedíamos y nos íbamos, nada más.

Ella ya había abierto la puerta, estaba afuera del auto y acababa de volver a cerrar la puerta.

Apreté con fuerza el manubrio del auto y espere a que entrara en el hotel para soltar un quejido de frustración.

No es mi vida, es solo una misión más 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora