La misteriosa mujer morena se escabulló entre los pasadizos y rincones del Santuario, hasta llegar a la octava casa. Allí esperó pacientemente entre la oscuridad hasta que su guardián saliera al punto de encuentro que habían acordado. Se había puesto unas gotas del elíxir que le había vendido una vieja hechicera, en su pronunciado escote del ajustado vestido que llevaba puesto, negro como la noche misma. Ella le había dicho que el brebaje tenía la capacidad de despojar de su voluntad a cualquier hombre, excepto del verdadero amor. No permitiría que aquella muchacha desconocida se quedara con todo lo que a ella le había costado años conseguir, y mucho menos dejaría que le robase la atención de su adorado caballero de hielo; tantos años amándolo en silencio, rogando por su atención, soñando con sus caricias. No dejaría que esa extraña la alejara de él. Además, tenía que cumplir con el objetivo que su Señor le había encomendado, aunque evitaría mencionar sus sentimientos por el Santo de Oro de Acuario. Sería capaz de hacer cualquier cosa para lograr su objetivo.
Cuando el Santo de oro de Escorpio se hizo presente, sus ojos refulgían de lascivia al observar el cuerpo de aquella mujer; era obvio que se había vestido así para él, para provocar su lujuria. En menos de un parpadeo, la tomó de la cintura y la empujó contra una pared lindera al templo de Escorpio; la recorrió con su mirada desde la cabeza a los pies y se pegó a su cuerpo para que ella sintiera lo que le provocaba a su masculinidad. La besó con pasión desmedida; sus manos acariciaban con rudeza la silueta de la mujer mientras ella le daba acceso a su cuello. Luego él continuó bajando por su clavícula hasta llegar a su escote y al nacimiento de sus senos; era el lugar adecuado para que el escorpión cayera bajo sus encantos y perdiera toda voluntad. A partir de ese momento, Kardia comenzó a actuar como autómata: aumentó la rudeza en cómo trataba a la mujer, la besó con desenfreno y deslizó sus manos entre las piernas de ella; levantándole la falda del vestido a su paso, enredó sus piernas en su cintura y de un solo movimiento se introdujo en su interior. Comenzó a moverse, y paulatinamente fue aumentando la velocidad de sus movimientos, lo cual arrancó gemidos placenteros a la morena, que se esforzaba por susurrar en su oído:_ Oh, Kardia, necesito que hagas algo por mí... si lo haces me tendrás en tu cama cada noche y podrás cumplir todos tus deseos conmigo_ .
_Te estoy escuchando, mi ama. Soy tu eterno esclavo, y haré lo que sea por tenerte_.
Una macabra sonrisa se dibujó en los labios de la mujer, mientras ambos llegaban al éxtasis.
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Había pasado todo el tiempo que podía junto a Ásmita; desde que tomé conciencia de que la Guerra Santa estaba acechándonos y de que existía la posibilidad de que me lo arrebatase, sentía la necesidad de estar con él todo el tiempo. En el Santuario comenzaron a crecer los rumores de que manteníamos una relación secreta, puesto que las personas que habitaban en él nos veían juntos mucho más tiempo del que se consideraría normal en ese tiempo.
Por las mañanas, mientras continuaba con mi trabajo, Ásmita realizaba su meditación a solas para acumular su cosmos y, además, debía ayudar a un jovencito llamado Tenma, el alumno de Dohko de Libra, a encontrar la fuerza y el propósito que necesitaba para enfrentarse al dios Hades, que había decidido reencarnar en esta era en el cuerpo de su mejor amigo Alone. El caballero de Pegaso era el único capaz de dañar al dios del Inframundo, por la conexión que mantenían sus almas desde la era mitológica, y es por eso que Ásmita lo ayudaría a despertar la fuerza dormida aún en su interior.
Para tratar de sacar a mi amiga de la tristeza en la que se había sumido luego de la pérdida de su padre y de Albafica, le ofrecí a Agasha que me ayudara con las curaciones en el hospital de campaña del Santuario; así se mantendría ocupada y no tendría tiempo de pensar en cómo había cambiado su vida en tan sólo un espantoso día. También la animaba para que continuase dándome clases de cocina. Con los acontecimientos que se habían sucedido, no había tenido tiempo de contarle que Ásmita y yo estábamos juntos; en realidad no sabía si era el momento oportuno para hacerlo, dado que ella acababa de perder a su amado Piscis. Decidí que por ahora no le comentaría nada; el dolor era todavía muy reciente. Tal vez ella misma se daría cuenta, o quizás, ya lo sabía y optaba por mantener silencio. Aquella tarde le propuse acompañarme a visitar a mi amigo Degel, al cual hacía varios días que no veía, pero Agasha rechazó la invitación alegando que prefería quedarse cuidando a los heridos convalecientes del hospital de campaña. Así que me dirigí hacia el templo de Acuario; no había vuelto a ver a Degel desde el día en que me confesó sus sentimientos. Esperaba que el encuentro no fuera incómodo, y que él continuara tratándome de la misma manera amistosa de siempre. Me sentiría muy mal si perdiera la amistad de un joven tan bueno como Degel. Mientras subía las escaleras que me llevaban a la entrada de su templo, tuve la sensación de que había algo allí, como si alguien me siguiera; de hecho, tuve esa sensación durante todo el trayecto, pero cada vez que volteaba a ver atrás no encontraba a nadie. Saludé en voz alta y pedí permiso para ingresar a la casa de Acuario, pero no recibí ninguna respuesta; me resultó raro no encontrar a Degel en la entrada del templo, él siempre salía a recibirme y a darme la bienvenida. Me aventuré al interior del recinto, mirando hacia todos lados buscando a mi amigo, sin hallar rastro alguno de él._¿Será que estará entrenando en el Coliseo?_, pensé.
Tampoco se encontraba allí la vestal llamada Katerina que se encargaba de los quehaceres. Continué caminando por el interior del templo hasta llegar al salón antesala a la biblioteca; tenía en mente tomar prestado algún libro para entretenerme y alejar de mi mente cualquier rastro de ansiedad por la Guerra Santa que quisiera aparecer. De la nada, sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral que me erizó la piel, y un estremecimiento extraño sacudió todo mi ser. Nuevamente miré a mi alrededor para comprobar que estaba sola, y al no encontrar a nadie allí, me dije a mí misma que tal vez estaba sugestionada con la Guerra Santa, y que era lógico que con los acontecimientos que se estaban sucediendo todos podíamos ponernos algo paranoicos. Estaba por entrar a hurgar entre las enormes estanterías repletas de libros, cuando de repente, alguien me tomó fuertemente del brazo y me arrastró hasta acorralarme contra una pared de la sala.
_¿Te acuerdas de mí?_ .
Con los ojos perdidos y desorbitados, Kardia me miraba como poseído por una fuerza sobrenatural; parecía que estaba totalmente fuera de sí, como si no fuera él mismo.
Pude distinguir algo extraño en sus ojos: eran de color negro azabache profundo, totalmente carentes de sentimientos y humanidad. Ya no tenía dudas, él estaba siendo controlado por algo o quizás alguien.
No era el alcohol el que estaba corriendo por sus venas y ejerciendo sus efectos en él en esta ocasión; se trataba de algo más.
El terror se apoderó de mí al observar la expresión de su rostro y su mirada sádica, que me recorría con una lentitud perturbadora y tenebrosa. Mi corazón comenzó a latir desmesuradamente ente el peligro que este hombre representaba para mí en ese momento, pues era evidente que no era él mismo. Temía que esta vez, el escorpión pudiera concretar lo que intentó en aquella oportunidad en que le ví por primera vez.CONTINUARÁ...
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Dónde estás tú...? (COMPLETA)
FanficDesde siempre me ha fascinado la mitología griega;años soñando con esa cultura y esos paisajes maravillosos...jamás imaginé vivir una aventura así...