Capítulo 05

1.3K 120 0
                                    

«FLIPPER, IL DELFINO»
(Flipper, el delfín)

Me comí una almendra mientras le subía el volumen a la serie

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Me comí una almendra mientras le subía el volumen a la serie.

—Eh —me llamó Andrés, quitándome un audífono—. ¿Tienes los buzos?

Lo miré, en silencio; me comí otra almendra y asentí —sí, los tenía—. Andrés me había pedido que, antes de ir ese día, del colegio —donde recibía clases privadas, por tutores— al monasterio, me detuviera a comprar los muñequitos de buzo para la maqueta.

Íbamos a explicarle esa parte del plan a Sergio.

Le puse pausa a mi serie y me metí la mano en uno de los bolsillos que tenía mi falta:

—Ten.

Andrés torció un gesto.

—Falta un buzo —señaló y, luego de una pausa, volvió a hablar—. Dime, meraviglia —me miró, curioso—, ¿por qué el delfín?

—Es flipper —anuncié, como algo obvio. A mis doce años, estaba obsesionada con esa serie.

Andrés no sabía a que me refería con eso, pero mi cerebro lo ignoro —así, como a veces ignoraba detalles tan claros como el agua—.

Lo vi sostener el animalito en miniatura y, después, se inclinó tantito y me vio quitar pausa al episodio que se reproducía en mi tableta: la serie se llamaba Flipper, por el delfín que hacía de personaje principal.

Me comí otra almendra.

*

—Denver —lo llamó Berlín, al borde de la escalera.

Palermo tomó al gobernador por un brazo y lo obligó a bajar; yo le apuntaba a la cabeza.

... Denver estaba apunto de disparar a un rehén.

Berlín paso la mirada del tipo con dos chalecos antibalas a Daniel Ramos —para todos los efectos: Denver, pero yo había mandado investigar a todos—. Se relamió los labios:

—¿Tú sabes lo que es un chaleco antibalas? —Denver no bajo la pistola—. ¡¿Lo sabes?! —era poco probable que, con la poca distancia que había marcado, el gordito sobreviviera al tiro.

Sí, eran chalecos antibalas, pero eran armas rusas.

El gobernador abrió la boca, aunque no dijo nada. Martín le pegó la pistola a la cabeza.

—Calladito —le dijo.

Y claro que habló bajo, no quería perderse la escena delante.

Estaba segura de que, aunque nunca lo habíamos hablando —ni nunca lo haríamos porque, ¿cómo podría Martín enterarse? No le dices a tu mejor amigo (a tu alma gemela), que vas a casarte con la niña que conocieron en un convento hace ocho años, mientras planeaban un robo—, ambos creíamos que Andrés de Fonollosa se veía especialmente sexy regañando a la gente, a esa clase de personas —como Denver— impulsivas, que no pensaban sus acciones y terminaban arruinando el puto plan al completo.

JERUSALÉN [BERLÍN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora