«LA MENTE DI UN GENIO»
(La mente de un genio)En alguna ocasión le había dicho a Berlín que tenía insomnio.
Siempre había tenido problemas para dormir pero, luego de los diez años, empeoró. No era que no durmiera, era que lo hacía muy poco; papá me había llevado con especialistas —luego de que, una noche, casi me disparara en la cabeza: él escuchó ruidos en la cocina y bajó a revisar (con su arma en mano), y se encontró a su hija, de trece años, calentando pollo en el microondas—, pero ellos sólo me habían recetado drogas que, ni yo me tomaba, ni él me compró nunca.
Así que esa noche —nuestra primera madrugada en el convento—, cuando alguien tocó mi puerta, no me costó adivinar quién era.
—È l'una del mattino —bromeé, no estaba dormida.
«Es la una de la mañana», Andrés me sonrió.
—Todavía soy ilegal —seguí, dejándolo pasar, pero él no se rió ni me miró... y yo entendí—, ¿vas a dormir aquí?
Se giró y, por un instante, sus ojos cafés me miraron en la oscuridad:
—Sí, mi amor —y yo no le pregunté el motivo.
... no había sido un secreto para mi que Martín amaba a Andrés —no terminaba ahí: era algo más. Algo profundo— y, ahora que las habitaciones se habían organizado de a dos —y, claro, como yo era la dueña de este lugarcito, dormía sola—, suponía que Andrés no querría dormir con Palermo.
... ellos eran almas gemelas —y lamentablemente, el alma gemela no es, o tiene por qué ser, la persona que amas: el alma gemela puede ser un amigo, o un familiar, y a Martín le había tocado el primero..., sólo que él no lo veía así—.
Existen personas que, al amarlas —al sentir atracción (romántica y sexual) por ellas— y no ser correspondido, te vuelven loco. Personas con quienes, después de saber que no te aman de la misma forma en que tu lo haces, ya no puedes convivir. De la vergüenza, del dolor, del sufrimiento... pero, para Martín Berrote, no era así.
Para él, seguir teniendo a su lado a Andrés de Fonollosa, era una bendición.
... y yo lo sabía.
Andrés de Fonollosa podría ser un egocentrista, pero cuando te enamoras de él, amas cada segundo a su lado. Así como yo.
Así como él conmigo.
Me senté en la cama a su lado, poniéndole una mano en la frente, mirándolo —ya tenía cuarenta y cinco años; se estaba haciendo viejo—. Andrés la tomó y me besó la palma, mirándome.
*
«合気道», decía en la pizarra del Profesor. «Aikidō», significaba: usar la fuerza de tu enemigo a tu favor.
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JERUSALÉN [BERLÍN]
Fanfiction¿Y si Andrés de Fonollosa siguiera vivo? ... ❝¿No es siempre la razón, el amor de una mujer?❞