Capítulo I: La Bitácora Perdida de un Pecador

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Afueras de Paris. 15 de Abril de 2019. 9:00 pm.

El frío, el espanto, la neblina y el humo negro y algo tóxico producido por centenares de palos de madera antigua llenan el ambiente de lúgubre aspecto: Paris, aterrada, acude presurosa, con lágrimas en los ojos y el alma herida, a lo que un día fuese uno de sus más magnos monumentos:La bellísima catedral de Notre Dame, una edificación legendaria, que ha albergado hechos históricos como la Auto Coronación de Napoleón Bonaparte como emperador.

A todo ello se suma el pandemonium que las sirenas del personal de bomberos,los gritos de la gendarmería francesa para contener a los inconsolables y ahora descorazonados parisinos, y el incesante paso de helicópteros de los medios de comunicación buscando la mejor exclusiva posible,hace de la “Ciudad Luz” un infierno del cual muchos tratan de alejarse, al menos en lo posible por esa noche, puesto que no había forma de acallar ese ruido, ensordecedor como miles de sirenas de auto replicando en el cerebro, como el siseante  sonido del cascabel de la serpiente al moverse en pos de su víctima, como el grito penetrante del perdido en la inmensidad.

Sin embargo, nada de esto conmovió ni siquiera un ápice a un hombre….un hombre que, parado en una ventana de vidrios gruesos blindados, de un lujoso y grande complejo campestre, en un cuarto espacioso, con muebles de terciopelo color azul oscuro y madera de pino silvestre tallada en forma de lis el símbolo de la monarquía francesa, cuya decoración principal eran mesas de madera del mismo material pero llenas de ornamentos de armas de diferentes épocas y ejércitos, así  un enorme tapete hecho de fino lino francés en forma del escudo de Napoleón, así como espejos hechos de cristal de roca de claro estilo francés del periodo  Luis XV, observa desde un tercer piso del mismo, con ayuda de un telescopio, las llamas incesantes que salen del herido Notre Dame.

Su rostro, es una mezcla de sensaciones que, a primera vista, no pueden apreciarse claramente, por cuanto se encuentra en una habitación cuyas luces están apagadas...y únicamente el halo de una tenue luz proveniente de un viejo farol de una calle de piedra, cercana a la edificación, ilumina este recinto...sin embargo, de lo poco que puede verse, sus ojos, azules y brillantes como el zafiro más pulido, brillan incesantemente sin pestañear, como si ya estuviese esperando dicho suceso y las llamas del incendio le diesen a los mismos un brillo demoniaco, mágico y celestial al tiempo; una de sus manos, su mano izquierda, ansiosa, cubierta por un grueso guante negro, se mueven desesperadamente, en pos de un objeto que lleva en su cintura, el cual no es nada más ni nada menos que un Gladius, una antigua espada romana; su mano derecha, en cambio, acaricia su cuello,el cual posee una enorme y por demás desagradable cicatriz por todo el cuello; su vestimenta, un traje táctico negro-azulado, se compara con el atuendo que en la Edad Media llevasen los verdugos al momento de ejecutar a sus víctimas en el cadalzo, dejando ver que, pese a todo, se trata de un hombre de complexión física excepcional: brazos musculosos, piernas fuertes, de buena estatura y una complexion y hombros gruesos y grandes; de rostro ajado, con arrugas pronunciadas pero no profundas, de piel color blanca grisácea, y de cabellos y barba en candado color azulado ceniciento.

De repente, detrás de dicho caballero, surgen de unas amplias escaleras plenamente iluminadas un par de sombras que abren la puerta de la habitación a las mismas; la primera de ellas en surgir es la de un joven, un caballero que, aparentemente no pasa de veinte años, pero realmente su edad es mucho mayor de la que realmente aparenta; de complexión delgada pero fuerte, flaco como si fuese un inmenso pincel gigante, su piel era trigueña obscura, su rostro era cuasi cadavérico, debido a la casi ausencia de pómulos; sus ojos, de un color miel amarillento, mostraban astucia y sagacidad, al mismo tiempo que nostalgia y soledad enmarcados por un grueso par de gafas de titanio y cristal de roca; sus manos, delicadas y delgadas como si fuesen de pianista, enguantadas completamente en un extraño material semejante al cuero negro, llevaban en aquél momento una bandeja de plata con un frasco de laboratorio con un extraño líquido verdoso brillante humeante y un juego de  jeringas; su traje, un elegante conjunto ejecutivo de color gris oscuro marca Yves Saint Laurent, con camisa blanca de algodón almidonada, de corbata azulada perlada, muestra que se trata de un elegante empresario, un caballero con lujo sin límites acorde a la alta sociedad francesa.

LA FORJA DEL DESTINO -I Parte: Fuegos y PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora