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La primera vez que asesinó a alguien, jamás se imaginó que lo haría dos, tres, o hasta cuatro veces más.

Esa vez la recuerda como si hubiese sido hace una semana, ayer o incluso hace unos minutos. Aún tiene fresco en su memoria el como se sintió pensar en la estrategia perfecta para idear el crimen que detonaría esa bomba que no sabía que estaba escondida en su ser. Con mirada desencantada y fría había ido con pasos firmes hasta la cocina, tomando un sacacorchos.

Sí, nadie habría tomado ese utensilio por la forma extraña que tenía. Pero era un adolescente que llevaba su imaginación a volar. Esto pasaba mientras escuchaba a sus padres discutir en cualquier momento del día. Simples... Comentarios se volvían peleas grotescas en donde se gritaban barbaridades el uno al otro y llamaban su nombre varias veces.

Uno denigrando y otro defendiendo.

Una noche no soportó los gritos, aún sentía el sudor frío que le resbaló por la frente cuando su mente le gritaba que no debía llorar, que no tenía porqué hacerlo.

Había pensado en matarse, pero él no tenía la culpa de que su vida fuese así. No tenía la culpa de que su familia no estuviese presente luego de que se supiera de su existencia misma. ¿Qué conseguiría si recurría al suicidio en su cortos doce años? Seguramente nadie se alarmaría, su mamá tal vez cubriría su boca horrorizada, le gritaría a su padre la atrocidad que estaba presenciando y, por lo que le habían dejado ver, tirarían su cuerpo a un río.

Porque según ellos, era como una carga. Y si lo era, lo sería hasta ese día en que decidió que ya era suficiente escuchar de la boca de su propia y sucia madre que hubiese sido mejor decisión deshacerse de él en el momento justo en que le dió a luz...

Con rabia había abierto la puerta de la habitación de sus padres, y sorbió su nariz, apretando con fuerza el objeto que había elegido. Su padre se giró furioso al verle, primero porque había entrado a una habitación privada, y segundo, porque estaba llorando.

—Jinyoung, ve a tu cuarto. Ahora.— Le dijo su padre exaltado, pero hizo oídos sordos. Y se adentró a la habitación cerrando la puerta con furia.

Recordó a su profesora decirle a sus padres que era un niño realmente inteligente, que era bastante tranquilo y que hacía bonitos dibujos para adornar las paredes del salón de clases.

¿Que habría dicho su querida profesora si hubiese visto sus ojos completamente vacíos y esa expresión seria que ningún niño de su edad adquiría con una simple rabieta?

—¡Estoy harto!— Gritó, su voz quebrada se repetía entre sus sueños cuando su propia mente le permitía hacerlo. Su cerebro le repetía la completa atrocidad que había cometido.

Su madre estaba dispuesta a darle una bofetada, cuando la vió acercarse a él con esas intenciones clavó de lleno el sacacorchos en su cuello con toda la fuerza que sus brazos le permitieron. Entonces gritó por lo que había hecho, pero rió al ver como su madre le observaba atónita. Su padre aún más.

¿Qué si se arrepentía...? Cuando los gritos de ambos se empezaron a hacer notorios por los departamentos vecinos. Seonghwa sintió miedo, pero sus manos actuaban solas, sus lágrimas salían de sus ojitos oscuros y tembló cuando su padre le golpeó fuertemente en la cabeza por haber apuñalado su pierna con su arma.

¿Era eso normal? No, no era normal que le gustaran los quejidos de dolor que su madre soltaba, no sentía pena. Realmente disfrutó de ver como ella llenaba el piso con su sangre. Su padre le gritaba, lo hacía para herirlo, pero eso no causaba nada en él.

Recuerda con exactitud como lo mató, con agilidad tomó una de las botellas que se hallaban esparcidas por el suelo. Y mientras que esa bestia intentaba arrancar el sacacorchos de su pierna, no vió venir lo que le esperaba.

Jinyoung realmente gozó de ver como los cristales se incrustaban en la cabeza del hombre. Y con lo que quedaba de botella, rasgó su cuello. Para la guinda del pastel, los gritos de negación de su madre hacían eco en sus oídos. Su nombre presente en estos.

La adrenalina hacía a sus manos temblar ansiosas de más.

Desafortunadamente, los gritos alarmantes y desgarradores llamaron la atención. Y el vecino de al lado entró a la habitación, se sobresaltó por la terrible escena y con ayuda de los demás padres de familia que habitaban en su mismo piso le inmovilizaron.

¿Qué hicieron después? Lo encerraron en quién sabe dónde, en ese tiempo, eso fue lo único que no comprendió.

Lo llevaron a un lugar con un olor extraño, en donde intentaron lavarle el cerebro. ¡Injenuos! Cuando hallaron a una enfermera muerta en los pasillos, todos pensaron que había sido él... Pero ese encierro le hizo astuto. A sus quince años supo que las personas confiaban en ojitos brillantes y una sonrisa inocente.

La primera vez que asesinó a alguien, no se imaginaba que lo haría dos, tres, o hasta cuatro veces más. Hasta los dieciocho había perdido la cuenta de cuántas vidas inocentes había arrebatado luego de salir de ese lugar. Era un asesino de sangre fría y sin escrúpulos. Supo lo que era el placer por matar. El cosquilleo que se instalaba en todo su cuerpo al escuchar los balbuceos de dolor que soltaban al sentir como las manos de un adolescente desalmado les quitaban el aire.

Le gustaba cuando usaba un cuchillo que había robado de una vivienda sin habitar, para abrir los cuerpos de sus víctimas, sí, sonaba extraño, pero amaba escuchar los gritos de dolor. Las voces diciendo "no, no lo hagas" le hacían sentir tan... vivo, pero muerto a la vez.

Abría los cuerpos y apuñalaba sin compasión hasta que su rostro quedaba salpicado de sangre y sus manos se sentían pesadas luego de empuñar con tanta fuerza su arma.

Entonces sonreía y se iba de la escena, no sin antes tirar los cuerpos a contenedores de basura cercanos.

   。†.dead balloons (死气球) ; yoonbaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora