Capítulo 1: 𝐒𝐨𝐮𝐧𝐝𝐬

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Westfield, New Jersey

La brisa de la tarde impactaba en su rostro mientras caminaba por las calles la ciudad. Su destino estaba a unos diez minutos de distancia aún así que podía desplazarsecon tranquilidad. Conocía tan bien cada lugar en su natal que sin necesidad de titubeos sabía como llegar a donde quisiera.

Pasó por un pequeño parque y se detuvo un rato mientras escuchaba el agua de la fuente caer, ese sonido le alegraba. Siempre se imaginó como sería ver una enorme cascada con agua cristalina, sentir la tibieza de ésta en sus manos, salpicando en su rostro y acariciando su cuerpo. Se repetía que algún día se daría el lujo de poder observar la danza de las ondas del agua frente a sus ojos.

Con un pequeño suspiro siguió su camino. Sentía a su alrededor a las demás personas que caminaban apuradas quizás hacia sus trabajos, a sus casas o incluso a una cita. Escuchaba los murmullos que estos hacían, pero no le interesaba saber de que hablaban.

Paró en la orilla de la acera puesto que era el turno de los vehículos de atravesar la vía y debía esperar a que el semáforo diera la señal para poder cruzar. Por instinto reaccionó y estiró su brazo hacia la izquierda para detener a un joven en su patineta que iba a cruzar la calle sin haber visto el autobús que se aproximaba con gran velocidad.

—Muchas gracias, no lo había visto venir —dijo con el miedo impregnado en su voz aquel joven desaliñado.

—Yo tampoco —le respondió él. Ladeo su rostro y le ofreció al joven una sonrisa pícara, luego simplemente giró su rostro hacia el frente y continuó su camino, el muchacho lo observó hasta que se mezcló con el gentío y lo perdió de vista.

Cualquiera que mirase a Frank Iero lo vería como alguien normal. Un joven atractivo, estudiado y de buenos modales, un chico común como cualquier otro.

Sin embargo, las críticas comenzaban cuándo durante el día quitaba sus lentes oscuros y veían sus ojos grises sin expresión, o cuándo la primer impresión en las personas era voltear a ver su mano derecha y apreciaban que casi siempre llevaba consigo aquel bastón rojo con blanco que indicaba sin piedad cuál era su condición. A él poco le importaba lo que esas personas dijeran, era feliz.

Para Frank la trillada frase que la gente solía usar siempre de "Ver es Creer" era algo completamente incierto. Él había perdido la vista cuando era un niño pequeño, quizás de cuatro años, sus recuerdos de lo que había visto en aquella época se habían ido desvaneciendo con el paso del tiempo. Ahora a sus veintidós años dudaba demasiado en reconocerse a el mismo.

No obstante su afectación nunca había sido un obstáculo para él ni para alcanzar sus sueños. Había aprendido a ver con sus demás sentidos, según sus propias palabras podía oler la lluvia antes de que cayera a pesar de no poder verla, podía sentir el sol en su rostro pero no podía verlo en su más bella expresión al atardecer.

Nuestro personaje se encontraba en su cafetería predilecta, degustando un mocca mientras se deleitaba con el suave compás de Can't Falling in Love que resonaba dentro de las paredes de "Brummer's Chocolates". Disfrutaba la música, la amaba, era su forma de ser y expresarse, era su deseo codicioso más grande ya que era lo que más añoraba ver, deseaba poder admirar con parsimonia la más mínima interpretación de la música desde su forma más clásica, era su razón principal para aferrarse a la esperanza que un día podría recuperar su vista.

—Nunca podrás sorprenderme Bobby, ya sé que estás aquí —habló un poco alto con su particular sonrisa en el rostro.

—Eres un tramposo Frankie —murmuró mientras tomaba asiento en la silla que quedaba disponible en la mesa.

—Que tú no sabes usar otro tipo de perfume no es mi problema.

—Enano tramposo —volvió a refunfuñar el tipo alto, rubio y de ojos azules, Robert Briar, el mejor amigo de toda la vida de Frank. Eran casi hermanos, lo había apoyado durante toda su vida y su carrera artística, sin duda era un ser humano invaluable.

Siguieron bromeando entre ellos para matar el tiempo y esperar la hora en que debían partir hacia el teatro, donde la orquesta de la que Frank era parte, estaba realizando sus prácticas para la próxima presentación.

Una vez estuvieron listos para partir el teléfono de Frank comenzó a sonar, un aparato que solo utilizaba para hablar con sus padres, con Bob y con la secretaria del hospital cuando lo llamaba para confirmar sus citas, hasta donde recordaba no tenía una próxima.

—Hola ¿Frank Iero? —preguntó una voz masculina.

—Hola —saludó—. Él habla.

—Le llama el Dr. Urie —dijo el hombre.

Frank emitió un sonido en señal de entendimiento. Sin embargo un rara sensación recorrió su espalda, pocas veces por no decir nunca, había recibido una llamada directa de su médico responsable, quizás lo que le diría sería algo relacionado con...

—Tenemos un donante para ti Frank...

𝐖𝐎𝐍𝐃𝐄𝐑𝐖𝐀𝐋𝐋 ➛FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora