2. Entre destellos de luz

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La arena del tiempo escurre con fluidez y parece disiparse en el primer cono cristalino del gran reloj.

La habitación luce pulcra y ordenada pero sus pensamientos no lo están. Había puesto a andar al que marca las horas hacía ya tiempo por lo que debían ser las 6 de la mañana y miraba caer cada gota de arena con una exagerada desesperación.

Comenzaba a amanecer y se sentó junto al balcón a presenciar el magnífico espectáculo mañanero en el que el robusto e imponente olmo se interponía. No veía al astro pero sentía su presencia anunciando el nuevo día y dejando que su calor diera paso a la primavera. Un cálido saludo.

Ella estaba harta del frío invierno así que mirar como aquel árbol florecía fue un toque de paz a su revuelta alma que dio una chispa vívida al desierto seco de sus ojos que hace horas, en la lúgubre noche, amenazaba con evaporarse y dejar un aura vacía en su mirar. Pero la salida del sol resolvió uno de sus males internos. 

Las horas pasaban y ella esperaba impaciente a aquel apuesto caballero de porte esbelto, el que le devolvería el vigor a su cuerpo, el que logró cosechar amor en un corazón frío, en terreno árido. Sin dudas, su héroe, su amor. Tal hazaña podía ser comparada con convertir un desierto en un valle, donde abundaba la hermosa y salvaje naturaleza.

Volvió su mirada al gran reloj de arena. Faltaba poco. Si sus cálculos no fallaban debía detenerse a las 3 de la tarde, y por lo visto, el sol ya pasaba un poco la mitad del cielo. Aún debía esperar.

Se paró frente al espejo y analizó por quinta vez su aspecto. Su cabello dorado y perfectamente ondeando caía a los lados de su cara y llegaba a la mitad de su espalda, rozando el borde de aquella molesta falda que pasaba sus rodillas, la diadema de esmeralda en su cuello contrastaba con sus ojos y la flor del olmo en su pelo era el detalle final.

El espejo volvió a reflejar a su ser,  pero esta vez a unos pasos tras ella, el sol dio luz a un punto fijo del suelo de madera. El rayo era muy brillante, tanto, que la deslumbró, pero en su rostro se abrió paso una sonrisa que por su belleza podía compararse con aquel resplandor.

Vio caer la última gota de arena y entre los destellos de luz, mirando a través del mágico espejo comenzó a verse esa figura, que no tardó mucho en volverse tangible. El cosechador llegó ya.

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