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Suspiró con pesadez, hoy podía describirse como uno de sus peores días. Caminó a paso lento, pasando por la gente sin importar qué pasaba a su alrededor. En su mente solo divagaba una cosa "necesito una señal". Frenó en frente de aquella lápida, que irónicamente siempre le daba una solución.

— ¿Que hago? —, soltó. — ¡¿Que mierda hago?!

Y nuevamente lloró, pero esta vez era distinto. Era un llanto que había ahogado hace mucho, un llanto que por cada lágrima que soltaba, hacia que su cuerpo se sintiera más liviano.

— Lo amo Clemencia... pero me duele. ¡Dios! Me traicionó, ¿Como puedo perdonar esto? —, suspiró con desespero y enredó sus dedos por su cabello. Sin siquiera pensarlo, se dejó caer a un lado de la lápida. — Necesito una señal, porque no me voy a perdonar si desaparece de mi vida por esto.

Un escalofrío recorrió su cuerpo en cuanto una fría ráfaga de viento pasó. Por instinto decidió introducir sus manos a sus bolsillos para contrasta la helada brisa y poner en temperatura sus manos.

— ¡Mierda! —, maldijo cuando sintió un pinchazo en su mano izquierda. Rápidamente la quitó en conjunto de aquel objeto que le había provocado el dolor. Se congeló en cuanto vió de que objeto se trataba.

Era nada más, ni nada menos que su parte del rompecabezas. No recordaba la última vez que lo había visto, es más, no recordaba su existencia.

— "Somos un rompecabezas, siempre encontramos la manera de encajar —, comentó para él mismo. Observó a la lápida a un lado de él. — Okay, voy a admitir que esto me dió un miedo enorme, pero me ayudó. Como desearía que estuvieras viva para abrazarte, mujer hermosa.

|...|

Juan Pablo observaba a los abogados con una sonrisa nostálgica. Le parecía irónico que quienes iban a acordar los papeles de su divorcio, eran los mismos que antes habían firmado los papeles en su matrimonio.

— Villa, Simón ya está en la oficina. Debemos ir —, Gabriela le extendió una mano para ayudarle a levantarse del sofá. Juan Pablo aceptó el gesto con desgane y juntos caminaron a la oficina de Vargas.

Ahí los esperaban Simón y Thomas, quienes en ese momento cuchicheaban unas cuantas cosas hasta que notaron la presencia de los otros dos.

|...|

— Y eso sería lo acordado —, Thomas arregló los papeles y se los entregó a Gabriela para que se los explicara a Juan Pablo, quien al igual que Simón se habían mantenido en completo silencio.

Fue cuando su mejor amiga terminó de explicarle que Villamil asintió de acuerdo con todo. — Bien... entonces solo queda firmar —, sentenció Gabriela. Ambos chicos sintieron sus manos temblar y unos incontrolables latidos de corazón.

Gabriela deslizó el documento hacia su mejor amigo y cliente, quien con miedo tomó el lápiz. Simón sintió ese momento como una eternidad; su cabeza se encontraba llena de dudas y cuestionamientos que hacían que todo se volviera aún más difícil.

— ¡Alto! —, gritó de repente logrando que Juan Pablo dejara caer el lápiz debido al susto. — Villamil... ¿Puedo hablar contigo afuera?

— Yo-yo... está bien.

Simón asintió con desespero y se levantó esperando que Villamil lo siguiera. Los abogados se dieron una mirada cómplice cuando la pareja salió de la oficina.

|...|

Veinte minutos, veinte minutos llevaban sin soltar una palabra.

— No puedo Juan Pablo... —, Simón rompió el silencio. — No puedo dejarte ir, por más que trate de odiarte se me hace imposible. Eres mi otra mitad y no estoy dispuesto a perderte por esto.

Villamil lo observaba sin saber qué decir.

— Solo necesito saber algo antes de que dé el paso que quiero dar... —, jugueteó con sus dedos. — ¿Sentiste algo cuando estuviste con Alejo?

Nuevamente hubo silencio en el lugar.

Sobre las mil tormentas ➳ Villargas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora