Capítulo uno

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Puaj. Que horror. Mi cabello cada día se ve más horrendo. Miro mi uniforme y vuelvo a fruncir el ceño. Que asco, me veo como la mierda. Estúpido colegio. 

-¡Anabella, ya es tarde!- grita mi mamá desde la cocina y bufo. Estúpido domingo que me hizo acostar tarde. Estúpido lunes que me hace despertar temprano. Estúpido colegio. Estúpido uniforme. ¡Estúpido desayuno que no voy a comer!- por dios hija, cambiá esa cara. 

-Es la única que tengo- digo malhumorada. ¿Qué espera? ¿Es que acaso hay alguna persona que no odie los lunes? No lo creo. - Chau, nos vemos a la tarde. 

-¿Llevas plata?- 

-¡Sí!- grito ya abriendo la puerta principal. El estruendo que causa al cerrarse me hace estremecer y suspiro. Camino las dos cuadras más largas de la historia y me siento a esperar el colectivo escolar. Extraño mi país. Allá no había tontos colectivos escolares que están llenos de idiotas somnolientos y con mal aliento. Luego de algunos minutos veo al autobus azul acercarse. Sí, AZUL. En Roma hay 2 autobuses por colegio católico, sólo los católicos pueden tener autobuses propios y para poder identificarse tienen colores distintos, alguno que represente al colegio. Hay al menos unos siete o más colegios así, tuve suerte de que al mudarnos, mi casa quedara tan cerca de la parada. MUCHA SUERTE. 

Subo al colectivo mostrando mi tarjeta estudiantil al estúpido conductor y me acomodo en mi lugar. Porque todos teníamos un lugar específico, porque sí, éramos siempre los mismos idiotas. 

Nos mudamos a Roma cuando yo tenía ocho años porque a mi padre le habían otorgado un nuevo empleo acá. Apenas me enteré de esto casi me hago pis de la emoción. Literalmente. Jamás había estado tan feliz en toda mi vida. Mis padres se sorprendieron mucho porque esperaban una reacción como la de mis hermanos que debastó a mi mamá. Magdalena, la más grande y Guillermo, el del medio, los dos diablillos que osan llamarse hermanos. La mayor tenía mi edad cuando nos mudamos, es decir, 16 años. Así que ya se imaginan el escándalo que hizo. El hombre, si es que se le puede decir así, tenía 13 años. Nadie se esperaba su reacción, porque, vamos, Guille jamás hace berrinches, pero lo hizo, y no les habló a mis padres por dos semanas completas. No fue nada fácil acostumbrarse a la nueva vida, al menos para los demás, porque yo...yo estaba feliz. Mi infancia en Argentina apestó. ¿Por qué? Era una enana gorda. ¿Más detalles? No había un solo día, una sola hora en la que no me molestaran. Mi única amiga se terminó cansando de verme depresiva y finalmente me abandonó, así que era una niñita gorda, enanan y sin amigos. 

Bajo del colectivo absorta en mis pensamientos y enciendo un cigarrillo. Le doy una larga calada y suelto el humo. A lo lejos veo a un grupo de chicas con saco. En nuestro colegio las chicas teníamos la posibilidad de elegir con qué venir: saco o pulover. Obviamente las taradas de mis amigas optaron por el saco, porque son unas jodidas de la vida. 

-Hola- saludo sonriendo por su ocurrencia- ¿se pusieron de acuerdo?

-Por supuesto que sí- contesta Abrielle soplando el humo de su cigarrillo- si vas a hacer algo, hay que hacerlo bien. 

-¿Y a mi por qué no me avisaron?- pregunté haciéndome la ofendida y todas se echaron a reír.

-Porque eres Anabella- contesta Cinzia* como si eso respondiera todo. 

-¿Y...?- 

Stupidota!- girta Mara riéndose- porque tú nunca, jamás, segurías una orden. 

-Ni mucho menos aceptarías ponerte esta enorme cosa- acota Abrielle 

-Ya, ya, pero eso no es cierto- digo frunciendo el ceño, porque amo hacerlo, y todas sueltan una carcajada- ¿De qué se ríen? ¡Serán malditas! ¡andate via! ¡Stronzi!* 


Las tres salen corriendo a sus clases y suelto una risa. Aplasto el cigarrillo en el suelo y camino a mi clase cuando veo una pandilla de hombres bajándose de un auto. Sonrío para mis adentros. Que linda que es Italia. 

*Cinzia: se pronuncia CHINZIA para que lo lean como yo lo leo ;)

*Andate via: vayanse 

*Stronzi: insulto italiano. 

Sin miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora