Si hay algo que extraño de mi tierra, son los colectivos. Hay que admitir que suelen estar apestosos, la combinación de muchas personas sudorosas en un lugar pequeño no es muy buena. Sin embargo, los metros de Italia están repletos de gente apurada que te aplasta al pasar.
Por suerte, la parada del metro me deja a cinco cuadras del trabajo. La voz áspera de Joaquín Sabina llena mis oídos y cierro los ojos antes de quitarme los auriculares. Cuando los abro, leo “Macchiato” justo frente a mis ojos.
-Buenos días- saludo esperando que brotara una sonrisa de mi rostro.
-Buenos días Ana- el primero en responder, por supuesto, es Marco.- ¿Qué tal tu fin de semana?
-Estupendo- la palabra sabe a la mismísima mierda en mi boca. Aprieto la mandíbula para no decir nada más y fuerzo otra sonrisa- ¿Y el tuyo?
-Come la stessa merda*- suelto una risa ante la ferocidad que caracteriza a los tanos.- ¡No te rías!
-Lo siento, me causa gracia lo sinceros que son acá- me mira con el ceño fruncido y aprieta los labios.
-¿Eres sincera conmigo?- lo miro sin pestañar y sonrío.
-Por supuesto Marco- él sonríe y supongo que lo convencí.
-Lo siento, pensé que me estabas mintiendo- me da un puñetazo juguetón y me siento culpable.- Ya ve a trabajar que el jefe te está mirando.
Acomodo mi bolso detrás de la barra y suspiro. Tomo la libreta y una lapicera por si tengo que tomar muchos pedidos a la vez y sonrío lo mejor que puedo. “No te dejes llevar por la tristeza”
Descubrí que hay solo algunas cosas que realmente me distraen. Cocinar y leer. Trabajar de mesera no ayuda en nada cuando estoy mal. Tenía la esperanza de que si interactuaba con personas, un poco, solo un poco me olvidaría por unos segundos del vacío que consumía mi pecho. Todo me hacía recordarlo. Recordar el grito sofocante de mi madre y luego sus ojos asustados que me hacían poner roja de rabia. No porque se asustara, sino porque muy dentro mío, lo quería perdonar, quería simular que nada había pasado, como mama había hecho, y eso era totalmente repugnante de mi parte.
Ya eran las siete y media, así que en un rato me podría volver a casa. Por un lado me alegraba, porque ansiaba recostarme en mi cama, pero por el otro, quería quedarme acá. No soportaría volver a ver todo desparramado por la casa, ni el silencio que la albergará.
-Creo que vinieron a verte- murmura Marco en mi oído y resoplo. Apenas doy la media vuelta me encuentro con la brillante y sonriente cara de Abrielle, y junto a ella Mara.
-¿Se puede saber por qué no contestas los mensajes?- sonrió de costado.
-Me levante muy tarde hoy, y no tuve tiempo de cargarlo- Mara se ríe y Abri levanta una ceja.
-¿Por qué faltaste al colegio?-
-Estoy con vómitos-
-Eso explica tu cara- Mara suelta una carcajada y yo sonrío.- ¿Por qué viniste al trabajo entonces? Te tendrías que haber quedado durmiendo.
-No puedo faltar al trabajo Abrielle- Esto no era una visita. Era una escena.
-Ya veo- aparta los ojos de mí y una furia impresionante se apodera de mí. ¿Quién se cree que es para venir a hacerme una escena? ¿Mi novio? ¿Mis padres? Este último pensamiento me ahoga. Ellos nunca me harían una escena. Porque no les importo. Siento como el enojo me va consumiendo, como una granada que se quema de a poco, hasta estallar.