Una puerta abierta.

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Tras la muerte de su padre, que jamás había abandonado la pequeña casa que compartió en vida con su esposa, donde guardaban recuerdos de toda una vida juntos hasta el fin de esta, Carlos y Beatriz decidieron que era hora de ir a visitarla, de dar un último adiós.

Cogidos de la mano, dándose apoyo mutuo y exhalando aire, abrieron aquella puerta que, para sorpresa de ambos, estaba abierta.

A pesar de que no había nadie, la casa parecía tener vida en ella. Fotos en cuadros se posaban en la pared de la vivienda; algunas de sus padres cuando eran jóvenes, otras de ellos dos de pequeños o cuando se graduaron.

Beatriz se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y siguió hacia delante con su hermano. A cada paso que daban, recordaban aquellos tiempos en los que tenían que ponerse de puntillas para alcanzar a ver en la encimera de la cocina qué hacía su madre de comer; Carlos sonrió triste cuando vió que la encimera ahora le llegaba a la altura de su cintura. Beatriz, la acarició con sus dedos.

Cuando llegaron a la habitación de sus padres, Beatriz tuvo que abrazar fuerte a su hermano para no derrumbarse. La cama estaba ligeramente deshecha. Aquí es donde acabó la vida tanto de su madre como de su padre.

Carlos vió que en la mesita del lado donde dormía su padre había una carta y un par de anillos encima.

Queridos hijos:

Si estáis leyendo esto es que ya no estoy con vosotros. No quiero que sintáis pena por mí, he tenido una vida maravillosa junto vuestra madre y vosotros, si volviera a tener la oportunidad de rehacer mi vida, no cambiaría nada solo por llegar a vosotros y a ella. Jamás había amado a una persona tanto como a vuestra madre, me hizo muy feliz. Solo espero que algún día encontréis a la persona que os haga sentir lo mismo. Ya sabíamos como iba acabar este cáncer, hijos, no os sintáis culpables, me habéis cuidado muy bien y me hicisteis los últimos días de mi vida muy feliz. Tú, Bea, cuando te ponías a leerme las historias que escribías por las noches o me traias té verde en mi taza favorita, o tú, Carlos, cuando te ponías conmigo a hacer debates de política y me comentabas como iba la cosa actualmente. Os quiero muchísimo hijos, sois lo mejor de mí. A parte de despedirme de vosotros, necesito pediros un favor, algo que yo no podré hacer por la situación en la que estoy y estaré. Quiero pediros que dejéis estos anillos, ya sabéis, los anillos de compromiso de vuestra madre y el mío, cada uno en la tumba del otro, para que estemos unidos para siempre. Metedlos en la vitrina con llave, por favor, hijos.

Os quiere, vuestro padre Sebastián.

Resonaban las palabras de su padre en la boca de Carlos mientras Beatriz lo escuchaba atentamente, con lágrimas en los ojos. Se asintieron mutuamente cuando Carlos cogió los anillos. Al intentar cerrar la puerta, está no cedió así que la dejaron entrecerrada, tenían algo muy importante que hacer.

Cuando llegaron al cementerio, Beatriz se había serenado, pero seguía agarrando la mano de Carlos a cada paso que daba. Una vez delante de las tumbas de sus padres, Beatriz abrió las dos vitrinas y dejó los anillos.

Adiós, jamás os olvidaremos. - dijo Carlos detrás de ella mientras terminaba de cerrar la vitrina de su madre.


Se pusieron en el banco de enfrente a mirarles, a estar un rato con ellos.

Sin que Beatriz ni Carlos lo supieran, una puerta se había cerrado al fin.

La puerta se cerró.

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