Pobreza.

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A día de hoy, lo único que le quedaba era su nombre. Malcolm se llama; o al menos así le llama Marisa, la maja panadera que siempre le da algún dulce mañanero (muchas veces más de uno).

Día a día, ve pasar a un montón de gente, algunas de cogidas de la mano, otras con aires de apuro, y las otras simplemente paseando. 

Malcolm siempre hablaba con ellos, aunque de normal no recibía respuestas, o únicamente giros de cabeza bruscos o cambios de acera. No era agradable para aquella gente, la cual lo único que se le pasaba por la cabeza es: no es mi problema.

A Malcolm cada día se le hacía más duro el mínimo hecho de vivir, sintiéndose una escoria la mayor parte del día, con el único gesto de amabilidad de Marisa. Esperaba ansioso siempre esa parte del día, como polilla que busca luz.

Un día aquella luz dejó de aparecer. Marisa tuvo un paro cardíaco, poco más logro saber porque nadie quería hablar con él.

Días después, Malcolm fue a recoger flores por todos los sitios que sabía que tenían flores, cogió de todo tipo, desde rosas donde pinchó sus dedos con las espinas, hasta simples margaritas amarillas. Cuando hubo recogido las suficientes para hacer un intento de ramillete, fue a la panadería de Marisa, que curiosamente (o no), se llama también Marisa. Ahora es de la única Marisa que puede hablar en presente, de la panadería.

Ahí, se acercó a la puerta. Vió a una chica en la caja, con las manos en la cara, esperando que sonase la campana de la puerta, esperando a otro cliente.

Eh… Hola… ¿Pu-puedes dejarme una goma? - intentaba vocalizar Malcolm.


Pues, no muchas veces hablaba con personas.

Sí… Supongo. Toma. - dijo la chica, tendiéndole su propia goma de pelo, haciendo así que sus cabellos cayeran a sus hombros.


Tenía un bonito flequillo que se iba hacia los lados. También tenía los ojos rojos por haber llorado. Malcolm rodeo el ramillete con la goma para que las flores se quedarán sujetas. Cuando se fue afuera, María se le quedó mirando. Así se llama ella. Puso el ramillete atado en la verja, que le costó bastante, y antes de que se fuera, María salió corriendo.

¿Malcolm? - le chilló y este se dió la vuelta hacia ella.

¿S-sí? - a María se le escapó una sonrisa.

Con que eras tú… Soy María, la hija de Marisa. Hablaba mucho de ti. - a Malcolm se le dibujó una sonrisa triste en el rostro.


De normal, nadie hablaba de él.

Lo-lo siento mucho. - le costaba un poco hablar.

María le envío a entrar a la panadería.

Mi madre sabía perfectamente que te pasarías por aquí. Verás, tengo que contarte una cosa muy importante, Malcolm. Mi madre dejó en herencia, la panadería y la casa en la que vivió. Yo tengo mi casa ya y no puedo ocupar esa. Me dijo, Malcolm, que te la dejase, porque no soportaba verte día sí y día también ahí, sentado como si no valieses nada… - María paró de hablar cuando Malcolm empezó a llorar.

¿Pu-puedo verla? - dijo Malcolm y María tragó saliva.

Por supuesto. Ahora después iba a ir yo a verla. Puedo llevarte.


María resultó ser agradable con él, le contó muchas historias sobre Marisa y él le escucho atentamente. A pesar de que estaba triste, hizo el esfuerzo por mostrarse firme delante de él, eso decía mucho de ella, pensó Malcolm.

¿Sabes? Mi madre me había preparado para estas cosas. Ya sabes, la muerte. - dijo María girando el volante para entrar por un carril. - Siempre me repetía que era una etapa de la vida a la que no debía temer. Es que de pequeña tuve que ir al psicólogo porque me daba mucho miedo. Pensar en la nada aterra, ¿no crees, Malcolm? - Malcolm miraba las manos de María, controlaban a la perfección el vehículo.


Se preguntó si él algún día sabría.

S-sí. Da mucho miedo, María. Pero más miedo da vivir en soledad. - dijo Malcolm mirando hacia la ventana y noto la mano de María en el hombro.

Ahora no estás solo, te lo prometo. - le sonrió mientras miraba hacia la carretera.


Estaban cerca de su destino cuando Malcolm decidió encender la radio. Escuchaba música, suponía que era la actual música porque no le sonaba a la música que solía poner su padre en la pequeña caravana en la que vivían. Cerró los ojos y disfruto de la música hasta llegar a su destino.

Muy bien, hemos llegado. - dijo María, pero sin embargo, no bajaba del coche.

¿No bajas? - miró a María y ahí noto cuando la armadura se le descorchaba.

No… no sé si puedo, Malcolm. - dejó apoyada la frente en el volante y ahora Malcolm fue el que le tocó el hombro.

No estás sola, vamos. - miró a Malcolm y le sonrió.

Vale… vale, vamos. 


Bajaron del coche y fueron juntos hacia la tumba de Marisa. Malcolm acarició la placa con los dedos y María le puso flores.

Se quedaron hasta que se hizo la hora de cenar.

Años después, Malcolm estaba afeitándose la barba en el gran espejo del baño, con un ojo cerrado, milimetrando. Desde que aprendió a hacerlo, le encanta recortarsela y dejarsela a su rollo, como dice María. Al acabar, se secó y se vistió. 

Hola, mi amor. - dijo, besando a María quién estaba preparando dos cafés y un vaso de leche. 

Dile a Natalia que ya es hora de levantarse, por dios. No me hace caso. - Malcolm río por lo bajo.

Vale, mi amor.


Fue a la habitación de su hija, la cual yacía en la cama. No tenía intenciones de levantarse.

Natalia, venga. Levanta ese culo gordo. - le dijo besando su cara repetidas veces.

Papi, no quiero. - dijo adormilada.

Mamá y yo tenemos que abrir la panadería. Venga, cielo.


Al final se habían quedado a vivir en la casa de Marisa y vendieron la de María. Quisieron guardar el recuerdo de Marisa para siempre. Y ahora no solo de Marisa, también de su pequeña familia.

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