Una noticia en el periódico.

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Vicente imprimía los guiones para su próxima clase de teatro, que era en cinco minutos. Mientras los papeles iban imprimiendose, Vicente sorbía su café y miraba su reloj.

Cuando el último papel salió de la impresora, Vicente tiró el vaso de plástico a la papelera y cogió los guiones. Llevaba una semana de no parar, pero sin embargo, le gustaba. Adoraba dar la asignatura de teatro, sentía que, así, podía hacer llegar el arte en un mundo en el que la educación seguía una línea monótona, sin dejar brillar al alumno como realmente debería. 

Al llegar al salón de actos, Vicente dejó los guiones en su mesa y empezó a despejar las sillas para que hubiera más sitio. La campana estaba sonando y sus alumnos comenzaron a entrar. Vicente les pasó un guión a cada uno, para que lo fueran ojeando y después, les mandó a hacer la relajación. Cuando están todos sus alumnos haciendo un corro en el escenario, ve a una chica sentada en las sillas. Tenía toda la pinta de haber hecho pellas. Pero Vicente la vió apurada, y decidió que nunca viene mal una opinión externa. 

La joven se llamaba Carla, estaba en segundo de bachillerato artístico. Decía no tener clase, aunque él estaba seguro de que no era cierto.

¿De qué trata la obra? - dice Carmen mordiéndose las uñas.

Se llama, Honor y Dolor. Va de una familia poderosa que está continuamente traicionandose por dinero. En fin, habla del poder que tiene el dinero sobre nosotros. - Carmen rió y asintió.

Tiene toda la pinta de ser la bomba. - Vicente ve como la joven sacó una libreta y el estuche de la mochila. - Adelante, quiero verla. - Vicente ríe y negó.

Aún no la han leído siquiera. - Carmen movía en un vaivén rápido su pierna.


Vicente notó que Carmen era muy nerviosa.

¿Hoy la vais a leer? - Vicente asintió.

Y a repartir personajes. Ya verás. - dijo levantandose de la silla y yendo hacia su clase.


Ya habían terminado la relajación. Vicente les pidió que se sentaran en corro y fue escogiendo a personas para hacer las frases de distintos personajes, para ver quién les daba más fuerza. Carmen miraba atentamente. Tenía ahora historia de España y había decidido que hoy no tenía cuerpo para eso. Además, había oído hablar de que hacían teatro desde el año pasado y tenía muchísima curiosidad; siempre quiso ser actriz.

Una vez acabada la clase, Vicente fue hacia Carmen, que estaba arrancando una hoja de su libreta.

¿Qué te ha parecido? - Carmen le extendió la hoja.

Toma, aquí tienes quien creo que haría mejor cada personaje. Solo es una idea, no hace falta que la tomes. Ahora me voy que tengo dibujo artístico, adiós. 


Y como vino, se fue, como un rayo en una tormenta.

El miércoles siguiente, Carmen no vino. Vicente realmente la esperaba, esperaba su opinión. Hizo la clase y le hizo caso a Carmen sobre quién debería interpretar cada personaje. Realmente, tenía toda la razón. 

La semana siguiente. Vicente iba con el vaso de café entre los dientes porque tenía los brazos llenos de cosas que utilizarían en el ensayo.

¿Te ayudo? - oyó la voz de Carmen.

Carmen… Eh, sí, por favor, necesito que me sujetes esto. - Carmen sonrió al ver como intentaba hablar con el vaso entre los dientes.

Anda, dame. - dijo cogiendo unos trajes y unas cuantas pistolas de plástico.


Vicente abrió la clase, ahora con el café en mano.

Pensaba que no vendrías tampoco, la verdad. - dijo Vicente cogiendo los trajes y colgandolos arriba de la puerta.

Hoy tampoco tengo clase. - le dijo Carmen sonriendo. - ¿Me hiciste caso? - Vicente asintió mientras tomaba un sorbo de su café y lo dejaba en la mesa.

Te hice caso. Me parecieron acertados tus apuntes, la verdad. ¿Me ayudas con las sillas? Vendrán dentro de nada. - Carmen asintió y bajó de un salto del escenario.

¿Sabes? - preguntó Carmen mientras tiraba las sillas hacia atrás con un estridente sonido. - Siempre he querido ser actriz. 


Vicente dejó de mover las sillas y se quedó mirándola. Tenía una idea, pero no sabía si Carmen querría.

¿Querrías salir en la obra? - Carmen le sonrió, había acabado de mover las sillas.

Eso implicaría que dejara historia de España, ¿lo sabes? 

Solo si tú quieres.


Ese día, Carmen ensayó con la clase.

Miércoles tras miércoles, Carmen aparecía. Tenía talento, mucho, y eso hacía que Vicente sintiera que esta obra iba a ser la mejor de todas las que haría en su vida.

Carmen hacía de hombre, le dijo que quería romper los estereotipos; era el cabeza de familia, el hermano mayor. Más o menos como Thomas Shelby en Peaky Blinders, como ella solía ejemplificar con su boina puesta. 

Seguía dándole apuntes a Vicente sobre las puestas de escenas o algunas frases que quedarían mejor, a Vicente le fascinaba la creatividad de su nueva alumna.

El día de la presentación, la obra lo bordó. Tanto que cuando Vicente salió a despedirla se puso a llorar. Carmen lo aplaudía, contenta de poder haber hecho al menos una vez en su vida lo que siempre había soñado.

Después de eso, Vicente no volvió a ver a Carmen más; ella había dejado los estudios. 

Él siguió impartiendo clases, con la misma ilusión pero echando de menos esa remolino llamado Carmen. 

Seguía tomando su café amargo con prisas mientras preparaba la sala, haciendo obras en el salón de actos grande del ayuntamiento… Pero le faltaba algo. Esas ganas de vivir en la piel de otras personas como las que tenía Carmen.

Años después, sentado en la terraza de su piso, leyendo el periódico mientras tomaba uno de sus cafés amargos pero ahora sin prisa ninguna, vió una noticia en el periódico del pueblo. No estaba en la primera página ni era de las noticias más importantes, pero cuando Vicente lo vió, casi lloró de alegría.

La vida de Adela: venid a ver la obra más esperada del momento. En Pinto, en el salón de actos del ayuntamiento, el día 9 de Octubre a las 18:00.

Y la protagonista era Carmen.

Aquel día, a las 18:00, Vicente estaba sentado en una de las butacas del ayuntamiento. Y cuando salió Carmen, volvió a sentir lo que sintió aquellos días dando clase con ella. Carmen interpretaba a Adela, una chica con las mismas ganas de vivir que ella, casi parecía ser ella, un calco de toda su personalidad jovial. Ahora rondaría los 30 años, pero seguía siendo la misma Carmen que se coló aquel día en su clase para cambiarle la vida completamente.

Cuando acabó aquella obra, Vicente lloró como aquel día que despidió su obra más preciada. Y con ella, a Carmen.

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