Otto amaba las flores.
Todos los días salía al jardín de su casa para seleccionar de entre las recién florecidas, a la más hermosa.
Debía hacerlo con tal frecuencia ya que ninguna de sus flores favoritas se mantenía abierta tantos días como el quisiera.
Solía tener preferencia por las flores rojas, con muchos petalos, o con espinas en su tallo. Sin embargo, cada vez que elegía alguna, ésta se encontraba cerrada al llegar él del colegio; y luego, tal era su enfado, que no volvía a escogerla.
Una mañana de sol muy fuerte, los ojos de Otto se desviaron hacia la cosa más maravillosa que había visto en lo que recordaba de su vida.
Una esplendorosa rosa roja brillaba en la rama más alta del rosal, que tantos años había permanecido sin florecer.
Inmediatamente el niño se enamoró de aquella flor, convencido de que era la más hermosa que había florecido en su jardín.
"¡Una flor tan bella, no se debe cerrar nunca!" Exclamó mientras la observaba atónito con ojos estupefactos.
Y así pasaron los días, y cada día Otto más se convencía de que aquella era la flor más perfecta del mundo .
Pero a veces las cosas que parecen más firmes, pueden ser también las más delicadas. Y con una fuerte brisa de primavera, aquella rosa se deshojó.
Y con aquellos pétalos despojados, cayeron lágrimas infantiles, que entre enojo y tristeza le reprochaban a aquella inútil flor ser tan débil.
Pero aunque Otto no lo quisiera admitir jamás, la culpa no era de aquella flor por ser una rosa, sino de el mismo por haberla creído otra cosa.
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Secretos de la tierra.
PoésieSomos olas, viento, soles y lunas. Somos las estrellas, los planetas y algún que otro cometa. Somos montañas, fuego y flores. Estrellas fugaces, nubes, nieve. El cielo y la tierra. Somos seres pidiendo un manual de instrucciones para vivir, cuando...