Café.

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Luego de sentir el aroma de un dulce perfume floral, me dirigí a una cazuela blanca que contenía algunos granos de café.
Tomé con la punta de mis uñas una de las diminutas cápsulas marrones y la acerqué lentamente hacia mis orificios nasales.
Cuando ya no hubieron señales de aquella fragancia rosal, accedí a probar otro frasquito que obtenía algunas notas de limón y naranja.
Satisfecha con el último postulante, miré a mi vendedora aún con el café entre mis dedos, y comencé a hablar. -En cuestiones de amor, una nunca debe ser el grano de café- Aquella muchacha, tal vez demasiado joven para trabajar, me observaba atónita como queriendo descifrar un enigma, y manteniendo aún los tapones de ambos perfumes en sus manos -A mi me gusta tener mi propia esencia, esa que se te pega en la piel y no hay nada que la borre. Todos prueban el grano de café en algún momento de sus vidas, pero nunca nadie se queda con él.- Le pagué la compra, tomé mi bolsa y regalandole una sonrisa me fui del local.
Estaba segura, nunca me olvidaría.

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