Siento mis pies pisar tierra firme. Mis manos diminutas rozan la hierba mojada por el rocío. Se oyen dos trozos de madera chocando el uno con el otro y voces fatigadas. Finalmente, una voz de hombre gritando victoria mientras un niño protesta. Mientras siguen con su combate, yo me dejo llevar por una fuerza que me guía hasta una dirección concreta. No veo nada, pero me dejo llevar como si fuera un metal atraído por el imán. Toco un objeto. No sé lo que es. Noto que es puntiagudo y que pincha. De repente, alguien me coge en brazos y me aparta del artefacto.
— ¡No toques eso, preciosa! ¡Te puedes hacer pupa! — era el hombre de antes — Con que te gustan las armas, ¿eh? Esto es una bola de pinchos. Pesa mucho, pero seguro que tengo una que sea adecuada para ti.
El hombre me dejó en el suelo y noté cómo se alejaba. Me senté en el suelo y cogí un puñado de tierra. La lanzaba al aire y volvía a repetir la acción. Hasta que el hombre volvió y me sentó en su regazo. Tiernamente me acariciaba el cabello y me puso un mechón detrás de la oreja.
— Mira lo que tengo para ti. Es también una bola de pinchos, como la de antes. Pero esta es pequeñita, como tú — me explicó. Puso el mango del arma en mi mano. Me cogió la otra mano y me llevó con él. Me sentía la niña más feliz del mundo con ese instrumento para matar en la mano.
— Vamos a ver de lo que eres capaz. ¡Mueve la bola! — gritó el hombre. Por cada golpe certero que le daba a una tabla de madera me elogiaba. Poco a poco iba mejorando y sentía la curiosidad de seguir mejorando y practicando con la bola de pinchos.
Para mí seguía siendo todo de color negro, no veía nada. No necesitaba ver nada para sentir todo lo que estaba sintiendo. Jamás había sentido aquella euforia. Hasta que sentí unos pasos. Sólo eran unos pasos insignificantes, pero yo los percibí como si fueran los pasos de un gigante Solté la bola de pinchos, que cayó al suelo, impactanto con él.
— ¿Qué estás haciendo, muchachita? — gritó una voz de mujer — ¡Deja eso ahora mismo!
Yo corrí y me escondí detrás del hombre que me entregó la bola de pinchos. No lo veía, pero sabía que era él. Empezó a pelear con la mujer. Ella le prohibió que me enseñara a manejar armas. Cuando se fue, agarré el mango de la bola de pinchos con tal fuerza que nadie fue capaz de separarme de él. Permanecería unido a mí. A partir de entonces sería como una parte de mí.
Seguí entrenando con la bola de pinchos mientras sentía que pasaba el tiempo. No comí, no dormí la siesta, no merendé... El tiempo pasaba y yo seguía con mi entrenamiento intenso. Hasta que llegó el atardecer. Hasta que no sé como ya no estaba allí, sino en otro lugar totalmente diferente.
Oía el clamor de la gente. Movía la cabeza a ambos lados buscando respuestas, sin éxito. Sentía unos pasos acercarse. Quise huir, pero no podía. Era como si mis pies estuvieran pegados al suelo. Sujetaba la bola de pinchos con fuerza, aunque todo mi cuerpo temblaba. Estaba atemorizada. Aquel hombre me iba a matar. ¡Estaba en el campo de combate de "El Ocaso"! Llamé desesperadamente a mi padre, a mi madre, a mi hermano... Pero no contestaban. ¿Dónde estarían? ¿Les había pasado algo? ¿Qué sería de mí?
— ¡Socorro!-grité con una voz desgarradora. Entonces descubrí que no estaba en "El Ocaso", ni tenía seis años. Aquello había sido un sueño. Pero algo no había cambiado: seguía habiendo la misma oscuridad.
— ¿Soñando con lo de siempre? — preguntó mi hermano mayor, posando su mano sobre mi hombro.
— Sabes que sí, Will — le respondí.
—¿Qué ha sido esta vez, Christine? — quiso saber él.
— Cuando papá me enseñó a luchar. Echo de menos esos tiempos — suspiré.
— Todos echamos de menos esos tiempos. Procura dormir. Yo estaré aquí contigo, no me moveré en lo que queda de noche — me tranquilizó mientras se tumbaba a mi lado y me empezó a peinar el cabello con los dedos, tal y como lo hacía papá. Sentí las caricias hasta que me dormí profundamente.

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El Ocaso
Science FictionChristine Brown, una chica de dieciséis años, ciega de nacimiento, vive en un mundo controlado por un duro gobierno y separado en multitud de tribus, en el que obligan a los hombres a luchar a muerte en una batalla realizada cada atardecer, conocida...