Desperté con el canto de los pájaros y la brisa de la mañana rozando mi cara. Estaba totalmente desubicada. Entonces recordé que había pasado toda la noche allí, durmiendo plácidamente al lado de Thomas.
Me incorporé, y entonces pude escuchar el sonido del agua fresca. Aquella noche había sido la única en la que pude dormir sin despertarme en medio de la oscuridad.
— Veo que ya te has despertado — oí la voz de Thomas.
— ¿Qué hora es? — pregunté, con voz soñolienta.
— Las seis y media — respondió — Espero que no sea demasiado tarde para volver a nuestros departamentos sin que nos descubran.
— Tenemos que irnos ya — me levanté e intenté encontrar la salida para volver a la plaza.
Volvimos a atravesar el camino que recorrí por la noche, asustada, huyendo del guardia que estaba a punto de descubrirme.
Thomas y yo fuimos andando con rapidez, pero sigilosamente, por la plaza de la asociación. Decidió acompañarme a mi departamento primero y, después, él se fue al suyo.
De nuevo, la soledad invadía todo mi entorno.
Los entrenamientos comenzaban a las siete. Tenía unos escasos quince minutos para cambiarme, coger mi bola de pinchos y masticar uno de los chicles que cambian la voz.
Aquella mañana no me apetecía nada entrenar, pero tenía que hacerlo: Por la tarde lucharía en "El Ocaso".
Busqué a los guerreros. Pero cuando llegué a la arena donde entrené el otro día con Thomas, ya estaba ocupada. No sabía dónde ir, así que me quedé quieta, deseando que llegase alguien que me guiase.
— Hola, muchacho. ¿Qué haces aquí parado? — me preguntó una voz más grave de lo normal.
— He visto que este campo estaba ocupado — lo señalé — No sabía dónde ir.
— Allí hay un campo vacío — dijo, seguramente apuntando hacia donde estaba.
— ¿Me puedes guiar? — le pregunté.
Empezó a caminar, y yo iba siguiendo el sonido de sus pasos. Supe que llegamos cuando pude pisar la superficie arenosa.
— Ya hemos llegado — empezó a hablar el hombre — Soy Benjamin, aunque puedes llamarme Ben. ¿Y tú?
Cuando hablaba conmigo su voz parecía más suave. Creo que me trataba como a un niño, tal vez por mi temprana edad.
— Yo soy Christian — respondí, con voz firme.
— Intentaré luchar un poco más flojo que de costumbre. No quiero lastimarte, muchacho — me habló Ben.
— Prefiero que luches como acostumbras — le hice saber — Hoy tengo que dar lo mejor de mí.
— Con lo joven que eres, la baja estatura que tienes y lo escuálido que estás, ¿te han dicho que tienes que luchar en "El Ocaso"? — preguntó, incrédulo — Además, me han dicho que eres ciego.
— Tengo dieciséis años. Sí, soy bajito y estoy muy delgado. Y, además, soy ciego. Reconozco que eso no ayuda mucho, pero lucharé en "El Ocaso" esta tarde — dije, muy orgullosa.
— ¡No seas incrédulo! Te matarán a la primera — se estaba riendo de mí. No permitiría que me despreciara de esa manera. Sería uno de los mejores Mercenarios, pero yo también era uno, y le enseñaría de lo que era capaz.
— Comprobémoslo — le reté.
— ¡Es imposible que me ganes! Soy un veterano de "El Ocaso". ¿Sabes cuántos combates he ganado? ¡Más de cincuenta! Y tú, un novato, ciego, ¿dices qué puedes ganarme? No lo creo. Pero, acepto tu reto — se incorporó en un extremo, y yo, en otro.

ESTÁS LEYENDO
El Ocaso
FantascienzaChristine Brown, una chica de dieciséis años, ciega de nacimiento, vive en un mundo controlado por un duro gobierno y separado en multitud de tribus, en el que obligan a los hombres a luchar a muerte en una batalla realizada cada atardecer, conocida...