No puedo dejarte ir.
Ni hoy, ni mañana, ni un día después.
Recuerdo que por aquel entonces me creía poeta y tu corazón siempre estaba junto a mí.
La muerte te eligió a tí.
Tu corazón me salvó aquella tarde, pero el mío no se movió, no reaccionó, esa noche fue la primera en la que le hablé a la luna. Tal vez si lo hubiera hecho antes, todo sería diferente ahora.
Mi desesperación, mi odio, mi amor. Todos a flor de piel porque mi corazón no podía albergar nada más que no fuera la sensación de soledad a mi lado izquierdo, donde siempre estabas tú.
Me sentí la más triste del mundo, decidí morir para poder encontrarte otra vez.
Una noche, en el mismo puente, totalmente desnuda bajo la luz de la luna decidí mortificar mi cuerpo, pues mi mente no necesitaba ayuda.
Siempre he sido cobarde, pero esa noche lo fuí más que nunca. Incapaz de saltar, pasé la noche sufriendo la mordedura del frío hasta que me venció el sueño.Desperté con una pasión bajo la piel que no sentía desde la última vez que te toqué, eso me impulsó a correr.
Desde ese día volví a escribir, con ese espacio vacío a el lado izquierdo que es y siempre será para tí.En mi obra jamás publicada está mi amor por ti y de cómo pude volverte a sentir una sola noche de otoño. Tu piel pálida, la más pálida que he visto en mi vida, tu cabello negro, tu melancolía y la frialdad con la que solías entregarte, tus ojos cafés y ausentes. Pero también sentí aquella noche, un silencio y una pena que no son de este mundo.
Fragmentos de una leyenda europea sobre el Hada del Otoño manipulados a mi antojo.