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Me senté a la orilla de la pequeña piscina que había. No tenía ganas de volver adentro; así que me quedé aquí, junto a mi mala suerte ya que ella nunca se iba de mi lado.

Me quité las zapatillas y introduje mis pies al agua, meneando mis piernas arriba a abajo.

Bueno, al menos aquí afuera era tranquilidad.

O eso creía hasta que llegó alguien a sentarse a mi lado.

—¿Por qué esa cara?—era Scott.

Arrugué mi rostro y miré al cielo, caso lloriqueo.

Dios, ¿por qué a mí? ¿Por quééééé?

Lloro internamente.

Aparte que se lleva a mi gran fuckboy tiene la dicha de venir aquí.

—¿Sabes algo, Scott?

—No, no sé. ¿Qué?

—Jódete.

Elle no me da su númeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora