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—¡Elle!—reprendió mi madre y rodé mis ojos—. Irás con Scott, si no quieres, vete a tu habitación.

La rabia que tenía acumulada quería estallar. Cerré mis ojos y conté hasta diez. Quería pegarle un grito a mi madre por no entender que no soportaba la presencia de Scott. Y quería propinarle una cachetada al imbécil que me sonríe socarrón.

—Adiós—dije. Tomé de la camisa a Scott y lo jalé a rastras fuera de mi casa.

Su auto estaba al frente estacionado y me subí al Toyota a regañadientes.

Elle no me da su númeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora