Encuéntrame En El Ocaso

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Feudal, "fantasy" AU

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La batalla había sido demasiado ardua y comenzaba a sentir el cansancio apoderándose de su cuerpo.

Había usado toda su magia y el esfuerzo drenó  sus energías, la sangre corría por los pasillos que si bien antes eran de reluciente mármol, ahora parecían rojos, baldíos y genocidas. La mitad de su especie había perecido en la pelea, y miles caían por segundo. Ellos habían sido los causantes de todo, pero fue su persona aquella que desató el desastre y acabó con los suyos.

Todo era su culpa y a pesar de desear irse junto a aquellos que dieron su último respiro aún debía tomar responsabilidad por sus acciones. Ella había causado todo esto y ahora era su obligación detenerlo. Llamó a su sangre maldita, pero su demonio interna estaba más que dispuesta a tomar el control sobre ella y ayudar al enemigo. Ahora sólo quedaban decenas de su especie si tenía suerte, y no pasó mucho tiempo antes de que el reino sucumbiera ante la sangre de sus habitantes.

Cuando solo quedaban tres personas en el campo de batalla, sintió a su madre tomarla por los brazos y obligarla a correr en contra de su voluntad. Azar se encargaría de entretener al enemigo, pues la Reina de esa nación de hechiceros era tan buena combatiente como el líder del antiguo ejército. Eran una nación pacífica, es cierto, pero cuando la guerra se cernía sobre ellos no dudaban ni un segundo en ir gritando al campo de batalla.

Su madre, la protegida de la Reina Azar y próxima al trono, era una de las mejores hechiceras del reino, y no dudó ni un segundo en utilizar sus dones para sacar a su hija del peligro en contra de su voluntad. Ella peleó, trató de escapar del hechizo, pero le fue imposible resistir. Arella era fuerte y ella no estaba en condiciones de luchar contra ella, había gastado demasiadas energías y estaba segura de que caería sobre sus pies en cualquier instante.

La mujer la acercó corriendo al centro del palacio, abriendo millones de pasadizos secretos y adentrándose en lugares, calabozos y habitaciones que la joven nunca había visto en su vida. Entraron al centro del lugar, a una especie de mazmorra o estudio oscuro y desalojado. El lugar estaba cubierto de polvo y en el centro del mismo se encontraba una especie de urna de cristal lo suficientemente grande como para contener a una persona, pero lo suficientemente pequeña como para que la estatura de su inquilino fuese específica.

Ella leyó los escritos marcados en la urna, y supo lo que hacían ahí.

Antes de poder reaccionar, su madre ya la había acostado allí dentro. Ella peleó con todas sus fuerzas, gritó y dio lo mejor de sí misma por volver al campo de batalla, no podía dejar a su pueblo solo, debía pagar por lo que había hecho, no huir de sus demonios. Arella trató de calmarla, le dijo que esta era la forma en la que debía ser y que ella era la única con la altura y complexión adecuada para entrar en esa urna de protección. Era un hechizo antiguo pero funcionaría , ella viviría.

Pero no quería vivir. Si su pueblo se extinguió en contra de lo que ella trajo al mundo entonces deseaba morir junto a los demás. Arella le dijo que siempre la amaría, limpió las lágrimas del rostro de su hija y cerró la urna con ella dentro. Ambas escucharon el grito de la Reina, y supieron que había perdido la batalla. Arella se apresuró en su tarea, calmada y seria como siempre. Realizó el ritual prohibido y dejó a los cánticos resbalar por su voz.

El sonido del enemigo aproximándose a ellas recorría los pasillos, pero la mujer no titubeaba, la hija golpeaba el cristal con la esperanza de romperlo.

La mujer dijo las últimas palabras del hechizo y le dedicó una sonrisa triste a la joven que gritaba entre llantos tratando de no sucumbir ante el extremo sueño que se apoderó de ella.

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