Missing Halloween

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Loss of innocence

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Regresaba a casa sola, como de costumbre.

Su mamá le había dicho que no volviera muy tarde, aunque también le alentaba a salir más a seguido y jugar con sus amigos. Pero ella no tenía amigos. Sus ojos y sus cabellos eran raros y por eso nadie quería acercarse a ella, aunque siempre intentaba jugar con los demás, siempre con una sonrisa en el rostro pensando que si sonreía de ese modo entonces la aceptarían.

Pero siempre la echaban a un lado o la ignoraban, le decían " bruja" en la escuela y era demasiado joven como para entender lo que era el bullying. Ella pensaba que nadie se juntaba con ella porque  no lucía muy amigable, así que solía pasar horas frente al espejo tratando de sonreír y practicar sus saludos o la forma en la que hablaba o se comportaba. También trató de vestirse de una forma más femenina, porque al parecer las demás niñas de su edad no gustaban mucho de ropas oscuras y simples.

Su madre no le dio mucha importancia a aquello, ella también había pasado por lo mismo y sabía que era necesario superar ese deseo indomable de encajar con el resto para darse cuenta que son nuestras singularidades las que nos hacen especiales, y que no importa lo que piensen los demás para ser felices.

Angela era camarera en un restaurante cerca de su hogar, trabajando a medio tiempo como tutora de yoga en el Centro de Meditación y Rehabilitación Ivy cerca de la plaza central. Esas labores sumadas al hecho de ser madre soltera no le regalaban mucho tiempo libre para pasar con su hija, es por eso que apreciaba las memorias que podían hacer juntas.

Rachel nunca conoció a su padre, le bastaba con saber que hacía llorar a su mamá y eso era suficiente como para no querer conocer al hombre. Ella era feliz con su simple vida, aunque ese deseo por ser aceptada y tener, al menos, un amigo no faltaba. Ese Halloween ella se había decidido a hacer alguna amistad nueva, o al menos a lograr que alguien hablara y jugara con ella sin burlarse . Su madre la alentó, diciendo que fuese ella misma y que alguien la aceptaría por como es, que tuviera paciencia y fuese positiva.

Pero esa noche las cosas no fueron como quería, y una vez más ella se había quedado sola en medio de la plaza central.

Su madre no había podido acompañarla porque le había tocado cerrar tarde el restaurante, pero a pesar de que Gotham era una ciudad peligrosa por naturaleza, la zona en la que vivían era relativamente segura y tranquila. La niña miró a su lado, donde dos dulces descansaban dentro de su canasta. Su disfraz había sido un desastre, sus planes habían sido un desastre, la noche había sido un desastre, ella era un desastre. ¿ Quién jugaría con alguien como ella?

Estaba cansada y quería descansar, llevaba un buen rato tocando puertas pero todos los otros niños ya se habían llevado todos los dulces, dejándole solamente dos y los cuales eran los últimos. Quería sentarse en algún lado y pronto divisó un banco cerca de donde estaba. Se sentó allí, suspirando en alivio pues sus pies la mataban y abriendo los ojos para darse cuenta de que no era la única en aquel banquito de madera blanca.

El niño a su lado parecía tener su misma edad, ocultaba su mirada bajo una capucha y observaba un antifaz verde entre sus manos, sin notar su presencia a su lado. Él parecía ir disfrazado de algún superheroe, y la 'R' en su pecho le dejó saber que se trataba de Robin. Ella se acercó lentamente, tratando de iniciar una conversación o al menos intentando que él la notara. Cosa que no sucedió, y se vio obligada a tomar la palabra.

—Hola, ¿estás solo?

Él dio un pequeño salto en su lugar, sorprendido por la presencia súbita a su lado. Ella reprimió una risita leve, la expresión del chico era un poco graciosa y más aún cuando sus bonitos ojos verdes trataron de disfrazar la sorpresa con seriedad.

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