Emperor's New Clothes

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Rivals, lovers

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—¿Sientes dolor?

—No.

—¿Sientes ira?

—No.

—¿Sientes impotencia?

—No.

—¿Sientes algo en absoluto?

—Antes lo hacía.

—¿Antes de qué?

—Antes de ti.

—Mentirosa.

—No miento. Antes de ti podía sentir el dolor de mis heridas, la ira de la traición, la impotencia ante la muerte. Pero cuando llegaste dejé de sentirlo todo. Mi corazón se detiene siempre que estás alrededor, mi sangre deja de hervir y parece ausentarse, mi cerebro deja de funcionar, ya no me importa la venganza o la justicia. No sé lo que me has hecho, pero lo odio. Te odio por ello.

—Si no sientes nada entonces no deberías ser capaz de odiarme.

—Tampoco debería ser capaz de sentir por ti, y sin embargo aquí estoy.

Se lo había prometido a sí misma años atrás. Se prometió que no volvería a dejar que las sombras la tragaran y que alguien controlara los hilos de su vida como si se tratase de una marioneta. Bastante había sufrido por culpa de aquello. Años, sudor y lágrimas fueron necesarios para hacerle dueña de su destino, había luchado tanto y no estaba dispuesta a permitir que un maldito demonio llegara de la nada y le arrebatara todo por lo que luchó tan arduamente.

Pero ella sabía que aquel ser no se doblegaría ante nadie.

Ya no más.

Él no recuerda aquellos años en los que se había perdido buscando una libertad que no existía, saltando de edificio en edificio y protegiendo una moral que no era la suya. "justicia, no venganza", era lo que solía repetirse a sí mismo sin parar. A cada minuto de cada día. Esa frase se quedó grabada en su ser y sin embargo no hizo mucho más que contener su verdadera naturaleza. No la de asesino o espectro, sino la de un niño que está harto de vivir bajo presión.

Su madre, su abuelo. Al principio pensaba que solo era una marioneta para ellos, un arma que usarían a su merced. Pero él sabía que al menos Talia lo quería, después de todo el amor de madre no se puede suprimir.

Es una lástima que no funciona igual con el amor de padre.

Él lo intentó, intentó arduamente odiar a Bruce y su indiferencia, pero nunca lo lograba. Ese anhelo de niño perdido solía ganarle cada vez, esos ojos de hielo traspasaban su alma y si bien alguna vez se quisieron de verdad, ese afecto murió junto con él.

Damian nunca quiso volver de la muerte, pues eso significaría abandonar su elemento y regresar al dolor, a la indiferencia y al frío.

Él estaba en paz cuando la espada traspasó su pecho, había tenido una muerte digna, ese era su deseo ¿por qué no podían verlo?

El año que pasó muerto fueron solamente siete minutos en el infierno, siete minutos en los que consiguió tan añorada y escurridiza paz.

Hasta que regresó.

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