VIII

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Dos semanas ha esperado Fingolfin - dos  semanas en las que Fëanor ha acudido a sus aposentos, dos semanas en que Fingolfin ha tratado de hacer razonar a su hermano y en que Fëanor le ha acallado con besos, con rabia, con deseo, con desesperación. Dos semanas... y finalmente esta mañana, Fingolfin ha visto a través de la ventana encristalada cómo el palanquín dorado del Alto Rey abandona el palacio para tomar la ruta de cristal al Anillo del Juicio.


Los Valar se han hartado de esperar. La paciencia de Manwë Súlimo se ha agotado y Fëanor ha sido llamado a Valimar, la de muchas campanas – peor: a la helada solemnidad del Anillo del Juicio, ante los tronos de piedra y diamante de los reyes del mundo – para responder por su desobediencia.


Fingolfin calcula el tiempo que le tomará al palanquín recorrer la larga vía. Dos lunas a buen paso, cuatro o cinco si la tormenta que se anuncia se adelanta. Sin embargo, dos días serán más que suficientes para un bote de energía. Es cuestión de salir del palacio y llegar al hangar antes de que los guardias apostados a la puerta de sus aposentos noten su ausencia y den la alarma.


Fingolfin revisa en su mente lo que conoce de memoria: a esta hora Fingon está en el cuartel con Maedhros, Turgon lleva tres jornadas revisando las obras de reconstrucción con Caranthir y Maglor... el resto de los allegados cumplen tareas, no descansan. ¿Cuál es el riesgo? ¿Un centinela? ¿Un mecánico? Ninguno se atreverá a oponerse a Fingolfin, una vez Alto Príncipe y Comandante del Ejército Eldarin.



Pensado y hecho es lo mismo. Fingolfin descorre el cerrojo de la ventana, tira de la hoja de cristales entintados y se inclina sobre el alféizar para ubicar el saliente más cercano en la arquitectura de la torre. Unos minutos después, el hijo de Indis – el hermano del rey de los Noldor – desciende por la fachada del palacio con la agilidad de un adolescente.


No es la primera vez que escapa del edificio de este modo. Fingolfin siempre fue un hábil escalador, desde su infancia, lo que una vez en el ejército le facilitó moverse por la cubierta de las naves y ascender a lo más alto de los palos y velas. En menos de diez minutos aterriza en el suelo sin que sus botas produzcan eco, flexionando las piernas. Apresura el paso en dirección al hangar.


Gracias al ingenio de Fëanor, que veinte años atrás diseñara las piedras-vigías, hay necesidad de pocos soldados moviéndose por el lugar. Los dispositivos creados por el Alto Rey controlan los cielos y las aguas que fluyen muy por debajo de la Ciudad Flotante, atentos a cualquier avistamiento del Enemigo.



Fingolfin cruza el hangar sin encontrar un alma viviente y una parte de él casi agradece a los Valar por la buena suerte.


Ya está junto al vehículo. Este modelo más pequeño, personalizado, es obra de Curufin, pensado para los exploradores y zapadores. Ha conducido uno en varias ocasiones y solo espera que Fëanor no haya tomado la precaución de escudar los vehículos contra su marca de poder.


Está a horcajadas en el asiento forrado de cuero oscuro y con la palma apoyada en el hexágono de cristal cuando comprende que sin sus alas ya no posee el poder de los Eldar para acceder a los Cantos de Poder. O eso afirman los Valar.



—¿Quién está ahí? ¿Qué hace? ¡Alteza!

Pluma y Acero. Crónicas de una Rebelión (Fanfic de El Silmarillion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora