Reto Séptimo

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—¡No puedo creer que hayas conseguido entradas!

María está tan emocionada que va dando saltitos en su lugar. Tiene una sonrisa enorme en su rostro y escanea todo a su alrededor, como si no quisiera perderse ni un solo detalle. Estamos en la fila para entrar, tenemos al menos unas veinte personas por delantee.

—¿Qué puedo decir? Soy el mejor.

Me da un golpecito en el hombro y se ríe.

—¡Ya lo creo!

La miro mientras avanzamos dentro del lugar. Tiene los ojos tan abiertos, la incredulidad se refleja en todo su rostro. Cuando conocí a esta chica, nunca creí que la llegaría a amar tanto sin ser realmente nada de ella.

Fue una tarde luego de salir del instituto, me dirigía hacia la casa de mi mejor amigo, Sam. Me detuve en la heladería que queda cerca de su casa a comprar un helado de ron con pasas que él me había pedido. Estaba esperando frente al mostrador cuando llegué. Cuando ordené, me miró con el ceño fruncido y dijo:

—Ese es el peor sabor de helado que existe en el mundo.

La miré sorprendido, su rostro estaba contraído en una mueca de disgusto y aún así se veía hermosa. Me quedé mirándola más de la cuenta, lo sé por la forma en que apartó la mirada, incómoda. Me disculpe y le dije que también odiaba el helado de ron con pasas.

—Las pasas son la peor parte —comenté.

Ella se giró hacia mí. Una sonrisa de curvó en su boca y dijo:

—¡Ni qué lo digas! No entiendo como puede existir gente que disfruta de ellas. Son un asco total.

Hablamos de nuestro odio hacia las pasas hasta que llegó mi pedido y ella se volvió hacia una mesa. Y ese fue el inicio de meses de amistad, hablábamos todos los días. Hasta que me animé a pedirle una cita y ella dijo que sí.

Al principio me temía que no le gustara, puesto que adora el romance, las flores y esa clase de cosas. No le comenté a donde iríamos en nuestra noche hasta que aparque en auto. Sus ojos rebosaban de felicidad y pronto se tornaron brillantes por las lágrimas.

—¡Después de esto dudo que necesites una segunda cita! Me casaría contigo ahora mismo.

Fue tan rápido y tan de repente, que cuando sus labios estuvieron sobre los míos me quedé paralizado. Cuando reaccioné e iba a seguir el beso, se alejó y se secó las lágrimas de los ojos.

—Gracias, gracias, gracias.

Dibujó una sonrisa en su rostro y no la ha borrado desde entonces. El concierto está por terminar, no ha parado de llorar en las últimas dos horas. Están tocando la última canción y mi universo se resume a solo una persona: ella.

Está mirando hacia el escenario y sus ojos caen en los míos cuando se percata de que la estoy mirando a ella. Comenta algo sobre que el escenario está hacia el otro lado y yo le respondo que estoy mirando la función principal. Entrelaza sus dedos con los míos. Me dedica una sonrisa que hace estragos en todo mi cuerpo y mi ojos viajan hasta sus labios. Los gritos de la multitud quedan en segundo plano cuando subo la mirada y veo sus ojos en mis labios.

Tomo su cintura para acercarla más a mi y noto como su respiración se va haciendo más pesada. Coloco un mechón de pelo detrás de su oreja, mi tacto hace que sus ojos cierren e inclina su cabeza ligeramente hacia atrás. Subo mis manos por sus brazos hacia sus hombros y las dejo a cada lado de su rostro. Me inclino hacia delante y junto sus labios con los míos.

Es un beso tierno y lleno de significado. Es el inicio de muchos más. Vierto en él todos mis sueños y esperanzas, todo mi futuro a su lado. Te amo, te amo, te amo.

Me separo ligeramente para ver su rostro. Tiene los ojos cerrados todavía y sus labios están entreabiertos. Suenan las últimas notas de la banda y los vítores y confetis inundan en el lugar.

Cuando por fin abre los ojos le brillan con la intensidad de mil promesas. Sonríe y se abalanza sobre mi en un gran abrazo.

—La mejor primera cita.

—La mejor primera cita —repito.

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