Mi profesor de matemáticas, Guillermo, entra en el salón de clases y mis compañeros se levantan para saludar. Inmediatamente después de las cordialidades, explica el próximo tema que evaluará. Me quedo mirando fijamente el pizarrón mientra él dibuja números y gráficos.
De pronto, me siento mojada. No en ese sentido, pervertido. Me ha bajado la regla. Me ha bajado y estoy en clase. Para morirse.
Apresuradamente busco a tientas en mi bolso mis utensilios satinados (toallas, tampones, lo que sea), sin éxito. Me giro y le pregunto a Pamela, mi compañera.
Niega con la cabeza, su mirada refleja el miedo que siento por dentro. Le pido que pregunte a las chicas mientras me saco el suéter por la cabeza y lo enrollo alrededor de mi cintura. Estoy empezando a entrar en pánico.
Sigo mirando a las chicas como una a una van negando con la cabeza, cuando escucho que el profesor dice mi nombre. Me incorporo inmediatamente, con la vista al frente.
—¿Si, profesor?
—¿Puedes ir a llevarle esta carpeta a la profesora Lucía, por favor? —me tiende la carpeta sin esperar un asentimiento de mi parte—. Y dígale que es de suma importancia que atienda a mi llamado.
Me ajusto bien mi abrigo en la cintura para que no se me vaya a caer mientras camino, y salgo del salón. Tal vez la profesora Lucía me pueda ayudar a solucionar mi problema.
Llego a su oficina y tengo que esperar a que un chico termine de comunicarle que otros tres chicos le molestaron durante el almuerzo. Cuando por fin termina de hablar Lucía le dice que hablará con los chicos para que dejen de molestarlo. Se gira y se dirije a puerta mientras yo lo sigo con la mirada, espero hasta que escucho que la puerta se cerró completamente para hablar:
—Hola profe, aquí le envía profesor Guillermo, dijo que era de suma importancia y que no podía esperar.
Me mira con el entrecejo fruncido y mira en su agenda. Me da un asentimiento y extiende su mano para tomar la carpeta.
—Pasa y siéntate, Jazmín.
Me quita la carpeta de las manos y la abre para leer el contenido. En la primera página sobresale una nota adhesiva de color amarillo fosforescente. Pienso en cómo decirle que me llegó la regla y no traigo nada para evitar mancharme.
Podría simplemente decirle que me siento indispuesta para continuar las clase y si puede llamar a mi mamá. O decirle que me duele el vientre a modo de indirecta. Es mujer, debería captarla, ¿no?
Es la primera vez que me ocurre esto en clases y no estoy preparada. Soy una tonta por olvidar meter unas toallitas extras, cualquier adolescente con un mínimo de sentido común trae unas de repuesto o para emergencias.
Me avergüenza preguntarle y me entra el pánico de solo pensar en no hacerlo. Porque eso significaría estar manchada, y si estoy manchada cualquiera podría verme y hacer comentarios fuera de lugar. No puedo estar así todo el día, apenas estoy en mi segunda clase.
—Ah, ya veo —dice la profesora, sacándome de mis tontas cavilaciones. Levanta la cabeza y su mirada se suaviza —. Tienes un inconveniente.
Mi desconcierto se abre paso a empujones entre la duda y el pánico. Tal vez sea instinto de mujer, un sexto sentido desarrollado por los años trabajando como profesora.
—Tu profesor creyó que podría ayudarte, por suerte para ti, la escuela cuenta suministros para emergencias.
Gira en su silla y se acerca a un estante que está a la derecha. Revisa dentro de una caja y acto seguido me tiende la solución a mi querido problemilla. Suspiro de alivio.
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Galaxias Internas
De TodoCada capítulo, un nuevo reto. Donde la creatividad no tiene escrúpulos y los límites no tienen barreras. La galaxias son tan inciertas como el futuro mismo, como nuestro interior, que creemos conocer pero no lo hacemos del todo...