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Un paso a lo diferente

La luz se colo por mi ventana, mi despertador empezó a sonar, haciéndome despertar. Me removí en mi cama, tome mi teléfono y apague la alarma.
Me senté en mi cama, mis pies tocaron el frío piso, recorriendo varios escalofríos por mi cuerpo. Me levanté de la cama, estirando mis brazos al aire, soltando un bostezo. Mi mirada se desvió a mi reflejo en el espejo, las ojeras se hicieron presentes debajo de mis ojos.

Acerque mi rostro hasta el espejo, y solo si eras muy observador podrías ver la marca. Una grieta que partía mi pupila, marcando aquello que tanto me atormentó.

Era sábado.

Entre a la ducha, me descise de mi ropa y entre a la bañera. Intenté relajarme, aún seguía sin poder dormir, atormentada por mis pasadillas. Enjabonar mi cuerpo, y luego lo enjuague, al salir de la bañera, enrolle una toalla, y lave mis dientes.

Salí de el cuarto de baño, tome un jeans holgados color negro. Tome mi sudadera, y baje a la cocina. Mi madre Elisa se encontraba cocinando, su pelo rojo con naranja se encontraba revoloteando con el suave aire que entraba por las ventanas, con una pala de madera movía las pechugas en la asarten. Ella levanto la vista y me miró, una cálida sonrisa iluminó su rostro. Cuánto la adoraba.

- Te estaba esperando - pronunció con una cálida voz. Sonreí.

- Estaba arreglandome - respondí.

- La señorita Amara a llamado, dice que hoy será su última cita. Y que quedaras de alta - dijo mi madre, mientras tomaba un par de vasos al igual que platos, poniéndolos en la Isla.

- Si, nuestras última sesión. Las pesadillas han desaparecido. De todos modos me a dicho que si vuelvo a recaer la llamé, o bien, acuda a otro psicólogo - respondí. La señorita Amara era una chica algo alta, con pelo obscuro, y ojos del mismo color. Era reservada, y muy correcta. Pero, en el fondo era simpática, una gran amiga. Tiene unos cuarenta años. Y aunque aún irradia un poco de juventud ya que se a cuidado, las arrugas han empezado a aparecer.

- Si. Tu padre te recogerá en cuanto llegues al aeropuerto - dijo mi madre mientras se sentaba al otro lado de la Isla, para empezar a desayunar.

Mi padre era un señor alto, de pelo castaño y ojos cafés. En cambio, mi madre era blanca con leves pecas, y pelo pelirrojo. Se conocieron en la Universidad, yo nací de ese amor. Pero se separaron, en realidad nunca supe la razón, simplemente la acepte. Tal vez, el amor entre ellos se había acabado. Mi madre, había decidido mandarme a Veerffy, el pueblo en el que residía mi padre. Y allí pasaría, un año. Y regresaría con mi madre, a Seattle.

Terminamos de comer, salí con mi madre. Subimos a su auto, y nos dirigimos a el hospital Gralia.

***

Llegamos al hospital, indicamos que veníamos a la cita con la señorita Amara, ella nos indico que pasáramos. Pase yo sola, ya que mi madre no podía. Toque tres veces la puerta, pronto me abrió. Me recibió con una sonrisa y me indico que pasara. Entre, su consultorio se encontraba igual que siempre, todo perfectamente acomodado. Su placa con su nombre brillaba con el resplandor del sol.

- Nuestra última sesión - dijo sentándose en su silla, mientras tomaba un poco de café.

- Si, así es - dije. Aunque me encontraba muy nerviosa, hoy me daría de alta. Y aunque ya habían bajado las pesadillas, seguían presentes. Pero decidí ocultarlo, no quería preocupar a la doctora, que casi me tomaba como de su familia.

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