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Desapariciones en el Pueblo

Sus ojos quedaron perdidos en la muerte.

La sangre aún escurría de su boca, y lágrimas secas adornaban sus mejillas. Aún en mi mente podía escuchar sus gritos desgarradores, sus súplicas innecesarias, ella sabía que la iba matar, pero su mente aún la obligaba a creer que no, que se podía salvar, pero no era así, en el fondo sabía que iba a morir. Y tal vez se arrepentía de haberse enamorado de mi.

Por qué siempre lo repita en su mente, su corazón latía ante mi cercanía, aún recordaba sus ojos cuando brillaban, sus pupilas se dilatanban, sus mejillas se sonrojaba al escucharme hablar, al verme.

Ella siempre me odio, por no poder hacerlo.

Por amarme.

Besé su coronilla para luego dirigirme a la puerta y salir de allí. Retire mis guantes de cuero ya que estaban manchados de sangre. Empecé a caminar entre el pasillo, para tomar un atajo y subir hacia arriba.

Pronto pise la alforma roja que adornaba el pasillo de la mansión. Sacudí el polvo que se había pegado a mi traje, acomode mi mi corbata para dirigirme a mi despacho.

[…]

Tres toques en la puerta me interrumpieron,  formule un "pase". La puerta se abrió mostrando a Rogelio, quien camino apresuradamente hasta mi, se encontraba desesperado, o eso pude notar.

— Señor — musitó, aún me encontraba con mi vista pegada a los papeles que leía.

— Que necesitas, estás interrumpiendo cosas importantes — dije cortante. Odiaba que me interrumpieron, y que arruinaran mis momentos de tranquilidad, dónde debía que atender mis responsabilidades.

— Lo siento, Señor — respondió con la voz temblorosa, todos temían hacerme enojar.
— La señorita — levanté mi vista, mirándolo.

— ¿Que a pasado con ella? Está rehusandose de nuevo — pregunte. Tendría que enseñarle otra vez a la señorita a comportarse. Por qué era su dueño, y debía obedecerme.

— A escapado, la han ayudado... — dijo, siguio hablando pero no le preste atención.

Sentía la sangre correr por mis venas, me sentía enojado, muy enojado. Le había advertido antes que si intentaba escapar su familia tendría las consecuencias, y las cumpliría. Sentí su olor a cereza, lo sentía lejos. Corrí a velocidad sobrehumana por el  bosque, sentí su olor más cerca, casi llegaba a la salida del bosque. La Vi corriendo.

Su pelo revoloteaba contra el aire, rojo como el fuego. Su olor a cereza hinundo mis fosas nasales, sentía mi sangre arder, la furia recorrer mi cuerpo. Ella sintió mi precensia, siguió corriendo tratando de acelerar el paso, pero era inútil, ella lo sabía.

— Pequeña florecita — musite arrojándole contra ella, quedando acorralada ante mi.
Se removió, sintiendo asco por mi.

— Te odio, te odio — abrió sus ojos cristalinos, mostrando su color aceitunado.

— Shh.. Guarda silencio florecita. Creo que ya a llegado tu hora — lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas, sus pensamientos estaban en blanco, su mirada se perdió y empezó a hablar.

ALICIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora