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El coche de Nieves dejó de funcionar por primera vez desde que su padre se lo había obsequiado como regalo de graduación

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El coche de Nieves dejó de funcionar por primera vez desde que su padre se lo había obsequiado como regalo de graduación. Abrió los ojos asombrada cuando comprobó que el tanque de gasolina estaba lleno. El vehículo la había dejado a solo una calle de su casa y se molestó por tener que caminar. Levantó la vista al frente y sus ojos se clavaron en el pequeño cartel que anunciaba un mecánico a la vista.

Era su salvación.

Salió del coche y se encaminó con su cartera hacia el lugar. Apenas llegó, no vio a nadie por lo que se adentró al taller mecánico.

―¿Hola? ¿Hay alguien para atenderme? ―cuestionó mirando para todos lados y no encontró a nadie.

El taconeo de la joven se sintió firme y sonoro sobre el piso de concreto y se giró en sus talones yéndose de allí porque comprendió que no estaba el mecánico para atenderla.

Chocó de frente con un alto y fornido hombre. Estaba desalineado, grasiento y con roturas en su camiseta y pantalón de mezclilla. Olía a grasa y arrugó la nariz. Definitivamente era el dueño del taller.

―Disculpa ―se apretó la nariz con dos dedos para no respirar el olor―, creí que no había alguien para atenderme.

El hombre frunció el ceño mirándola con atención.

―¿Es la primera vez que entras a un taller mecánico? ―cuestionó y ella asintió con la cabeza―. ¿Tu novio es el que suele ir a estos para verificar los coches?

―¿De qué hablas? ―lo increpó con seriedad―. Necesito que veas mi coche, es nuevo y el cretino me dejó a una calle de aquí.

―Si sacas los dedos de la nariz, podría entenderte mejor.

―No pienso respirar la cochinada de tu taller ―levantó la vista observando todo a su alrededor.

―Pues entonces, la fifi deberá buscarse otro mecánico ―escupió con seriedad mientras se limpiaba las manos con un trapo sucio.

El perro que tenía el mecánico se acercó a ella, olfateó sus piernas y lamió una de estas, la joven bajó la cabeza para mirar de qué se trataba, era negro o quizás castaño oscuro, como el cabello de su dueño, o eso parecía. Nieves le tenía terror a los perros grandes y ni siquiera se movió. Júpiter levantó la pata y le orinó las sandalias.

La muchacha gritó asqueada y salió del taller corriendo encaminándose hacia su casa.

El hombre estalló en risas y acarició la cabeza de su perro.

―Parece que ahuyentaste a la reina ―reía mientras lo acariciaba y el perro se restregaba contra sus pantalones.

Ya dentro de la casa, la madre de Nieves quedó intrigada al ver cómo respiraba su hija y de la manera en cómo se quejaba a solas.

―¿Sucedió algo? ―quiso saber.

―El mecánico de la calle siguiente es un bruto, y su perro me orinó las sandalias ―dijo fúrrica.

―Peor si habría defecado ―rió ante su propio comentario y su hija la miró de reojo con enojo.

―¿No te parece pésimo lo que hizo? No tiene modales, igual que su dueño.

―¿Por qué crees que no tiene modales?

―Porque ni siquiera me dijo su nombre o incluso tuvo la delicadeza en ofrecerse a revisar el coche.

―Cuando sucede eso, tú eres la primera en abrir la boca de mala manera.

Nieves quedó indignada, su propia madre echándole en cara su patético defecto. Se mantuvo callada.

―¿Qué le sucedió al coche?

―No lo sé, me dejó a una calle de aquí, justo en la misma calle donde está el mecánico ―dijo irritada―. Iré a quitarme las sandalias y a tirarlas.

―¿Por qué? Con solo un buen enjuague estarán como nuevas.

―Pues porque tiene olor a orina de perro ―respondió con énfasis.

―No seas tonta, la orina se quita fácil y no tendrán olor tus sandalias. Ay Nieves no seas una extremista ―declaró su madre con un suspiro―. El pobre hombre no te ha hecho nada y si en verdad necesitas un mecánico para que revise el coche, pues vas a tener que agachar la cabeza e ir a pedirle con amabilidad que te lo mire.

―Ni lo sueñes... ―replicó ofendida―, no agacharé la cabeza por un maloliente como él.

―Es mecánico, no pretenderás que huela a limpio cuando trabaja.

―Me importa poco cómo huela, no pisaré su taller de nuevo ―afirmó descalzándose y subiendo las escaleras sin hablar más.

Dicho aquello, Nieves dejó zanjada la discusión con su madre.

Dicho aquello, Nieves dejó zanjada la discusión con su madre

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La lista del hombre (casi) Perfecto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora