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Un día después, Nieves con una molestia que se le notaba en la cara, caminó hacia la próxima calle

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Un día después, Nieves con una molestia que se le notaba en la cara, caminó hacia la próxima calle. La acera del mecánico, por orden de su madre, quien le exigió que fuera a tratar de convencerlo para que viera su coche.

La muchacha quedó sorprendida cuando lo observó teniendo medio cuerpo dentro del capó del auto revisándolo. Se envalentonó con furia cuando vio inspeccionando su lindo coche sin su permiso.

―¿Qué crees que estás haciendo? ―preguntó golpeteando su pie contra el pavimento y de brazos cruzados.

―Buenos días, reina. Veo tu coche, ¿acaso no me lo pediste ayer? ―la miró de reojo.

―No acepto piropo de un hombre como tú ―alzó la ceja con suficiencia.

―El reina no fue por linda, sino por fifi y estirada ―sonrió de lado con socarronería.

Nieves quedó boquiabierta y más enojada que antes.

―Y tú eres un bruto ―habló molesta―. Y un guarro ―dijo a lo último con algo de ligereza.

―Tu vida es solitaria, reina. Por eso eres ácida.

―Si pretendes que sea una clienta más, vas a tener que hacer tu trabajo y callarte ―escupió enojada.

―Revisaré tu coche pero no me callarás, fifi ―se irguió plantándole cara.

―¿De qué manera abriste el capó?

―Tenía las llaves puestas, mal hecho, fifi. Tu algodón de azúcar rosa llama la atención de cualquiera que pase.

―Es un barrio seguro ―levantó la barbilla―. Y no entiendo cómo es que tú ―mirándolo de arriba hacia abajo―, te mudaste aquí.

―Arreglo coches de alta gama y motos. Soy un hombre honesto, que no jode a nadie.

La argentina sonrió de lado con algo de disgusto y levantando las cejas volvió a mirarlo desde los pies hasta el pelo y le clavó la mirada.

―¿Qué es lo que tiene mi coche? ―desvió la conversación.

―Se desenchufaron dos cables del arranque. Nada más. Y está arreglado.

―¿Eso fue todo? ¿O me mientes? No creo que seas un mecánico honesto.

―¿Acaso ves varios coches y motos dentro del taller? Soy honesto en mi trabajo también, ahora que tu cabeza de fifi piense lo contrario, es problema tuyo ―dijo con seriedad mirándola con atención a los ojos.

―¿Cuánto te debo?

―Nada, cortesía de la casa.

―¿No vas a cobrarme por tu trabajo?

―No.

―Gracias.

Cuando Nieves se dio la vuelta para querer entrar a su coche e irse, Júpiter apenas oyó su voz desde la calle, salió a su encuentro corriendo alzándose en dos patas y sosteniéndose de sus hombros. El animal lamió su cara y hacía movimientos raros.

La joven chocó contra en tonificado cuerpo del mecánico sintiéndose acorralada, había quedado entre el perro y su dueño.

―Está en celo ―se carcajeó y ella giró la cabeza para mirarlo.

Nieves quedó de piedra cuando escuchó el sonido de su risa y vio sus dientes blancos y perfectos. El mecánico bajó la cabeza para clavar sus ojos en los de la joven.

―Quítamelo, por favor ―dijo inaudible y en pánico mientras intentaba sacarlo con sus manos.

―¿Acaso la reina suplica? ―cuestionó divertido pero vio en sus ojos terror―. Júpiter, sentado ―con un chasquido de dedos y su orden, el perro bajó y se sentó sobre el pavimento.

―Con desinfectante tendré que ducharme ―acotó yendo hacia el coche para entrar en él.

Encendió el motor y condujo hacia su casa que se encontraba en la acera siguiente.

Él miró con atención cómo el algodoncito de azúcar rosa se alejaba no muy lejos de allí con una sonrisa de lado.

Él miró con atención cómo el algodoncito de azúcar rosa se alejaba no muy lejos de allí con una sonrisa de lado

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La lista del hombre (casi) Perfecto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora