CAPÍTULO 3

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Gustabo y Horacio se miraron confundidos. No sólo porque no era la respuesta que esperaban, también por su actitud. Normalmente les habría dado de porrazos. ¿Le habrán pillado en un momento sensible? Lo que fuera, algo pasaba con él y no dudaron en seguirle.

Se subieron a un Z, se abrocharon los cinturones porque ya saben lo que suele pasar cuando él conduce y se quedaron en silencio mientras observaban cómo amanecía.

-Gustabo: ¿podemos saber hacia dónde nos dirigimos?

-Conway: ya veréis. Tranquilas muñecas, no os voy a hacer nada.

Llevarían un rato en silencio y Horacio interrumpe susurrándole a Gustabo, que iba de copiloto:

-Horacio: oye, dale a la Spain RP.

-Gustabo: pero vamos a ver, ¿tú crees que este es el momento, Horacio? Por favor, ¡un poco de seriedad coño!

-Horacio: es que llevamos mucho rato en silencio y me aburro tío.

Conway se reiría un poco y pondría la radio con volumen moderado. Los otros dos quedaron un poco asombrados. Después de un rato, empezaría a hablar.

-Conway: capullos, -los dos le miraría- explicaros eso es... complicado, no sé si seré capaz de hacerlo. Cualquier cosa que pase hoy, se queda entre nosotros, ¿oído?

Llegaron a unas montañas, habría unos cuantos árboles que darían algo de sombra. Observaron como el hombre no paraba de observar a unos árboles en específico.

-Conway: venga, salid. - caminaría hacia aquellos árboles con los dos canelos siguiéndole por detrás - estuve casado. Fue la mejor época de mi vida, tanto que tuve dos hijos.

-Gustabo: ¿dos hijos?

-Conway: así es.

-Horacio: ¿y qué pasó con ellos?

-Conway: verás, habré luchado por este país innumerables veces, salvado vidas ajenas, pero – se le empieza a cortar la voz – pero, no a mi familia.

Se quedarían callados mirando a Conway, era la primera vez que le veían de esa manera tan frágil, tan... débil...

Llegaron a el sitio donde quería llegar. Esos dos, confusos, no podían resistirse a preguntar.

-Gustabo: ¿qué hacemos aquí, Conway?

-Conway: suelo venir aquí de vez en cuando. Mi familia está aquí. ¿Queréis saber que sois para mí? Veréis, sois unos canelos, unos anormales que no dejan de hacer el gilipollas. Tenéis un cierto parecido con – se le corta la voz otra vez más - con, con mis... – no podía seguir sin que se le cayera unas cuántas lágrimas por las mejillas.

-Horacio: no hace falta que siga. - Gustabo también diría lo mismo.

-Conway: no pude salvarles... Solo espero poder salvaros a vosotros. Enseñaros cómo funciona todo, que sepáis cuidar vuestras espaldas, que no actuéis como auténticos idiotas. No puedo seguir perdiendo a más gente. No... no puedo... - estaría tocado, pero siguiendo firme.

Gustabo no podía ver esa figura, no soportaba verlo tan vulnerable. ¿Dónde está el increíble Superintendente Jack Conway, el que en un abrir y cerrar de ojos se carga a 10 atracadores, el que les ha salvado el culo incontables veces, el que luchó por su país? No pudo contenerse más, le abrazó. Horacio también lo hizo. Ahí estaban, uno sollozando mientras los otros dos lo abrazaba.

Conway se quedó un rato hablando con su exmujer mientras los otros esperaban en el Z. Estuvieron un rato en silencio procesando lo que acababan de descubrir.

-Horacio: Gustabo, ¿por qué somos tan gilipollas? - se sentía culpable.

-Gustabo: no lo sé, no lo sé... No tengo ni idea de lo que hacer ahora...

Conway subió al coche y procedían a un 10-8. -Lo que acaba de ocurrir, ni una palabra a nadie, si no os mato yo mismo – los dos respondieron con un ''10-4''.

-Conway: bien, ¿os hacemos las opos?

Gustabo y Horacio se miraron con asombro. 

PATERNIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora