De poemas y visitas no esperadas.

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A la mañana siguiente Arnold se despertó de sopetón; por un momento se alarmó al no saber en dónde estaba, sin embargo su respiración fue restableciéndose a la normalidad al recordar que los últimos días había estado en un hospital y que hacía una noche había vuelto a la que era su casa. Se incorporó con cuidado sintiendo dolor por todas las costillas y el abdomen. Se giró para ver el reloj dispuesto en la mesita de noche y se dio cuenta que eran las 8 de la mañana.

Muy despacio el joven se puso de pie y en cuanto tocó la alfombra del cuarto algo le llegó a la mente. Recordaba haber tenido un sueño:

Helga lanzaba indicaciones a diestra y siniestra en la cancha de futbol americano; Arnold la miraba desde las gradas sintiendo algo de culpa por lo que había sucedido en la fiesta del sábado. Sabía que ella estaba consciente de su presencia ahí pero no se dignaba a mirarlo. Quizás no estuviera nada bien el presenciar la práctica del día, dada la situación, pero había sentido el impulso de ir y comprobar que estuviera bien. Lucía chapeada y bastante malhumorada en el juego, sin embargo desbordaba pasión por aquel deporte y eso le llamaba mucho la atención. Las jugadoras no se quejaban, puesto que era su capitana y soportarla valía la pena, 6 títulos consecutivos respaldaban su rudeza y exigencia como un gran método.

Arnold suspiró y apoyó el cuello entre sus manos sin apartar la vista de la chica. El uniforme le lucía bien, era una chica bastante atlética aunque no sabía porqué se estaba fijando en esos detalles en ese momento. La había rechazado por segunda vez y se sentía terrible. Se conocían desde hacía años y el pensar que la jovencita aun albergaba ese tipo de sentimientos por él después de tanto lo hacían sentir miserable. Porque no podía verla de la misma forma. Aunque ella era bastante ruda el estudiante de psicología podía leerla y sabía que no era enteramente mala. Helga tenía una barrera enorme puesta frente a ella y lo manifestaba en su forma explosiva de ser. No estaba nada seguro de querer entrar en aquello... y tampoco se le hacia ético y cordial usarla como objeto de estudios.

De pronto la chica se giró hacia las gradas y las miradas se encontraron. Nunca olvidaría la expresión desolada de Helga, su rostro enrojecido por el calor del sol y la práctica se enmarcaba en una mirada de suma tristeza... un escalofrío le recorrió el cuerpo al rubio y su corazón se hizo infinitamente pequeño. Helga volvió la mirada al juego, le ordenó a una de las jugadoras que se preparara para el kikoff y se encarreró para patearlo. Todos en aquel entrenamiento se quedaron estupefactos al ver que la patada de la furia Pataki se había convertido en un touchdown. Ella se volvió de nuevo a mirarlo sin embargo su expresión ya no era cabizbaja, mas bien en sus ojos ardía la furia y lo retaba con ellos. Arnold tragó saliva y supo que era hora de irse, en realidad admitía que había hecho mal en asistir. Con esa patada y esa mirada ella lo había dejado claro: Helga iba a seguir. Por supuesto estaba afectada, pero ya no iba a demostrarlo, había pasado dos veces por eso mismo y ahora que ella era más grande, Arnold sabía que lo podía manejar, sin embargo debía estar listo para enfrentar las consecuencias...

*****

El chico se aproximó a la puerta del cuarto y se detuvo cuando estaba a punto de girar la perilla. Había sido un sueño extraño y sabía que también sus días a partir de ese. Debía hablar bien con Helga y no le daría más prórroga. El rubio suspiró y se armó de valor para salir de ahí.

Abrió con sigilo la puerta y se asomó primero por la ranura. Encontró a Helga en la cocina, salteando un sartén. Desde su perspectiva de vista la tenía de espaldas por lo que ella no notó su presencia. Le sorprendió muchísimo verla ahí, cocinando. Nunca le había pasado por la mente que ella cocinara y no recordaba en todos los años que la conocía haberla visto en una situación similar.

— Buenos días —saludó él desde la puerta.

— Ya has despertado... es temprano, pensé que dormirías bastante por los medicamentos. ¿Cómo te sientes? —le preguntó sin mirarlo, aun metida en su labor.

¿Por qué la elegí como mi Esposa?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora