Cuando eres inmortal...

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Cuando eres inmortal, pierdes fácilmente la noción del tiempo. Olvidas con rapidez el tiempo, los días y las horas, lo que hace que te hundas en el dolor de saber que ves a quienes amas morir, y saber que no podrás acompañarlos.

Estaba cansada de la inmortalidad, de vivir. Tenía, literalmente, todo el tiempo del mundo para hacer un montón de cosas. Pero eso, no llenaba su vacío en absoluto; hace una década, tuvo que ver partir a su pequeño amigo Phil, junto a su esposa, Sherry.

No pudo evitar derramar lágrimas al ver su rostro longevo pero, feliz al cerrar los ojos, tomado de la mano de su dulce Sherry. Emma veló desde las sombras a la descendencia de Phil y Sherry, hasta que cuando estuvo segura de que estaban bien, se fue de aquel pueblito.

Conoció, unos siglos más tarde, a Norman. Un niño de clase alta que si bien, no era caprichoso, era un excelente mentiroso y hasta manipulador. Sin embargo, también era amable, y eso le gustaba; fue su amiga, cuando él tenía 11 años, fue feliz con él... Hasta que pasó que Norman, le confesó su amor.

Emma no supo que hacer o decir. Pues por más cariño —y un posible interés en él— que le tuviera, el miedo era más grande. Pues aunque aparentase tener unos 15 años, le llevaba bastante tiempo a Norman. Tuvo que rechazarlo lo más suave posible.

Y luego de eso, se marchó. Atormentada por provocarle dolor, incluso si él le sonrió y le dijo que todo estaba bien... Nada realmente estaba bien; más tarde, unos años después, fue a verlo, para enterarse que había fallecido de tuberculosis y, que había tenido hijos con otra chica dos años menor que él, también de clase alta, de nombre Anna. Mostró sus condolencias a la joven viuda, siendo que Anna le sonriera, suavemente pero con un deje de tristeza.

Y cuando estaba por irse, la rubia la detuvo en el marco de la puerta, diciéndole que tenía algo que entregarle. Emma, parpadeó curiosa, y cuando Anna regresó, le entregó una carta, escrita por Norman; sin más, se despidió y le pidió que se cuidara, Anna sonriéndole y pidiéndole que se cuidase también.

Y cuando dejó aquella ciudad atrás, y dedicó su tiempo en leer la carta que Norman le escribió, lloró.

"... Nunca te olvidaré como mi primer amor Emma.

Sólo deseo, que puedas hallar paz en tu corazón y tu alma. Porque sonriendo, te ves hermosa."

Sonrió luego, aunque no de forma alegre. Más bien, de una forma resignada y triste, mientras miraba la arena que forma las dunas del desierto por el que cruzaba, mientras su capa se ondeaba ligeramente.

Por ahí del los años 2000, llegó a un pequeño poblado. Caminó tranquilamente por el lugar, calmo por dónde iba, hasta encontrar un árbol con sombra y sentarse ahí, apoyada al tronco y cerró los ojos, agotada.

Mentalmente cansada, que físicamente.

La inmortalidad no era una bendición. Era una maldición, pensó con el ceño fruncido y unas lágrimas aglopándose en sus ojos cerrados; ¿Qué mierda pensaba Él, cuando le dio de "regalo" la asquerosa inmortalidad?

Estaba harta y cansada de todo, pero, no podía darle un fin a su larga vida. La cual, ya no quería más.

— Disculpe, pero ese es mi lugar. — habló una voz infantil, un niño. Abrió los ojos y miró que enfrente suyo se encontraba un niño, de no más 5 años. De cabellos azabache y aburridos ojos amatistas.

Algo que, nunca había visto en su longeva vida y la sorprendió, genuinamente. Expresándolo a través de una mirada de sorpresa; el pelinegro suspiró, aburrido y cansado por su mirada, y también molesto, porque no dejaba de verlo y porque no le cedía su lugar debajo del árbol.

Tiempo contigo  [Ray/Emma]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora