Mala Concentración

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— ¡No! ¡No! ¡No! — gritaba Seiya y negaba con la cabeza a la vez mientras veía el entrenamiento que le había puesto a Koga — ¡Tu puño debe ser firme! ¡No dudes! ¡No! ¡Tu cosmos debe destruir todo lo que toque, es por eso que debes concentrarlo! —era la segunda semana de entrenamiento y el muchacho no lo estaba haciendo bien a pesar de que Seiya ya le había explicado 3 veces seguidas lo que debía hacer—. Alto —le ordenó al distraído aprendiz.

— ¿Qué sucede? ¡Lo estoy haciendo como me lo dijiste! —replicó el más joven.

— Por supuesto que no, estas haciendo todo al revés y no estas concentrando tu cosmos para el ataque. Ya llevamos toda la semana así y no has podido lograr un avance con el Trueno Atómico, Koga.

El joven suspiró con pesar y apretó los labios, culpable; estaba molesto consigo mismo por estar tan desconcentrado y no estar haciendo un buen desempeño en su entrenamiento, también le hartaba escuchar los regaños y gritos de Seiya y encima no sabía definir con exactitud lo que estaba sintiendo.

Seiya suspiró al ver a Koga un tanto afligido. El ex dorado estaba preocupado porque a lo largo de esa semana el desempeño de su discípulo había bajado considerablemente a diferencia de la semana en la que habían comenzado. Sin embargo en esos momentos, más que verlo como un alumno, Seiya contemplaba con ojos paternos al muchacho que tenía en frente.

— Descansemos un poco —dijo Seiya señalando las gradas invitándolo a sentarse. Koga se movió por inercia y obedeció sentándose y Seiya hizo lo propio al lado del pegaso—. Koga, ¿pasa algo? —se aventuró a preguntar el padre adoptivo con cautela.

— Nada que pueda importarte —una vez más el tono cortante aparecía.

Seiya arqueó una ceja — Todo lo que tenga que ver contigo, me importa aunque te moleste y no tienes porqué hablarme de ese modo. Soy tu maestro Koga y tengo derecho a saber porqué mi alumno no puede concentrarse desde hace una semana.

— Son... cuestiones personales —contestó Koga que por una extraña razón estuvo apunto de decirle lo que pasaba—. No es nada grave o no lo sé pero se me va a pasar, discúlpame por... no cumplir las expectativas.

Seiya esbozó una sonrisa cariñosa al oír la respuesta del muchacho. Por primera vez en mucho tiempo su hijo adoptivo se estaba abriendo con él.

— No te preocupes, eso se arregla con un poco más de entrenamiento, pero no es sólo eso lo que llama mi atención.

— Pues no hay nada más.

— Yo creo que si —aseguró el ex caballero—. Conozco esa mirada, la que tienes en estos momentos —confesó el castaño.

— Sólo dices cosas absurdas —lanzó Koga tratando de sonar indiferente pero la realidad era que su corazón se había acelerado de la nada temeroso de que Seiya supiera algo pero ¿por qué habría de saberlo? Si el no le había contado nada a nadie.

— Sé que aunque te pregunte mil veces no vas a contarme nada, pero sólo quiero decirte una cosa —se acercó Seiya a Koga y colocó una palma en el hombro de su hijo—: A veces no es necesario que pienses tanto las cosas, que te rompas la cabeza dándole vueltas tratando de entender la razón o el porqué, a veces Koga, sólo es necesario que actúes por lo que sientes ahí dentro —dijo señalando el corazón del chico—. No dudes y no le des mas vueltas porque aunque creas que no sabes lo que está pasando, lo sabes perfectamente y no tengas miedo en arriesgarte, la verdad es que yo creo que eres bien correspondido.

— ¡¿QUE?! ¡¿PERO DE QUE ESTÁS HABLANDO?! —se apartó Koga nervioso y totalmente rojo—. ¡No eres quién para darme consejos y menos en tu caso porque tú...!

El Precio de una FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora