treinta y ocho

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Arrojé el celular.

No me importó que se rompiera.

Corrí, corrí los pocos pasos que nos separaban.

Corrí en lo que parecieron horas, Pero sólo eran segundos.

Segundos en los que mi vida cambió.

Al verte tumbado en el piso con un charco de sangre a tu alrededor, (gracias al maldito auto al cual no le importó nada, porque aún no se sabe quién fue) el pilar que mantenía estable mi vida se derrumbó.

Tu cabello, ese que tantas veces acaricié, estaba empapado de sangre; tus ojos miraban sin ver, opacos encontraste a tu hermosa mirada de antes.

Tus labios Se mantenían en una sonrisa estática, en una sonrisa que ya no vería más.

—Mi amor, ¿pequeño? —susurré.

Para el niño de mis ojos© (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora