El hermano mayor de Gerard Gómez vuelve a reflexionar

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El hermano de Gerard se dio por vencido entonces. No hallaba a la chica de nuevo, y, aunque la encontrase, entendió que las oportunidades de que ella le hiciera caso, eran nulas.

Para entonces ya había salido del jardín entristecido y derruido por el fuego. Iba reflexionando muy cabizbajo por todo el camino de vuelta, y, entonces, fue cuando aceptó la situación con cierto positivismo, de que aquello solamente había sido un simple encaprichamiento de sus sentidos.

Todo había sido un delirio inventado por él, y, en realidad, nunca nada había ocurrido.

Jamás la chica lo había visto a él. Él era un tonto muchacho inmaduro, y la chica no poseía ningún halo especial caleidoscópico. Nunca la volvería a ver.

No iba a pasar la tarde con ella, ni a averiguar su nombre. No iba a reírse, a abrazarla, a preguntar el porqué de su eterna tristeza, y a animarla para que no lo estuviera más. Iba a pasar la tarde entera, nuevamente solo. Y más bien, para consolarse, alzó la cabeza de nuevo, y continuó como si nada hubiera ocurrido.

Pese a ello, tristes lágrimas azules de resignación salieron de sus ojos, recorriendo sus mejillas hasta derramarse por debajo de su barbilla, hacia el suelo; y procuró que nadie lo viera.

En sus paseos de mediodía no tendría conversaciones con nadie. Conversaría con los árboles de la ciudad en su lugar.

Sabía que no le agradaban para nada los espacios públicos atiborrados de gente, la ciudad polvorienta, caótica y desordenada; prefiriendo, sus usuales caminatas solitarias. Para eso estaban los pacíficos jardines y las margaritas de las casas. Sabía que ellos no le respondían, pero al menos hallaba calma para su espíritu al saber que no estaba solo.

Volvería a dar sus acostumbrados paseos por las calles grises. Eso hizo, y se entretuvo mirando también las paredes, las fachadas pintadas de todos los colores de las casas viejas y nuevas, y sintió la textura de estas como si las acariciara.

También contempló el límpido cielo celeste, con unos pocos manchones fusiformes de nubes blancas, tranquilas, a la densa del océano estelar... Las personas se veían tan ocupadas, pero felices, al fin y al cabo.

Pudo olfatear la primavera, y se fijó en detalles tan minúsculos como las abejas de las flores de los arbustos, o en las piedrecillas que los adornaban. Más allá, las aves sobrevolaban mansas sobre los cables de los postes eléctricos, o se posaban en ellos.

Sintió una combinación de sentimientos, tan extraña, que a él ya no le importó.

No era felicidad, pero tampoco congoja. Si algo había aprendido ese día, había sido a fijarse en los pequeños detalles que eran los ornamentos. Gozaba de la vista, y estaba vivo.

El hermano de Gerard Gómez siguió caminando con las manos en sus bolsillos, con la primera brisa primaveral de la tarde flotando entre sus cabellos, y nada más en su mente ocurrió.

Entonces se volvió a alejar hacia la avenida principal tumultuosa, en donde tomaría el autobús que lo llevaría de vuelta a casa, como siempre.

Narración de lo que le ocurrió a Gerard Gómez: mi primera verdadera historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora